Secciones
Servicios
Destacamos
He sido abandonada en medio de los campos manchegos. No habíamos hecho ni 5 kilómetros de una etapa que era bastante corta cuando Gonzalo se ha ido. ¿Se lo pueden creer? Y eso que no he gruñido en todo el viaje, ni una queja pese a que a estas alturas, siete días seguidos en bici, descubro que hay partes del cuerpo que no sabía que podían doler.
Pues el tío, de repente, ha cogido y se ha dado la vuelta… No sin antes espetar: ¡»Ostras, he perdido las gafas de sol!». Ni me ha dado tiempo a preguntarle si le esperaba o seguía la ruta yo sola, así que me he quedado en la parte baja de un pueblo llamado Villaseca de Henare, un nombre que le hace auténtica justicia: la era estaba totalmente amarilla. Me he sentado a la sombra de un arbolito mirando la imponente iglesia. Quizá hace tres días me hubiera quedado sorprendida por el monumento, pero es que en este viaje se van a encontrar templos hasta casi aburrirse.
Después de un rato, Gonzalo me ha llamado para decirme que avanzara sola. La búsqueda de las gafas, tan necesarias por la cantidad de luz que hay en estas tierras, le iba a llevar un rato. No soy una gran exploradora. Digamos que si tengo un mapa, me apaño, pero lo mío no es la aventura. Soy un poco 'amarrategui'. Sin embargo, el camino del Cid, y esto es algo que nos ha sorprendido verdaderamente, está muy bien señalizado. Eso sí, tienes que mirar los postes, claro.
Nosotros llevamos el 'track' metido en el ciclocomputador de la bici, un Garmin, y también lo tenemos creada en Google Maps, por si las moscas. Esas moscas son que se nos acabe la batería de alguno de los dispositivos. Esta labor la realizamos con minuciosidad cada tarde al llegar a nuestro alojamiento: que todo esté al 100% de carga a primera hora del día siguiente es fundamental. Aunque no lo parezca, estamos trabajando y hay que presentar el material a los jefes…
El caso es que no he tenido problemas en seguir el trazado. No he tomado mal ni un desvío. Ya sé que Gonzalo no se lo creerá, porque en cuanto me alcanzó y hubo un cruce yo, que estaba pensando en qué contarles, lo tomé en contradirección. Dos metros hasta que frené, tampoco se crean. Por cierto, de las gafas, ni rastro. Ahora compartiremos las mías, así que si me ven en las fotos con los ojos más achinados ya saben qué está pasando.
La etapa ha sido, como decíamos, corta pero muy bonita. Apenas hemos pisado el asfalto. Recuerden que estamos haciendo la ruta destinada a bicis 'gravel', es decir, bicis a medio camino entre las de carretera y las de montaña, que es la que lleva Gonzalo. Yo voy como una 'mountain bike' que agradezco en cada bache por la suspensión delantera. Y si fuera eléctrica, en cada repechito. Este viaje es ideal para esta modalidad. Nos han contado ya varios hosteleros que se ven muchas siguiendo el camino del Cid a Valencia. Y es que con ellas quien más quien menos puede completar las etapas sin miedo a que le deje atrás la 'grupeta'.
Después de estos siete días también puedo decir que le voy cogiendo el truco a esto del campo a través y tengo varias categorías de caminos: pistas que son casi carreteras, pistas con piedra suelta (mi criptonita), pistas con dos roderas y en la que tienes que elegir una u otra y, atención, senderos estrechitos. Si el primer día me hubiera tocado uno no habría acertado a llevar la rueda por él.
Por cierto, hoy es domingo y se nota. Nos hemos encontrado a bastante gente dando sus paseos mañaneros. Cosa poco habitual en los días de labor. Y también una Sigüenza monumenal y llena de vida. Esta ciudad es un tesoro arquitectónico que el año previo a la pandemia recibió 115.000 visitantes. Hoy estaba especialmente bulliciosa.
Por si no lo saben, además de varias iglesias a cuál más espectacular, también tiene un castillo. En todo lo alto. Hasta allí hemos subido ya con las bicis a buen recaudo. Debemos estar cansados porque los locales nos han adelantado en todas las cuestas.
