No están siendo meses sencillos para la comunidad educativa. La pandemia de la covid-19 ha puesto patas arriba el sistema de enseñanza con clases online o con métodos impensables hace menos de un año. Y se han adaptado. Alumnos, profesores, equipos directivos, padres... conviven ... ahora, como la sociedad, con el temor a un posible positivo que trastocaría el día a día de las clases. Ese miedo es real. Existe, pero los datos hasta la fecha dicen lo contrario y eso lo escenifica la coordinadora covid y jefa de estudios adjunta de la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Burgos, Sara González.
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«En las clases no hay positivos porque no hemos tenido nunca más de dos personas contagiadas y, cuando ha sucedido algún descontrol, es porque a veces se han juntado fuera grupos de amigos. En las aulas no ha habido contagios, eso es muy tranquilizador. Si hubiéramos tenido casos en las aulas, estarían afectadas varias clases y con muchos positivos. Y no se ha dado el caso. Se demuestra que hacemos bien las cosas», apunta la también profesora de Proyectos de Diseño de Moda.
Y todo esto cuando la capital mostraba el lado más duro de la pandemia, con una segunda ola más que virulenta en Burgos. «Esas semanas con mayor incidencia también se plasmaba en la Escuela de Arte. Todos los días teníamos alguna llamada, bien para comunicarnos un positivo o alguien que era contacto estrecho. Además, habíamos extremado las precauciones y todo aquel que tenía síntomas, tampoco venía», recalca González.
Esa es la situación que se ha escenificado en las últimas semanas en la capital burgalesa, pero realmente es con la que conviven profesores y alumnos desde que se decretó el estado de alarma en marzo. «Al principio, todo era complicado al estar confinados. Personalmente, como jefa de estudios adjunta, me supuso un trabajo muy grande durante el tiempo de confinamiento al renunciar gente a asignaturas, alumnos que no tenían medios tecnológicos... Es verdad que eso se hacía entre los tutores, pero teníamos que tener comunicación entre todos. A nivel personal, como profesora, la cosa fue bastante bien. Al principio hay algo de caos y no sabes cómo abordarlo. Tenemos herramientas muy buenas que nos han dado desde la Junta como el aula virtual o Microsoft Teams. Empecé con el aula virtual y me di cuenta de que no estaba funcionando, porque los alumnos se sentían solos. Necesitan algo más pautado. Cuando empezamos a hacer videoconferencias, cambió la actitud del alumnado: se sentían más atendidos, respondían mucho mejor y pudimos crear un clima similar al de un aula. Su opinión ha sido muy positiva y ellos dijeron que se sintieron atendidos», añade la coordinadora covid.
Con el verano el trabajo no cesó. Había que abordar la posible vuelta a las clases y los temidos protocolos covid. Ardua tarea que cambió a los pocos días tras las decisiones políticas de reducir el número de ratio de alumnos a 25 por clase. «Hay una dedicación detrás de todo esto que no se está viendo. Desde la Dirección Provincial de Educación nos pidieron un protocolo. Nosotros hicimos uno exhaustivo, que después nos tocó modificarlo. Al principio nuestra ratio para Bachillerato era de 30 alumnos, luego los políticos nos dijeron que tenía que ser de 25 como máximo y un metro y medio de distancia, por lo que lo adaptamos a contrarreloj. Aun así, el hecho de trabajar tanto en verano, nos facilitó las cosas», explica la jefa de estudios adjunta de un centro con 400 alumnos entre sus aulas.
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Y llegó septiembre y la vuelta a las clases. En el caso de la Escuela de Arte, el centro se dividió en dos unidades estancas. «Se entran por puertas distintas y no están comunicados el uno con el otro, ya que los pasillos están cerrados por paneles. Los grupos de Bachillerato no se mezclan con los alumnos de los ciclos formativos y de las enseñanzas de moda. Tampoco a las horas de entrada, salida o recreo. La Escuela de Arte tiene mucha demanda y las tres clases que teníamos en 1º de Bachillerato el año pasado se han desdoblado en cuatro. Y ahora en Primero hay cinco grupos. Además tenemos un protocolo muy marcado de desinfección de pies en un felpudo, toma de temperatura y desinfección de manos. Asimismo, hay gel en todas las clases y en otras tenemos fregaderos y jabón. Entre clase y clase y en los recreos, hacemos ventilación de aulas», detalla González.
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A todo eso se suma la distancia social en las aulas. «Lo que más nos cuesta, como es mi caso, es cuando vamos a ver los trabajos de los alumnos. Trabajan con un cuaderno grande y con tejidos propios. Las profesoras antes ayudábamos, cogíamos el lápiz, tocábamos las cosas, les enseñábamos a emplear los materiales... La revisión se hace a distancia y es difícil porque nos estamos continuamente desinfectando las manos», apostilla la coordinadora covid del centro, que también ha adaptado sus contenidos a la enseñanza telemática. «Hay muchas cosas que no han estado durante el confinamiento como los trabajos en grupo o mostrar en clase cómo se hace una determinada cosa. En Diseño de Moda materializas. Del papel se vuelca a la realidad. Al final buscas vídeos o los haces. Yo hacía las prácticas en casa y las iba grabando o haciendo fotos. Me intentaba adelantar a las dudas y hacía una especie de preguntas frecuentes y funcionó bien. Al nivel de materiales pasaba lo mismo, porque había gente que no se encontraba cómoda comprando los materiales online», continúa.
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Mucho trabajo para la comunidad educativa, pero con un resultado: «Lo importante es que hemos seguido atendiendo a los alumnos», concluye Sara González.
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