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María prefiere mantener su anonimato aún, pero su historia puede ser la de muchas mujeres, parejas o familias, que en el momento que se suponía más feliz de sus vidas reciben la peor de las noticias. Perder a un hijo en el momento del parto, o en las primeras semanas de vida, es lo que se conmemora este 15 de octubre, Día Mundial de la Concienciación sobre la Muerte Gestacional, Perinatal y Neonatal.
«Siento la necesidad, tras sufrir la ruptura más intensa de mi vida, de poder ayudar a otras familias que el destino les ha deparado vivir y convivir con este dolor», explica María, quien perdió a su bebé tan solo unas semanas después de su nacimiento.
«Puedo contar cómo siendo madre de un bebé precioso, que nació un soleado día de julio, siendo mi primer embarazo, y habiendo puesto todo mi amor en la vida de mi criatura, en nuestro futuro juntos, y en una crianza llena de ilusión y expectativas, el destino decidió llevárselo un mes más tarde», relata.
Si algo tiene claro María es que la vida puede cambiar en un suspiro sin que nadie se lo espere: «No somos conscientes de cómo te puede cambiar la vida de un momento a otro, y cómo el mejor instante de tu vida puede convertirse en el peor y más duro que vas a vivir nunca. Cómo puedes llorar de alegría en el quirófano del paritorio tras ver a tu hijo por primera vez, haciendo piel con piel, acompañada de sonrisas bajo mascarillas y miradas de todos los profesionales que te han acompañado y tranquilizado en un momento de miedo e inmensa alegría a la vez, y al poco de esto, romper a llorar desconsolada de dolor, el dolor más intenso y profundo que alguien puede sentir».
Porque, además, la maternidad lleva aparejado no solo el deseo, sino también el plan de vida de quienes imaginaron cómo sería formar una familia, cómo sería coger por primera vez al bebé, llegar a casa con él en brazos y usar la cuna y el carrito que con tanta dedicación se compró. Y cuando esto no puede producirse el dolor se multiplica. «Cuando mi dulce bebé nació no tuve la oportunidad de vivir todo aquello que había soñado. Subir con él a la habitación, contar a todas las personas que me habían acompañado en este proceso lo feliz que era y lo orgullosa que estaba de todo lo que había logrado durante el periodo gestacional. Esas primeras horas que yo había soñado, las viví sin él», recuerda María.
Unas primeras horas tras el nacimiento que vivió «angustiada, triste e impotente por no poder hacer nada más». «Tuve que ofrecer a mi hijo una lactancia a distancia con lágrimas en los ojos, con incertidumbre y expectativas de una mejora breve. Doy gracias al hospital y a las personas maravillosas que me dejaron estar acompañada por mi madre y mi marido en mi ingreso, este dolor fue compartido y facilitó mi estancia y la herida que tenía de ver una cuna vacía».
El desenlace después de días de incertidumbre y lucha en el hospital, no fue el deseado o el que todo el mundo cree que debe ocurrir en estas situaciones. «Pero es verdad que la vida es caprichosa, que no elegimos como vivirla, sino que ella nos elige a nosotros para vivir este tipo de situaciones. Es complejo ir a contracorriente del mundo que nos rodea, ver cómo te roban al amor de tu vida para siempre y cómo crees que tu vida no va a poder seguir avanzando sin él», indica María.
Y tiene claro que «aunque no haya una tirita para curar esta herida, sí que es posible seguir caminando con menos dolor cada día». «Esta posibilidad la tenemos que buscar en nosotros mismos acorde a nuestros sentimientos y eligiendo lo que tu alma quiere y necesita. No es fácil escapar de esa ausencia ni pasar página, ya que, para mí, mi hijo va a vivir conmigo toda mi vida en mi recuerdo, pero también en mi día a día, en sus fechas señaladas y en la vida de sus futuros hermanos o hermanas. Y quiero honrarle y recordarle hasta mis últimos días. Lo más importante es aprender a vivir con este dolor», asegura María.
Porque quizás llegue un bebé arcoíris, que son los hermanos pequeños de aquellos bebés que fallecieron antes de nacer o al nacer, convirtiendo así a los bebés estrella en hermanos mayores, pero antes hay que transitar por el duelo de la pérdida. ¿Y cuánto durará este dolor? «La sociedad espera que los procesos sean largos, tediosos, escondidos u oscuros y, sin embargo, estos procesos pueden ser transitados desde un lugar con más luz de lo que estamos acostumbrados. Esto puede generar inquietud o asombro de ver cómo somos capaces de enfrentar el duelo sin seguir las etapas establecidas. Saber pedir ayuda es un proceso de libertad y de valentía y, en ocasiones, no es fácil», afirma María.
Cada persona es distinta y, como en infinidad de situaciones, no a todos nos sirven las mismas cosas: «A mí me ha ayudado sentirme merecedora del tiempo y el apoyo de las personas que han querido acompañarme en todo momento. Exponer mi vulnerabilidad me ha proporcionado la tranquilidad y el calor de sentirme arropada y sostenida cuando pensaba que no había salida. Un pilar fundamental es la comunicación en pareja, reconociendo y respetando los diferentes procesos de cada uno. Ambos podemos encontrarnos en el mismo momento de duelo, pero expresarlo o canalizarlo de forma diferente, validando estas emociones sin juicios ni culpas buscando el bien común y normalizando que cada uno exprese sus sentimientos como le nace. Desde las instituciones sanitarias en ocasiones ponen a disposición profesionales especializados para el acompañamiento psicológico, lo que sí es cierto es que hay que seguir insistiendo en la elaboración de protocolos y dotaciones profesionales para que todas las familias puedan disponer de este recurso».
Y si algo tiene claro María es que: «Si te ofrecen ayuda, di sí y si no, pídelo». «Hay un abanico muy amplio de recursos, y en tus manos está elegir el más adecuado para ti. No estáis solos, no estamos solos. Nuestros bebés cuidarán siempre de nosotros y alumbrarán nuestro futuro en la eternidad», finaliza.
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