Como les decía, hemos ido a la fortaleza. La levantaron en el siglo XII sobre una alcazaba musulmana y la llaman la de los obispos porque allí vivieron todos ellos hasta el siglo XIX. La hemos conquistado. O más bien al reveś, porque es preciosa. La han convertido en un parador donde pasar la noche a cuerpo de rey. Intentamos quedarnos en él, pero hace semanas que estaba completo. Al entrar ya nos damos cuenta de por qué: están rondando algo, no se sabe qué… Tanto secretismo me deja loca.
Como la hostelería del pueblo en el que pensábmos haber dormido ayer según el primer reparto de etapas estaba monopolizada por una boda, queda para hoy una etapa más corta, pues habíamos avanzado ayer parte de lo que corresponde a hoy. Matillas resultó ser un oasis con un patio encantador en el que trabajar. Y es que cargar con la cámara de fotos y la tableta, revisar cada día las imágenes, subirlas a las nube, pasar las notas a limpio, redactar aunque sea en bruto esto que están leyendo es un peaje asumido, pero que se cruza cuando estás cansado u oyes chapotear en la piscina a otros ciclistas -René y Simone, holandeses, por supuesto- que han llegado al mismo alojamiento minutos antes.
No quiero que suene como a queja, porque supongo que el vecino de abajo aún recordará los saltos de alegría que dimos después de que el director nos llamara para proponernos este viaje. Estábamos convalecientes de covid, trabajando desde casa por precaución. Ahora que lo pienso, no sé si incluir entre las facturas de gastos los tests de antígenos que desde ese momento empezamos a hacernos sistemáticamente para declararnos oficialmente curados y poder salir a la aventura. Por otra parte, tras superar la enfermedad, al menos después de dejar de dar positivo en esas pruebas de las que os hablaba, pasé unos días con una tos seca que por ensalmo ha desaparecido en cuanto empezamos a pedalear. Tengo que decírselo a Amaya, mi amiga neumóloga, a la que llamo cuando tengo que explicar algo que no entiendo de las cifras de coronavirus mediante los gráficos que han colonizado los periódicos durante meses.
Nos encaja el acortamiento del kilometraje: es el séptimo día de viaje, es domingo además, así que cierta relajación dominical nos parece razonable. Estamos en un punto en el que una etapa de 35 kilómetros me parece un descanso. Pregúntenle a Julia, en todo caso, cómo lo ve ella, que cae muerta en la cama de cada alojamiento en el que desembarcamos mientras un servidor aprovecha para revisar las imágenes, seleccionarlas y esbozar las ideas. Luego, cuando termino, mágicamente Julia resucita. Cierto es que mientras tanto ha aprovechado para lavar la ropa y es después cuando pregunta cuánto he escrito para calcular ella el texto que aún cabe en la página. La respuesta suele ser que he escrito yo solo más del total del espacio disponible. «Bueno, no lo cortes. Ya lo arreglaremos, o haremos un libro, o lo que sea», replica.
Nos negamos a asumir que hemos empezado una guerra subterránea que consiste en escribir primero para no tener que preocuparse por resumirlo todo después. « Ponte tú a dibujar tus mapas y editar las fotos y me dejas el teclado y mientras avanzo yo con mi texto», dice con una sonrisa que acentúa las mejillas sonrosadas por el esfuerzo y los días de sol. Porque solo tenemos un teclado que conectamos por turnos a su teléfono o mi tableta.
En todo caso, porque he vuelto a pasarme de extensión, si vuestra idea es dar un paseo relajado para estirar las piernas después de pedalear a la vera del río Dulce -preciosa esa parte de la etapa-, quizás las calles empinadas de Sigüenza, combinadas con este calor –entra justo una turista italiana a la misma fonda suspirando «troppo caldo, troppo caldo»– es un plan mejorable.
Publicidad
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
Rocío Mendoza, Rocío Mendoza | Madrid, Álex Sánchez y Virginia Carrasco
Sara I. Belled y Clara Alba
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.