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Daniel Bueno estaba en pleno examen en la universidad cuando sufrió su primera crisis epiléptica. Tenía 21 años y lo que recuerda antes de perder el conocimiento es sentir una serie de vahídos. Acto seguido, perdió definitivamente la consciencia y se desplomó contra el ... suelo, golpeándose contra una silla y rompiéndose el labio. «Lo siguiente que recuerdo es que la gente estaba desalojando la clase y la ambulancia llegando», cuenta este madrileño. Sus amigos, y entonces compañeros de clase, evocan el episodio con detalle por la impresión que les causó. Al examinarle en el hospital, no vieron indicios de epilepsia, así que le dijeron que «podía haber sido un síncope por estrés».
Meses después, sin embargo, volvió a ocurrirle. Esta vez en Galicia, durante un viaje junto a sus compañeros de clase. «La noche anterior salimos de fiesta, así que bebimos alcohol y dormimos poco», cuenta Daniel, «dos factores de riesgo que facilitan que las crisis epilépticas se desencadenen». «Los síntomas previos fueron similares a la última vez, en forma de vahídos, el problema es que, en este caso, iba conduciendo a 100 kilómetros por hora en la autopista», relata.
Jaime Sánchez, uno de sus amigos que iba de copiloto, recuerda cómo «sus brazos se quedaron rígidos sujetando el volante y su pie tenso sobre el acelerador, así que le empecé a dar codazos para que soltara las manos. Cuando lo conseguí, puse la mitad de mi cuerpo sobre el suyo para llegar a los pedales, pero no lograba apartar su pie, así que metí el mío por debajo del acelerador para hacer tope y que la velocidad no siguiera aumentando. En un momento que se relajó, finalmente tomé el control y frené el coche en la cuneta. Todo ello mientras él convulsionaba y todos los demás temíamos por nuestra vida».
Tras este episodio, Daniel fue diagnosticado y, actualmente, es una de las 400.000 personas que conviven con epilepsia en nuestro país, una condición cuyos picos de incidencia se dan en la infancia y a partir de los 65 años, aunque puede manifestarse a cualquier edad. «La epilepsia se diagnostica cuando el individuo ha sufrido al menos dos crisis, separadas más de 24 horas, que no hayan sido provocadas por una enfermedad subyacente (un ictus, una hemorragia cerebral, un traumatismo craneoencefálico…), pues estas también pueden cursar con episodios epilépticos en su fase aguda sin que el paciente sea epiléptico necesariamente», aclara Juan José Poza, neurólogo y coordinador del Grupo de Estudio de Epilepsia de la Sociedad Española de Neurología (SEN). «Otra forma de diagnosticarlo es que durante las exploraciones se hallen signos de que el individuo pueda sufrir nuevas crisis, aunque hasta ese momento solo haya tenido una», añade.
La terapia más extendida para controlar la epilepsia son los medicamentos antiepilépticos, que tienen una eficacia del 70%. «Para el 30% restante de los pacientes se valoran otras alternativas como la cirugía y la estimulación del nervio vago», explica Poza. «En algunos casos, la dieta keto o cetogénica (sin hidratos) puede mejorar el control de las crisis, pero este es un recurso secundario a los métodos citados anteriormente», agrega.
5%de las personas tienen una crisis epiléptica alguna vez en su vida, la mayor parte de las veces como consecuencia de una enfermedad aguda (inflamación, bajo contenido de azúcar, alcoholismo, derrame cerebral). Son las denominadas crisis aleatorias o reacciones epilépticas agudas, pero no son consideradas realmente epilepsia.
La mayoría de las crisis epilépticas son breves (de 1-3 minutos) y terminan por sí solas. Existen dos tipos. Las parciales tienen síntomas como movimientos involuntarios de diferentes partes del cuerpo, alucinaciones visuales o pensamientos extraños; las generalizadas suelen desarrollarse con convulsiones y pérdida del conocimiento. Las crisis parciales, en ocasiones, pueden llegar a producir una crisis secundariamente generalizada.
«En el momento de la crisis, cuando la persona está inconsciente y convulsionando, lo primero que se te viene a la cabeza es que se va a morir, sobre todo si se golpea en la caída y empieza a sangrar, como le pasó a Dani la primera vez», expresa su amigo. Sin embargo, aunque estos episodios puedan ser aparatosos, generalmente no suponen un riesgo para quien los sufre, más allá de lesionarse en la caída, a no ser que quienes acudan en su ayuda actúen sin conocimiento de causa. De ahí la importancia de conocer las medidas adecuadas de primeros auxilios.
Juan josé poza
Por ejemplo, «se suele decir que las personas epilépticas se tragan la lengua, pero es una leyenda urbana. Tampoco debemos meterles nada en la boca, porque lo único que conseguiremos es hacerles daño. Lo que sí ocurre, en ciertos casos, es que salivan mucho o se muerden ela lengua y sangran pero, para evitar que esas secreciones se vayan a la vía aérea, lo único que hay que hacer es colocarles de costado una vez cesen las convulsiones», explica el especialista.
Otras recomendaciones son: asegurar la zona para que no se hagan daño con objetos colindantes, colocar algo blando bajo su cabeza para que no se la golpeen contra el suelo, no intentar parar las convulsiones a la fuerza, permanecer a su lado en todo momento, llamar a Urgencias si la crisis dura más de 5 minutos y, sobre todo, mantener la calma.
Aunque la epilepsia es una afectación con un alto estigma, dado que históricamente se ha visto a estas personas como endemoniadas, e incluso se les han practicado exorcismos, cabe destacar que, con el tratamiento adecuado y unos hábitos saludables, pueden llevar una vida completamente normal.
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