Lavarse las manos, ponerse el gel hidroalcóholico, luego los guantes, la mascarilla y la pantalla. Abrir la persiana y... comienza un día más en la farmacia de Roa. Mucho ha cambiado la forma de trabajar en las farmacias con la pandemia del coronavirus covid-19. « ... Nos hemos ido adaptando a la nueva situación, hemos ido aprendiendo», afirma Luis Sanz, farmacéutico de vocación que hace catorce años se hizo cargo del despacho de farmacia de Roa. «Soy farmacéutico por absoluta vocación, me encanta hacer lo que hago y poder ayudar a la gente», afirma.
Estos profesionales sanitarios (sí, sanitarios aunque a veces se nos olvide incluidos bajo este epígrafe) son el primer punto de atención sanitaria para la población y, durante esta crisis, han sido uno de los pocos establecimientos que han permanecido abiertos. Y han corrido sus riesgos, desde sufrir intentos de robo hasta contagiarse con la covid-19 y, en el caso de algunos compañeros, pasar a engrosar la lista de fallecidos por el coronavirus. «Estamos muy expuestos y, a veces, no se nos ha considerado personal de riesgo», se lamenta Luis.
De hecho, han vivido una situación un tanto paradógica. Se les ha dicho que el contagio es un riesgo inevitable, inherente a su profesión. Sin embargo, Luis reconoce que «aquí no ha llegado de la administración pública ninguna medida de protección para parte de su personal sanitario». Ha sido gracias a la labor realizada por el Colegio Profesional de Farmacéuticos de Burgos, y el consejo regional que los aglutina en Castilla y León, que han podido contar con mascarillas y pantallas. «Nos hemos sentido desprotegidos», asegura Luis.
Eso sí, han seguido atendiendo a sus clientes, con la misma dedicación que siempre. «Estamos haciendo un gran esfuerzo para que, entre todos, consigamos pasar la covid-19». Han atendido las dudas de los pacientes y sus inquietudes. Han sido «cientos» las llamadas que Luis ha contestado de vecinos que preguntaban por sus medicamentos, una vez se decretó el estado de alarma. Han tenido que explicar, como ahora, que no se puede bajar la guardia aunque haya un cierto alivio en el confinamiento; que hay que seguir protegiéndose y guardando al distancia de seguridad.
Al menos, ahora, disponen de mascarillas para suministrar a sus clientes pues lo han pasado muy mal con el desabastecimiento. «Hemos hecho lo imposible por poder atender a los pacientes que venían a por mascarillas; las hemos comparado donde hemos podido», reconoce. Aun así, Luis no entiende cómo es posible que se haya producido tal desabastecimiento y durante tanto tiempo, ni tampoco por qué ahora lo que faltan son los guantes, tras dos meses luchando contra la pandemia. «¿Dónde han ido las mascarillas y los guantes?, porque a las farmacias no ha sido», se pregunta.
De todos modos, Luis se queda con lo positivos. «A los farmacéuticos nos tienen como un referente dentro del sector sanitario». Los clientes así se lo hacen ver, pidiéndoles que se cuiden para poder cuidarles a ellos. Y lo están haciendo, asumiendo todas las medidas de protección que son necesarias: mamparas en los establecimientos, mascarillas, pantallas, guantes, geles... «Nosotros nos lavamos mucho las manos, casi las tenemos destrozadas», afirma Luis, quien reconoce que también está siendo dura la situación para los profesionales, desde el punto de vista personal.
«Estamos muchas horas expuestos y tenemos nuestra casa y nuestras familias», recuerda. En su caso, hay días agotadores. Jornadas de doce horas en la farmacia, que no deja ni para ir a casa a comer para no poner en riesgo a la familia. Se ha reorganizado el trabajo, para minimizar los riesgos y cubrir las necesidades entre las dos auxiliares que tiene y él mismo. Aun así, el esfuerzo merece la pena. «La gente te valora», porque los farmacéuticos han garantizado, durante el confinamiento, el acceso a los medicamentos y una primera asistencia sanitaria. Y han dado tranquilidad, también.