«Hemos llorado mucho y las familias no son conscientes». Carmen Güemes y María Ángeles San Juan ponen voz a lo que han vivido y sentido los 72 trabajadores de la Residencia San Julián y San Quirce (Barrantes). Fueron veinte días muy complicados, que se ... les han hecho eternos. Entre el 23 de noviembre y el 10 de diciembre estuvieron luchando contra un brote de la covid-19, el primero que sufría la residencia tras nueve meses libre del 'bicho', que afectó a una treintena de usuarios (con doce fallecidos) y a algunos profesionales, aunque Carmen y María Ángeles se libraron.
«Ha sido duro, pero lo hemos conseguido superar», explica Carmen, una de las enfermeras del centro, que llegó en plena pandemia. Hace tres meses se incorporó al equipo de Barrantes, y sin miedo alguno pese al riesgo que conlleva la covid-19. «No me ha dado nunca miedo», afirma, «tampoco a estar en la zona covid. Respeto sí, pero no miedo. Creo que si te proteges como tienes que protegerte y tienes la cabeza fría, teniendo cuidado no te contagias». Y, además, defiende que en Barrantes se han hecho bien las cosas, de ahí la «impotencia» tras los primeros positivos.
La residencia se preparó contra el coronavirus antes de que se declarase pandemia. En febrero ya estaban comprando equipos de protección y se aplicaban medidas preventivas, recuerda María Ángeles, trabajadora social y unas de las coordinadoras del centro. Luego llegó el confinamiento, el cierre de las instalaciones y Barrantes pasó la primera ola sin positivos. Sin embargo, con la segunda ola no tuvieron tanta suerte y, a través de dos familias, que en sendas visitas no respetaron algunas de las medidas de seguridad, entró el virus.
Residencia San Julián y San Quirce-Barrantes
Residencia San Julián y San Quirce-Barrantes
María Ángeles recuerda que siempre han apostado por mantener las visitas, porque son un derecho de los mayores y les vienen bien. La dinámica no es tanto que la familia tenga derecho a ver al residente como que el residente tenga derecho a ver a sus hijos, «que es lo que más quiere en el mundo», por eso les ha costado tanto restringirlas, pero lo han hecho cuando ha sido necesario. Sin embargo, han detectado situaciones de poca responsabilidad, «que nos han dolido y nos han creado rabia e impotencia», pues han sido estas las que han llevado al brote.
«Las familias tendrían que habernos visto por un agujero para darse cuenta de lo que han podido provocar y lo que nos han hecho sufrir aquí dentro», comenta Carmen, quien recuerda que lo han pasado especialmente mal por no poder preveer el alcance del brote. «Yo he vivido con miedo, pero no a contagiarme, sino por ver hasta dónde podía el virus destruir», apunta María Ángeles, que no respiró tranquila hasta que vio que se frenaban los positivos. «Llegamos a perder la noción del tiempo. Se nos ha hecho muy largo», confirma Carmen.
Además, cada contagio y cada fallecimiento tenía nombres y apellidos, comenta María Ángeles, pues los usuarios son como de la familia, así que ha sido especialmente complicado ver cómo pasaban de tener síntomas leves a fallecer justo cuando parecía que iban a superar la covid-19. O cómo tenían que ser enviados al Hospital Universitario de Burgos por complicaciones. Tampoco ha sido fácil el aislamiento, aunque los usuarios en general han tenido un comportamiento «modélico», lo mismo que la plantilla, pues nadie se ha negado a entrar en la zona covid, matiza María Ángeles.
«He sufrido terriblemente con las perspmas que no podían entender la situación. Y duele el alma aislarles», explica la trabajadora social. Y es que, como es lógico, las personas con deterioros cognitivos severos que han estado contagiadas no entendían el por qué del aislamiento, sobre todo en los casos en los que los síntomas han sido leves. «Ha habido momentos duros, de sufrimiento», reconoce María Ángeles, pero como dice Carmen, ya lo han pasado y «los trabajadores hemos estado a la altura». Ahora miran con esperanza a la vacuna, que se la pusieron el 5 de enero.
Confinamiento
Y lo hacen pensando en los mayores, que son los que peor lo están pasando con la pandemia. Desde marzo tienen limitadas las salidas, solo han podido salir al patio y, en algún momento, a darse un paseo por la acera. Ya no es cuestión de respirar aire puro, comenta María Ángeles, es una cuestión psicológica, la sensación de estar encerrados. «A los mayores les quedan pocas cosas que desean», recuerda. «El tiempo lo miden de otro modo. Para nosotros este año pasará, y ya tendremos otras navidades. Ellos no saben si tendrán otras navidades», comenta Carmen.
Por ese motivo, a María Ángeles se le encoge el corazón cuando escucha que todavía hay gente que se escuda en que la covid solo afecta a los viejos, como si no fuéramos a llegar todos a mayores (o eso esperamos). «Es un sector de la población poco valorado. Son los grandes desconocidos y apartados. Son personas con dignidad», insiste, así que para la residencia son prioritarios. Las decisiones se toman pensando en su bienestar aunque algunas duelan, como cerrar las visitas para evitar contagios, más ahora que están con la vacuna y hay que hacer un último esfuerzo».
«Sabemos que nuestro trabajo es acompañar al final de la vida, lo que significa también acompañar al familias», reconoce María Ángeles. De ahí que en la Residencia Barrantes hayan facilitado a las familias que se despidieran de los mayores en sus últimos momentos de vida. También, en muchos casos, cuando el residente llegaba a su fin, las familias han pedido dejarlos en la residencia, evitando un traslado innecesario al hospital, «porque aquí iban a estar con alguien, sabían que no les iba a faltar el cuidado hasta el último de sus momentos», comenta el gerente, José María Acosta.
María Ángeles hace una defensa enérgica de las residencias de mayores. «Me ha dolido mucho que se haya hablado mal de las residencias. Es completamente injusto», afirma, recordando que son un sector que «tiene poco brillo». Lo mismo les ocurre a los trabajadores, a los que, a su juicio, se les ha maltratado con expresiones, juzgando sin conocer su trabajo y desconociendo el esfuerzo que hacen a diario por los mayores. En Barrantes ha habido información continua de la situación, «siempre se ha dicho la verdad y, cuando ha habido que llorar, se ha llorado».