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(De izq. a dcha.) Natalia Fernández, Raúl Arranz, David Izquierdo y Graciela Díaz.
Coronavirus Burgos: Los «milenial», la generación golpeada por dos crisis en diez años

La generación «milenial» en Burgos, golpeados por dos crisis globales en solo diez años

En 2009 fueron los más afectados por el cierre del mercado laboral, ahora son las principales víctimas de la crisis del coronavirus | BURGOSconecta ha hablado con cuatro burgaleses que son un reflejo de esta generación en la provincia

Gloria Díez

Burgos

Jueves, 7 de mayo 2020, 08:32

El concepto «milenial» define a la generación que nació en un momento de transición entre los 80 y la modernidad tecnológica. Son aquellos que se criaron en la era analógica y que se hicieron adultos en la digital. Los catalogan como los más preparados de ... la historia del país, pero sin embargo la precariedad y los contratos temporales se han convertido en su lastre. Fueron arrasados por la crisis del 2008, que les cerró las puertas del mercado laboral y ahora, cuando empezaban a remontar, serán los más damnificados por las consecuencias económicas de una pandemia mundial. BURGOSconecta ha hablado con cuatro burgaleses de esta generación con proyectos vitales y trayectorias muy diferentes, el reflejo del momento histórico y social que les ha tocado vivir.

Natalia Fernández acaba de cumplir 38 años en pleno confinamiento. Después de hacer un FP superior de Anatomía Patológica, en 2007 se diplomó en Logopedia por la Universidad de Granada. Cuando llevaba un año trabajando en Madrid estalló la crisis del 2008 y tuvo que regresar a Burgos. Ante la dificultad para encontrar un empleo, apostó por continuar formándose y en 2012 decidió trasladarse a Irlanda. Una decisión a la que muchos jóvenes se vieron abocados con el cierre del mercado laboral en España. A su regreso se encontró de lleno con una sucesión de contratos precarios y la imposibilidad de lograr un puesto a jornada completa que le permitiera emprender un proyecto de vida.

«Mi trabajo no está bien pagado aquí porque además no hay revalorización»

Natalia fernández, logopeda

«Hace dos años y medio abrí mi propia consulta porque trabajaba con contratos de poquísimas horas a la semana para tres empresas diferentes y llegó un momento que me dije 'basta ya', además mi trabajo no está bien pagado porque no hay revalorización en mi puesto de trabajo», explica Fernández. Por este motivo, constituye un caso de «autónomo obligado», como ella misma declara ya que, siendo una apasionada de su trabajo, no le quedó más remedio que «ponerse por su cuenta» si quería continuar ejerciéndolo. El día 13 tuvo que parar su actividad por completo, «es complicado hacer este tipo de teleterapia con niños y no quiero poner en riesgo a otros ni exponerme yo, por eso decidí parar y creo que hasta junio no podré retomar la actividad», confiesa.

En el caso de otros muchos jóvenes, «el reciclaje» ha sido fundamental para salir adelante, es el ejemplo del burgalés Raúl Arranz que tiene 33 años y que estudió Arquitectura Técnica en Burgos, una carrera que nunca llegó a ejercer porque, explica, «cuando terminé de estudiar en plena crisis tenía muy claro que trabajar de lo mío era imposible». Él ya se desenvolvía como camarero para costearse los estudios así que decidió continuar formándose en el ámbito de la hostelería.

«Esta crisis me ha pillado en un puesto de trabajo estable y ocupando un mando intermedio»

raúl arranz, organizador de eventos y protocolo

«Pasé por muchos restaurantes y hoteles, estuve en el sur y luego me fui a Madrid y desde hace seis años vivo en Barcelona». Durante los últimos años se ha formado como organizador de eventos, wedding planner y en protocolo. En la ciudad condal es donde más estabilidad laboral ha encontrado, «he tenido mucha suerte», reconoce, «esta vez, la crisis me ha pillado en un puesto de trabajo estable y ocupando un mando intermedio». El comienzo de la pandemia derivó en una rápida necesidad de adaptación y cambio constante, por lo que la cadena hotelera a la que pertenece Arranz, se acogió a la campaña de ERTEs pero, como el burgalés ocupa un mando intermedio, quedó exento de este. «Mi centro de trabajo cerró de manera indefinida y, durante las primeras semanas, los pocos empleados que quedamos realizamos tareas de guardia».

