De Albi, sus vecinos, recuerdan su gran simpatía y su espontaneidad, porque «se paraba a hablar con todo el mundo». Nació en Castroverde de Cerrato, en la provincia de Valladolid, pero se trasladó a Aranda de Duero muy joven para trabajar. Allí se casó con ... Victorino Herrera y tuvieron cinco hijos. Hoy son ellos quienes la recuerdan y quienes lamentan no haber podido despedirse de ella por culpa de la covid.
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Albina López falleció el 5 de abril a los 84 años, «sin hacer ruido», en la residencia en la que convivía con su marido. Pasó a formar parte de las 109 personas que han muerto con síntomas compatibles con la infección pero sin confirmar que registran las estadísticas de la residencias de mayores de la Junta en la provincia. Albina compartía habitación con su marido, que enfermó y dio positivo en PCR. A ella no llegaron a hacerle la prueba, pese a que estuvo 10 días con febrícula, según relatan sus hijos.
«Mi padre le estaba dando la cena y de repente dejó de respirar». Se fue, como tantos ancianos en Burgos que se contagiaron en los peores momentos de la pandemia, «sin poder verla» aunque una de sus hijas pequeñas, Begoña, reconoce que les queda un consuelo: «Estaba con mi padre, estuvo acompañada hasta el último momento».
El Alzheimer le hizo ser dependiente desde los 70 años y la enfermedad fue muy dura para su familia, «la demencia avanzó muy deprisa y siendo muy joven» y saben que, dada su situación, «no tuvo ninguna oportunidad de ser tratada en el hospital» cuando enfermó de covid, «porque los sanitarios tuvieron que hacer medicina de guerra y asumimos que nuestra madre, por su edad y por estar enferma, no iba a tener un hueco». A pesar de ser una certeza dolorosa, su familia lo comprende, «sabemos que ella estaba frágil y que solo tenían capacidad para atender a las personas que podían ser recuperables».
Albina empezó a tener fiebre a los pocos días de que su marido diera positivo en el hospital. Precisamente, quien más preocupaba a sus allegados era Victorino, por sus patologías respiratorias, operado de cáncer de pulmón y con enfisema, al que la infección le llegó cuando estaba en tratamiento con oxígeno por un catarro persistente. «A mi padre, que es consciente y válido al 100%, le bajaron a Urgencias y eso le salvó la vida». Tras varios días, el tratamiento le hizo efecto y él empezó a mejorar, mientras que su mujer «se apagaba lentamente».
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Begoña admite que es difícil asumir esta situación, por la que han tenido que pasar miles de familias. «Nos acababan de confinar, no sabíamos nada del virus, oíamos las cifras de muertes y sabíamos que nuestros padres lo tenían pero no podíamos hacer nada, ni ir a verles, ni saber cómo estaban». Por suerte, Victorino demostró una vez más su fortaleza y superó «esta cornada» aunque, sin haberse recuperado del todo, tuvo que ver morir a su mujer en completa soledad, aislado en la residencia y sin poder compartir el dolor con sus seres queridos.
«A mí lo que me falta y me pesará siempre es no haber podido despedirme de ella, no poder verla ni hacerle un velatorio», confiesa Begoña. El día que perdió a su madre lo recuerda con mucha tristeza, pero sobre todo con rabia: «Recibir la llamada, que te digan lo que ha pasado y tener que quedarte en casa sin poder hacer nada, me hizo pasar del llanto a la rabia y la impotencia».
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La delicada salud de Albina hacía presagiar desde hacía tiempo que podía irse en cualquier momento pero, para sus hijos, ocurrió en el peor posible. «Te quitan la posibilidad de darle el último adiós, de abrazar a tu padre, a tus hermanos, de estar con tu familia, es muy duro pasar ese duelo», declara Begoña.
Las recomendaciones sanitarias en aquel momento, aconsejaban incinerar, «lo antes posible», a los fallecidos covid o con sospecha de haber pasado la infección. Aquello hizo aún más daño a sus seres queridos porque Albina era creyente y quería ser enterrada «para que le llevaran flores». Aun así pesaron más las recomendaciones que marcaba el protocolo y, finalmente, fue incinerada en un acto al que no pudieron asistir todos sus hijos.
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«Sin velatorio previo, sin sepelio, sin despedida, llegamos, no pudimos ni acercarnos entre nosotros, metieron el ataúd a incinerar, lo vimos detrás de un cristal y nos fuimos», relata Begoña, que califica aquellos momentos como «irreales».
«Después de haber sufrido tanto con su enfermedad, acabó marchándose cuando nadie podía acompañarla» y eso es algo que pesa a todos sus hijos. Así lo explica Begoña que asegura que cuando supo que su madre había fallecido, tuvo ganas «de abrir la ventana y gritar».
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Coronavirus en Burgos
Hasta el mes de junio no pudieron realizar un funeral y la familia decidió enterrar sus cenizas. En el cementerio de Aranda, Begoña leyó una de las poesías que escribía su madre. Porque antes de que el Alzheimer borrara su memoria, Albi escribía con frecuencia y sus poemas son ahora una de las mejores formas de recordarla. Pero no es la única, porque su gran pasión, su huerta, conserva los rosales y árboles frutales como a ella le gustaban.
Ahora los cuida Begoña, la que más disfruta yendo allí. «Queremos acordarnos de ella sonriente y cantando» porque, incluso cuando la enfermedad se llevó sus recuerdos, las canciones de su vida siguieron brotando de ella.
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