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Nadie ha salido indemne de la pandemia de la covid-19. El duro confinamiento inicial, la desescalada posterior y la convivencia con el virus han dejado su huella, en especial en los colectivos más vulnerables de la sociedad. Y entre ellos se encuentran las mujeres ... que ejercen la prostitución, víctimas de trata y explotación sexual, cuya vulnerabilidad se ha visto agravada en este año y medio de crisis sanitaria.
«La pandemia supuso una paralización de la actividad para estas mujeres y que dejaran de generar ingresos, generando más deudas«, explica Consuelo Rojo, responsable del Proyecto Betania (Adoratrices Burgos). Se quedaron sin recursos para cubrir sus necesidades más básicas, aumentó su vulnerabilidad física y psicológica, su situación de precariedad y los contextos de violencia.
Y las adoratrices fueron su refugio. Rojo reconoce que han notado un aumento en el número de mujeres que han contactado con ellas, hasta el punto de que han llegado a verse desbordadas. Normalmente, el Programa Betania es el que se acerca a las mujeres para ofrecer apoyo, ayuda y asesoramiento pero con la pandemia han sido ellas las que han acabado acudiendo a las adoratices.
Llegaban con mucha angustia por su futuro y el de su familia, y con problmas para cubrir sus necesidades más básicas. Y se las ha atendido como siempre, con el refuerzo del Proyecto Atrapadas, que se puso en marcha precisamente por el impulso de organizaciones sociales como Betania para ofrecer un recurso residencial de mínima exigencia a todas aquellas mujeres que se habían quedado desamparadas.
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Ahora, año y medio después del estallido de la pandemia, el número de mujeres atendidas en Betania sigue siendo elevado. «No contactan con tanta urgencia» pero sí solicitan su ayuda. «Lo que nos preocupa es cómo están ellas, física y mentalmente, para seguir adelante», pues son mujeres muy vulnerables, no solo económicamente, apunta Rojo, ya que vienen de entornos de mucha violencia.
Desde las Adoratrices muestran su preocupación también por la deriva que está teniendo el consumo de servicios sexuales y la prostitución de la mano de las nuevas tecnologías. «Hace tiempo que detectamos un aumento de la explotación sexual a través de internet», explica Consuelo Rojo, de la mano del aumento del consumo de sexo en el mundo digital.
Sin embargo, lo que eran prácticas más o menos aisladas se han convertido en habituales tras la covid-19. En pandemia la demanda no ha decaído, solo se ha reinventado. La prostitución física se mantiene, pero la venta de servicios sexuales se ha desplazado al medio digital, al ser más accesible para el cliente, que además queda menos expuesto que en otros contextos de prostitución.
Eso sí, para las mujeres la exposición es incluso mayor. «Todavía es pronto para saber qué consecuencias va a traer esta deriva», explica Consuelo Rojo, pero de momento ya han recibido algunas denuncias de mujeres que, tras ofrecer sus servicios a través de internet o redes sociales, han visto cómo sus imágenes han acabando circulando, compartiéndose sin su consentimiento.
Del mismo modo que la prostitución y la trata se han reiventado para cubrir la demanda existente a través del medio digital, la delincuencia también se ha adaptado a los nuevos tiempos y los hombres son igualmente víctimas de estafas y chantajes en el entorno digital.
La Subdelegación del Gobierno en Burgos ha detectado un aumento de las denuncias de hombres que habían desembolsado hasta 7.000 euros tras haber consultado alguna página de contactos o contratado algún servicio sexual, pero sin que se llegase a materializar
Las estafas tienen un denominador común. Las víctimas recurrían a algún servicio de índole sexual, pero la persona contratada no acudía a la cita o simplemente el encuentro no se llega a cerrar. Sin embargo, días después otro hombre se ponía en contacto con ellos para exigirles el pago del servicio.
Los delincuentes que actúan en este tipo de estafas comienzan exigiendo pagos que rondan, y en algún caso superan, los 1.000 euros, si bien una de las víctimas detalló en su denuncia que realizó varios ingresos por un total de 7.000 en distintas cuentas bancarias. A la cantidad exigida por primera vez se van sumando otras peticiones acompañadas de coacciones y amenazas directas hacia la propia víctima, su familia e incluso su ámbito laboral.
De esta manera los estafadores se aseguran de que accedan a las exigencias del dinero que les demandan al temer por su propia integridad física y la de su entorno. Y consiguen que las víctimas no presenten denuncia por los hechos o bien que se demoren al hacerlo por vergüenza.
Del mismo modo, la pandemia ha hecho que la prostitución se haya desplazado de los clubes a los pisos, con un aumento de estos en los momentos en los que toda la actividad estuvo paralizada, y la consecuente consolidación. «Es una realidad incuestionable», admite Rojo, y recuerda que hay pisos de todo tipo. Algunos son un auténtico infierno y, en otros, las mujeres dicen sentirse con mayor libertad, aunque por ello no dejan de estar sometidas, controladas y vigiladas.
Ante esta realidad, Consuelo Rojo pide a la sociedad burgalesa más empatía y la capacidad de mirar de otra manera a las mujeres, que viven situaciones muy complicadas. Tanto es así que si la pandemia ha ayudado a algunas mujeres a dejar la prostitución, en otros casos ese deseo de avanzar se ha visto truncado o, incluso, se ha dado un paso atrás, volviendo a un mundo que se había abandonado tras quedarse en una situación de precariedad.
«Es muy fácil juzgar», apunta Rojo, pero no debemos olvidar que si existe una oferta es porque hay una demanda. Detrás de las mujeres que ejercen la prostitución o venden servicios sexuales se encuentran los hombres que pagan. Por ese motivo, también anima a reflexionar sobre qué le pasa a una sociedad en la que se siguen consumiendo estos servicios cuando se vive un momento de liberación sexual.
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