De norte a sur y de este a oeste, si recorremos España tropezaremos con muchos ríos. La lista de los «principales», lo que tienen más caudal o son más largos, incluye, para la Fundación Aquae, a 34. Solo ellos y sus cuencas hacen que la ... hidrografía española sea «muy rica y compleja», según la propia fundación. Pero esas tres decenas de nombres son solo una parte de todos los que fluyen por el país. Si se abren los listados de ríos y sus afluentes del Instituto Geográfico Nacional, la lista se va a los centenares.
En cierto modo, esa ubicuidad ha hecho que sean una parte tan habitual del paisaje, una que tenemos tan integrada en la cotidianidad, que nos olvidamos casi de que está ahí. Y, sin embargo, los ríos son uno de tantos de los daños colaterales de los problemas del mundo moderno y del cambio climático, pero uno que es también crucial para enfrentarse a todos esos problemas.
«Hemos degradado mucho los ríos y su capacidad para funcionar correctamente», apunta Rafa Seiz, coordinador de políticas del programa del agua de WWF. Es un problema que en ocasiones se ve a simple vista y que en otras está oculto bajo la superficie, porque los ríos españoles también han perdido calidad en sus aguas. «El Tajo, en Toledo, lleva mucha agua, pero la calidad está lejos de ser la adecuada», ejemplifica el experto.
¿Qué es lo que pone en peligro a los ríos? Los factores que impactan son múltiples. Como recuerda Seiz, el marco normativo europeo identifica los elementos que devalúan la salud de los ríos: son la contaminación —tanto la puntual como la llamada «difusa», esa más difícil de controlar pero que está ahí, como el filtrado de nitratos desde los campos agrícolas o las instalaciones ganaderas— o las presiones hidromorfológicas —por ejemplo, modificar la forma del cauce—.
Los efectos que tienen se notan de forma directa, pero también indirecta. Que el río fluya con normalidad es crucial para que se distribuyan los sedimentos y que no estén donde deberían tiene consecuencias: Seiz recuerda lo que pasó en el Delta del Ebro con las últimas lluvias de intensidad. Como la barrera natural que separaba a mar y río se ha esfumado, el Mediterráneo entró «de una forma totalmente violenta» e inundó los campos. «Si tenemos tormentas más fuertes y nuestros ecosistemas están degradados porque ya no tienen esa capacidad de protegerse, se inundan más zonas y destruimos campos de cultivo», resume.
Igualmente, otro de los grandes lastres es la pérdida de biodiversidad. En todo el mundo, según el último cálculo de WWF, están en peligro el 83% de todas las especies de agua dulce. En la orilla del río, las cosas no son tampoco mejores, porque los bosques de ribera no tienen sus condiciones esperables y las especies que viven en ellos se resienten, mientras su terreno lo ocupan otras oportunistas.
Todo ello degrada las cuencas fluviales, como lo hace el uso intensivo que hacemos del agua. Ahora mismo, según las cuentas de WWF, estamos usando más agua de la que realmente somos capaces de guardar. La empleamos con una cierta sensación de que no hay límite cuando en realidad sí lo hay, tanto en esa que vemos como en la que no. Los acuíferos, ese reservorio de agua potable del que se alimentan personas y ríos, están al límite. «Abrimos el grifo y nos sale un agua limpia, transparente y sin sabor, pero en el fondo eso depende de un río y nuestra sociedad se ha desconectado con esa realidad», alerta Seiz.
El 83%
de las especies de agua dulce
de todo el mundo están en peligro
Y, aunque Seiz recuerda que en España las sequías son parte más de los ciclos de la naturaleza, lo que no lo es es el tipo de sequías que estamos viendo ahora, un efecto incuestionable del cambio climático. Ahora son más frecuentes e intensas, lo que aumenta el estrés sobre los ríos y los pone todavía en más peligro.
Ríos contra el cambio climático
Un río cuidado es mucho más resiliente. «Si un ecosistema está en buena salud, tiene capacidad de ser más resistente al impacto del cambio climático», apunta Seiz.
Además, la salud fluvial es decisiva para luchar directamente contra el cambio climático: eso es lo que concluye un estudio publicado hace unas semanas en la revista 'Nature' y en el que ha participado Lluis Gómez Gener, investigador postdoctoral del CREAF. Los investigadores han llegado a la conclusión de que la «respiración» de los propios ríos es un activo muy valioso en el intercambio de gases de efecto invernadero. Por tanto, no se debe olvidarlos cuando se habla de los pulmones del planeta: no solo lo son los océanos o los bosques, también lo son los ríos.
El problema no es solo que los hayamos olvidado al hacer esos cálculos, sino que además los ríos son altamente sensibles a los cambios que se producen en el entorno. Poner en peligro sus ecosistemas es demasiado sencillo. Y demasiado peligroso.
De hecho, ya no solo se trata de que su mala salud evite que actúen como uno de esos pulmones, sino que lleva a que sus propias emisiones de gases aumenten. Que emitan CO2 es parte de los procesos naturales, pero, como recordaba Gómez-Gener en la presentación de los datos, «es probable que las emisiones de los ríos estén aumentando a medida que se alteran los sistemas fluviales y sus cuencas hidrográficas, pero no disponemos de esta información».
«Es probable que las emisiones de los ríos estén aumentando a medida que se alteran los sistemas fluviales»
Lluis Gómez-Gener
investigador postdoctoral del CREAF
Estar atentos a la salud fluvial sería muy importante (Gómez-Gener y su equipo proponen un sistema de medición), porque además el río cuenta no solo en qué estado se encuentra sino también cómo es la salud de toda su cuenca.
El cambio está en nuestras manos
Ganar en resistencia fluvial no es imposible. Es, en realidad, muy factible y el coordinador de políticas del agua de WWF no cae en el pesimismo. «Sabemos cómo cuidar el agua», indica. «Lo sabemos y lo podemos controlar, pero lo hemos olvidado y el resultado es terrorífico», señala. No sabemos cuándo va a llover, ni podemos pedirlo casi como quien espera un milagro. Tampoco conocemos a ciencia cierta cuántos grados subirán las temperaturas globales, solo podemos hacer cálculos. Pero sí podemos cuidar el agua que ya tenemos, esos ríos fundamentales para prepararnos para el mundo que se avecina. Dependemos del agua a todos los niveles y hay soluciones para corregir esos errores que la lastran.
«Estamos a tiempo», insiste Seiz. Como punto de partida, se necesita ser conscientes del problema y mostrar compromiso. «No hemos hecho lo que debíamos hacer, pero hay esperanza», afirma. Los gestores del agua están comprendiendo ya esta realidad, indica el experto, y los planes hidrológicos están teniendo en cuenta la importancia de reducir los factores de estrés.
Habría que cambiar el rumbo, pero no es imposible. Se podría decir que ya lo hemos hecho: ocurrió con la depuración de las aguas, recuerda el experto. En los años 90, había un problema brutal de aguas residuales en los ríos. Ahora, el 90% de los ayuntamientos, recuerda Seiz, ya está depurándolas antes de volver a lanzarlas al caudal.
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