«Queda el recuerdo de aquellos que ya no están pero tenemos que seguir luchando por los que sí»
José María Acosta, gerente ·
La Residencia Barrantes ha superado un brote, con una treintena de afectados y 12 fallecidos, que llegó a traición después de haber esquivado la covid-19 durante nueve meses | Sienten impotencia ante comportamientos irresponsables frente al esfuerzo que realiza la plantilla por evitar contagios
Impotencia. Incertidumbre. Miedo. Y dolor, mucho dolor. Son las palabras que mejor definen los sentimientos en la Residencia San Julián y San Quirce (Barrantes), que ha perdido a doce de sus mayores por culpa de la covid-19. También esperanza, la que trae la vacuna, ... cuya primera dosis les llegó el 5 de enero, y alivio por haber sido capaces de controlar un brote de coronavirus en veinte días, minimizando el brutal impacto del virus en un colectivo especialmente vulnerable y al que han estado protegiendo mucho antes de que la covid-19 se convirtiera en pandemia.
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Casi nueve meses había resistido la Residencia Barrantes a la covid-19 cuando el 23 de noviembre se declaró el brote. «Éramos conscientes de que en algún momento podía llegar», admite su gerente, José María Acosta, por ese motivo se habían puesto tantas medidas de seguridad, que fueron reforzadas cuando la segunda ola se recrudeció. «Desde mediados de octubre íbamos plastificados con bata, doble mascarilla y pantalla porque el mayor miedo que teníamos era que entrase el virus por la plantilla», que ha hecho un esfuerzo profesional y personal para proteger a los ancianos.
Sin embargo, también eran muy conscientes de que existía un riesgo difícil de controlar: las familias. En Barrantes han apostado por las visitas de familiares, como un derecho de los mayores, explica sor María Ángeles San Juan, trabajadora social y coordinadora de la residencia. Superada la primera ola, con las mayores restricciones, en el centro se permitía el máximo posible de visitas (30 diarias repartidas entre sus 90 residentes), divididas en grupos burbuja, con distancia de seguridad, mascarillas, pantallas y todas las medidas de seguridad posibles.
Y fueron las familias las que llevaron la covid-19 a la residencia. Dos de ellas, sin ser conscientes de que eran casos asintomáticos, e incumpliendo en algún momento las medidas de seguridad, contagiaron a sus familiares. El virus se extendió con rapidez por el centro, llegando a contagiar a una treintena de mayores, de los cuales, doce acabaron falleciendo. Acosta destaca la capacidad para controlar el brote, derivada precisamente de los protocolos implantados frente a la pandemia, pero reconoce que ha sido un final de año muy duro.
«Psicológicamente nunca estás preparado para los hemos vivido», explica, pues los residentes contagiados empezaron con sintomatología leve y, en el décimo tercer o décimo cuarto día, «cuando parecían haber superado la enfermedad, se te iban en dos horas. Y eso era tremendamente duro». Los trabajadores de la residencia, perteneciente a la obra social del Arzobispado de Burgos, lo han pasado realmente mal. «Era complejo entrar en las habitaciones», recuerda Acosta, «la gente lloraba pero intentaba poner la mejor de sus caras e infundir alegría a los residentes».
José María Acosta lo dice con lágrimas en los ojos, emocionado pues para él tampoco ha sido nada fácil. Junto con las nueve Hijas de la Caridad que trabajan en el centro, y un operario de mantenimiento, Acosta se quedó aislado con los residentes durante la primera ola, para minimizar el riegos de contagio. Estuvo más de 150 días sin abandonar Barrantes, colaborando en el día a día de la residencia como uno más, mientras el resto de la plantilla entraba sometiéndose a un estricto proceso de desinfección, que se mantiene todavía a través de una carpa instalada en los exteriores.
«Ahora, el periodo de incertidumbre y miedo ha desaparecido», admite, pero queda el dolor. «El recuerdo de aquellos que ya no están entre nosotros», apunta, pero «tenemos que seguir luchando día a día por los que todavía están». La media de edad de los mayores de Barrantes es muy elevada y quien más y quien menos tiene patologías asociadas, lo que les convierte en un grupo especialmente vulnerable. «Afortunadamente, el grupo burbuja de personas muchísimo más delicadas no ha se visto afectado. Estaban especialmente protegidos», comenta Acosta.
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Impotencia
El gerente de la Residencia Barrantes revive lo ocurrido en este último mes y medio también con cierta sensación de impotencia, pues habían puesto todas las medidas a su alcance. Si en la primera ola evitaron los contagios fue porque ya en febrero estaban comprando material de protección y aplicando medidas de prevención, así que cuando llegó el confinamiento estaban preparados. Han reforzado plantilla, han invertido en protecciones, han diseñado protocolos... y el virus ha entrado por el único lugar en el que dependían de la responsabilidad ajena: las familias.
«Esta esta es una situación excepcional, así que hay que tomar medidas excepcionales», explica Acosta. Las visitas a las familias han seguido un protocolo claro: distancia de seguridad, mascarillas, pantallas, geles hidroalcohólicos. Se ha pedido que no se tocase a los ancianos, no se les besase, ni se les diese nada de comer. Y muchas familias han cumplido, pero no todas. «Aunque suene muy duro, hay amores que matan. En estos momentos hay que controlar el amor y transmitirlo por gestos», y no todo el mundo lo ha entendido.
«Para nosotros, los ancianos lo son todo. Las familias ocuparán un segundo lugar porque los ancianos son los más frágiles». En la primera ola, no hubo problemas, pero pasado el verano todo el mundo se ha ido relajando, y lo han notado en las visitas. Y la plantilla no lo ha llevado nada bien, pues muchos trabajadores le han dicho al gerente «de qué está sirviendo que nosotros nos estemos sacrificando cuando los propios familiares no están teniendo cuidado». Ahora, cuando el virus ha pasado por Barrantes, y se ha llevado doce vidas, es cuando se ha acabo de entender el riesgo.
Sin embargo, en la residencia prefieren mirar al futuro con la esperanza puesta en la vacuna. La primera dosis llegó el 5 de enero y están a la espera de la segunda. Todas las familias han dado su consentimiento, reconoce Acosta, así que les pide que tengan paciencia, que ya queda menos. «En la segunda o tercera semana de febrero, si hay inmunidad, nos podremos dar un abrazo como dios manda porque no habrá miedo. Tengo esa esperanza», afirma el gerente, quien también lleva sin besar ni abrazar a sus padres desde el 15 de marzo. Son colectivo de riesgo y él intenta protegerlos.
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