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La covid-19 se ha cobrado cientos de vidas en la provincia durante los últimos cuatro meses. Mientras se mantuvo en vigor el estado de alarma, el protocolo recomendaba «encarecidamente» incinerar a las personas fallecidas a causa del coronavirus, y también a aquellas que tuvieran ... síntomas compatibles en el momento de su muerte. Las cenizas de los difuntos se acumulaban en las funerarias esperando para poder ser enterradas y a las familias se les emplazaba entonces a celebrar el funeral cuando finalizara la emergencia sanitaria.
Tras una semana desde que acabara el estado de alarma, los enterramientos de estas cenizas en Burgos se han duplicado. «Raro es el día que no nos traen cenizas para enterrar, estamos haciendo por lo menos dos oficios diarios de personas fallecidas durante la pandemia», explica Saturnino Pérez, encargado general del cementerio de la capital. Y no es el único, en Aranda de Duero han llegado a realizar hasta cuatro diarios. Solo el pasado fin de semana tuvieron lugar dos funerales de personas fallecidas en los meses de marzo y abril. Eso sí, continúan las restricciones y por cada funeral solo pueden concentrarse 75 personas como máximo, tal y como explica Pérez.
«Es muy duro hacer esto después de tanto tiempo y con las cenizas, sin haber podido despedirnos en su momento», confiesa un familiar en la puerta del camposanto, que ha esperado dos meses y medio para dar sepultura a los restos de su madre. Mientras tando, los trabajadores de los cementerios recuperan su ritmo habitual y las visitas de los ciudadanos se retoman con normalidad.
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En Burgos, Pérez reconoce que durante la última semana ha habido «muchas más visitas de lo normal». En este sentido, cree que las personas que no han podido acudir durante el confinamiento, «aprovechan ahora para ir a dejar flores y para ver la tumba de sus seres queridos». Por otro lado, los empleados también han retomado cierta normalidad a la hora de realizar su trabajo, aunque sí han determinado una «zona de seguridad» para que los asistentes no se acerquen demasiado a ellos. «La gente tiende a acercarse mucho cuando depositas las cenizas en la tumba o el nicho, es normal pero no podemos dejar que se nos arrimen tanto», explica Pérez.
Durante los meses en los que se mantuvo en vigor el estado de alarma, el máximo de asistentes a los sepelios se reducía a tres. A esta medida se sumaba que los enterradores debían protegerse con un buzo, mascarilla, gafas, guantes. La distancia con el féretro era de cuatro metros y se delimitaba con vallas, para que ni los cargadores de la funeraria ni la familia traspasaran esa delimitación. Ahora los actos son menos restringidos pero el cuidado es el mismo, despidiendo al fin a los seres queridos, pero sin que ninguno de los presentes corra riesgos.
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