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Los apartamentos turísticos se han consolidado en los últimos años como una alternativa a los alojamientos tradicionales para los turistas que visitan Burgos. Son 843 las viviendas registradas para este uso en la provincia, lo que supone un incremento del 17% respecto a 2023 y un aumento del 34% si se compara con los meses previos a la pandemia en 2020. Pero este modelo tiene también muchos detractores que señalan a estos apartamentos como uno de los problemas del elevado coste de la vida en el centro de las ciudades y de su masificación.
En Burgos es la Asociación de Viviendas y Apartamentos de uso Turístico, Vy Atbur, la que defiende este modelo de negocio. Su presidenta, Pilar Martínez, explica que ellos no son el problema, «sino la solución». Todo ello basábdose en la evidencia de que el turismo y la forma de viajar han cambiado durante las últimas décadas y que los apartamentos turísticos ofrecen una alternativa «a muchas familias y grupos de amigos que buscan alojamientos amplios con espacios diversificados y con unos precios ajustados», defiende.
Según Martínez, en Burgos «no se puede hablar de masificación y tampoco de gentrificación» como en otras ciudades aunque la mayoría de dos pisos están diseminados por el centro y casco histórico y, salvo alguna excepción, en localizaciones periféricas. La asociación considera que los efectos negativos del boom de los pisos turísticos se da en grandes urbes, no en ciudades pequeñas donde todo está más controlado.
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«La mayoría de nuestros vecinos agradece que nuestros clientes sean respetuosos con las normas y no son habituales, más bien inexistentes, las quejas por nuestra actividad», asegura la representante del sector en la ciudad de Burgos.
Son conscientes de que están señalados y que a nivel nacional son muchas las voces que se alzan contra ellos pero recalca que en Burgos no han tenido «ningún problema» de esa índole.
En febrero se contabilizaban en la provincia 843 viviendas dedicadas directamente a la actividad turística, con 5.126 plazas. Su peso dentro del sector turístico y el del alquiler no hace sino crecer desde que existen registros.
Precisamente el asesoramiento en cuanto a la gestión de estos pisos y la garantía de determinados servicios fueron el motor para que los propietarios de viviendas turísticas se asociaran en la ciudad. También para emprender iniciativas de colaboración y gestión, tal y como informa Martínez.
Aunque no sabe determinar cuántas de estas propiedades hay en Burgos, sí que distingue entre propietarios de viviendas turísticas y de apartamentos, dado que estos últimos tienen requisitos diferentes y «suelen estar gestionados por empresas y ubicados en edificios completos».
Las viviendas de uso turístico (VUT) y los apartamentos de uso turísticos (AT) guardan alguna diferencia más. Los apartamentos con establecimientos que suelen estar integrados en bloques de edificios y tienen requisitos similares a los de los hoteles. «Las viviendas se alquilan habitualmente pero su uso puede no ser estrictamente comercial ya que, por ejemplo, sus propietarios pueden decidir vivir en ellos por temporadas», aclara.
Sí hace constar que el número de estos pisos «no es excesivo en Burgos» porque cuando hay alguna actividad con mucha afluencia de público en la ciudad, les consta que no llegan a atender todas las demandas y los visitantes «tienen que buscar otras modalidades de alojamiento».
La asociación no tiene constancia de viviendas ilegales en Burgos pero, si lo tuviera, Martínez asegura que «lo pondría en conocimiento de las autoridades» porque sus estatutos incluyen como objetivo «la denuncia de este tipo de prácticas».
Las Viviendas y apartamentos de uso turísticos deben tener las correspondientes licencias de la Junta y del Ayuntamiento, pagar las tasas reglamentarias y exhibir en Ia puerta de entrada el distintivo que indica la actividad que se desarrolla. «Ese listado de licencias es público en la web de la Junta y cualquiera lo puede consultar», explica.
Mantener un piso turístico puede tener el mismo coste que una vivienda ordinaria: «un poco más por los cambios de la lencería tras cada visita» y las limpiezas correspondientes.
Eso sí, la puesta en marcha de la actividad sí que supone un desembolso «por las licencias y los estudios previos además de la adecuación del espacio, porque los clientes buscan viviendas cómodas y bonitas con todo lo necesario para una estancia sin problemas».
Una vez puesta en marcha el mayor coste es humano: es necesario recibir a la gente, tener el espacio muy limpio y para ello hay que invertir una media de dos horas de limpieza y algo más para el lavado y planchado, tras cada visita. El propietario que no hace las labores y contrata a empresas externas tiene que añadir un coste económico importante.
«Nuestro perfil es el de personas que vienen a disfrutar de la cultura y la gastronomía», detalla Martínez. Además, indica que los inquillinos suelen llegar a Burgos para realizar actividades en horario diurno, «teniendo una pauta de comportamiento similar al de cualquier residente de la ciudad». Un estilo de vida que, en definitiva, no rompe con el tipo de vecindario en el que se instalan por lo que, según Martínez, no han tenido «ningún problema de convivencia».
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