Él mismo pasó por sintomatología compatible con la COVID-19 tras ser reubicado en otro centro de trabajo de la cadena para alojar a personal sanitario, «estuve trabajando 15 días, hasta que tuve algunos síntomas de posible COVID-19 y me quedé en cuarentena durante otros 15 días», confiesa. Aunque nunca le realizaron la prueba y se reincorporó el pasado 1 de mayo «para seguir atendiendo a los sanitarios y para comenzar a preparar la reapertura de los hoteles con los nuevos controles y protocolos sanitarios establecidos».

También en hostelería, en la Ribera del Duero, trabaja David Izquierdo, «cocinero y pensador», como a él mismo le gusta definirse. Un joven que no ha dejado de reinventarse y que a sus 38 años regenta el restaurante El 51 del Sol junto a tres socios, local que se ha visto obligado a cerrar con la actual crisis del coronavirus. «Hace 21 años ligué mi destino a la cocina, cuando estudié en la Escuela de Hostelería de Soria y, mientras tanto, lo complementaba con un trabajo de extra en el Mesón de la Villa».

«Mi relación con la cocina siempre se ha centrado en la Ribera del Duero, nunca he querido irme a otro sitio porque aquí es donde me siento agusto»

DAvid izquierdo

«Hace diez años me pilló la crisis en otro restaurante, Los Rastrojos, y con mis socios unimos todas nuestras fuerzas para levantarlo, enfocándolo a grandes eventos, los banquetes, menús degustación y hostelería de celebración», explica Izquierdo. Hace cinco años nació el proyecto de El 51 del Sol, «sabíamos que iba a ser difícil», declara, «abrimos hace cuatro años con mucha inversión y ahora que remontábamos nos ha llegado esto, cerramos antes de que nos lo dijeran y hasta hoy». Ahora contempla el futuro con preocupación e incertidumbre, «no sabemos cómo hay que abrir, cómo será la vuelta».

Tanto Izquierdo como sus socios apuestan por los productos «del terruño», de cercanía. «Estábamos llevando a cabo un proyecto con productores locales, producto de cercanía y a la vuelta queremos dar aún más valor a lo que tengamos cerca y seguir con productos de aquí, de Castilla y León». Para Izquierdo esta etapa está siendo especialmente dura, pero extrae también conclusiones positivas: «El tema profesional me pesa mucho, tengo personas a mi cargo y una realidad empresarial determinada, pero estoy viviendo cosas muy bonitas con mi mujer y mi niño», concluye.

La precariedad en el trabajo social

Graciela Díaz tiene 34 años, finalizó en Burgos el Módulo de Integración Social y después se graduó en Educación Social. Cuando terminó el módulo empezó a realizar prácticas en una asociación emblemática de la capital a la que continúa vinculada, Saltando Charcos. «Una vez finalizadas mis prácticas, esta asociación me ofreció trabajo y comencé como educadora de un pequeño pero precioso proyecto para menores y jóvenes absentistas denominado Aula Abierta de la ciudad de Burgos«, recuerda. Pero duró poco, «a finales del año 2010 la Consejería de Educación decidió no apostar por este programa y suspendió el convenio. Yo aún así seguí como voluntaria en la asociación y empecé a trabajar de monitora para una empresa de servicios que gestionaba los programas de jóvenes en los Centros Cívicos».

«Es 2010 empezamos a notar la crisis, la administración empezó a privatizar los servicios sociales y a ofrecer puestos trabajo temporales y precarios»

Graciela Díaz, educadora social

Díaz asegura que fue en aquel año cuando más se empezó a notar la repercusión de la crisis en su sector: «La administración empezó a no apostar por el trabajo comunitario y a privatizar los servicios sociales, a partir de aquí son empresas las que gestionan este tipo de servicios. Estas ofrecen puestos de trabajo temporales, por horas y con contratos precarios como monitoras o cuidadoras, ya no se respetan los títulos profesionales y se baja el rango de los puestos, se precariza nuestro trabajo» .

Esta burgalesa explica que los pequeños proyectos que apuestan por la educación de calle y en comunidad, «fueron perdiendo sus convenios», empezando así «una lucha constante» por la supervivencia de estas entidades «que continuamos creyendo en la solidaridad y el apoyo mutuo, tratando de ajustar las intervenciones a las necesidades y realidades de las personas y del barrio y en sus contextos vitales».

Lamenta el mensaje que se lanza desde la Universidad, porque lo considera erróneo, «te siguen vendiendo el modelo de trabajo a jornada completa y sueldos desorbitados, pero eso no llega a ocurrir nunca, durante todos estos años la situación de precariedad laboral en el ámbito de lo social se mantiene».

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