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Las cifras de Sonorama son apabullantes: un presupuesto de 4,5 millones, cerca de 30.000 asistentes diarios, un impacto económico directo de diez millones en la localidad... y decenas de personas en la trastiendo. Estos son algunos de los protagonistas que hacen posible la ... celebracion del festival.
En 1998, Javier Ajenjo, junto a Susana Vicario, puso en marcha Sonorama. Ambos tenían una tienda de discos en Aranda llamada Planeta Sonoro. Como la empresa no iba bien, por sus innovadores gustos musicales, se les ocurrió hacer un festival para salvar el negocio. Solo fueron 300 asistentes a la antigua plaza de toros. «Al final, tuvimos que cerrar y afrontar un préstamo de diez años por las pérdidas del festival. Una chuletada que organizamos el día después para agradecer la ayuda se convirtió en el nacimiento de Art de Troya y aquí estamos», desvela.
La Asociación Art de Troya es el alma de Sonorama Ribera. Un colectivo cultural sin ánimo de lucro formado primero por un grupo de amigos, que ha ido creciendo hasta sumar en la actualidad 190 socios. Todos ellos voluntarios, se dedican a la coordinación de las diversas áreas del festival. Han visto crecer durante un cuarto de siglo el evento, que se ha ido profesionalizando, pero sin perder su esencia de siempre. «Nos sentimos orgullosos de que el nombre de nuestra ciudad sea protagonista durante tantos días gracias a Sonorama», afirma.
Coordinar la presencia de 250 bandas no es tarea fácil, menos si se reparten en un decena de escenarios situados en distintos puntos. Cientos de músicos y staff técnico y muchos horarios que cumplir. El secreto consiste en trabajar como si existieran varios festivales dentro del gran festival que es Sonorama. «De alguna manera trabajamos como que hubiera tres festivales. En el recinto, en el centro de Aranda, en la zona de 'Pool Party' y cámping», explica De la Fuente, que este año retoma el pulso de Sonorama una vez superada la pandemia.
Es la persona en la sombra, pero una pieza fundamental e indispensable en todo el despliegue logístico. Está al mando de cada paso que se da al levantar esa gran infraestructura que conforma el festival. Con 400 personas a su cargo, coordina la labor de las diferentes empresas que dotan de los materiales imprescindibles para que Sonorama sea realidad. Entre hierros, vallas y cuadros de luces ha transitado su vida laboral en las últimas semanas. «Estamos en la recta final y dando los pasos necesarios para que el 25 aniversario sea el mejor de la historia del festival», indica.
Está al frente de las barras del festival. Un total de 250 camareros trabajan para servir las bebidas a miles de asistentes, uno de los servicios fundamentales para el buen desarrollo de la cita, tanto a nivel de satisfacción de los asistentes como de equilibrio económico del festival. Hay un total de ocho barras dentro del recinto, a las que se suman las situadas en la zona vip y en el backstage y en otras zonas, como la 'Pool Party' o el escenario Charco. «Es complicado organizar turnos, refuerzos, trabajamos mucho, pero al final formamos una gran familia», afirma.
En la zona de 'market' se recuperan fuerzas para seguir disfrutando de la música o darse un capricho. El área se divide en dos zonas: restauración y mercadillo. En los espacios de comida, se contempla una veintena de propuestas. Hamburguesas, pizzas, carnes a la brasa, comidas veganas y vegetarianas, crepes y hasta una churrería.
Más información sobre Sonorama Ribera
«Todos pasan unas normas de higiene, información de alérgenos. Hay mesas y bancos para comer a gusto», detalla. En cuanto al mercadillo, hay otra veintena de puestos con bisutería, chapas, camisetas o ropa de bebé».
Es el responsable de alrededor de 60 voluntarios que prestarán su apoyo en la celebración de Sonorama Ribera. Su mayor función se encuentra en el escenario de la Plaza del Trigo, el más famoso del festival y situado en el casco histórico. El control de accesos, el cumplimiento de los espacios libres para las salidas de evacuación, la información y ayuda ante cualquier percance son algunas de las listas de sus tareas. Uno de sus trabajos más conocidos y aplaudidos es «refrescar con una manguera al público de la plaza del Trigo que a, a mediodía, nos lo pide a gritos».
Una treintena de voluntarios de Cruz Roja realizarán diariamente las labores preventivas sanitarias. En jornada diurna se cuenta con dos puestos fijos en el escenario del Trigo y varios repartidos en otros escenarios del centro, camping y la 'Pool Party'. También con el apoyo de tres ambulancias. Por la noche, en el recinto, se despliega un pequeño hospital de campaña con servicio permanente de médico y personal de enfermería. «Para el carácter multitudinario, se hacen servicios, pero no son demasiadas contando con todo lo que tenemos».
Una decena de personas llevan las riendas de la vertiente solidaria del festival, con varias acciones. Están los bonos 'Charity' (1.290), que se reparten entre diferentes asociaciones de Aranda. En el recinto del festival se ubica la calle 'Para cambiar el mundo', donde se encontrará el 'punto morado' contra de la violencia de género. Además, hay una venta de jamón solidario gracias a la empresa 'Los Finos' a favor de la ONG del chef José Andrés. «Es muy importante que el festival no pierda esta vertiente solidaria, la ayuda a los demás tiene que estar presente aquí».
Ir a un festival y llevarse un recuerdo conmemorativo de esa cita. Ese es un imprescindible para muchos de los asistentes a una cita musical. Un equipo de treinta voluntarios se turna para que el acceso al 'merchandising' del festival este abierto a todos. La oferta incluye desde camisetas y gorras hasta otro tipo de recuerdos que permitan al visitante al Sonorama recordar que acudió allí en una edición tan especial como esta, la del 25 aniversario . «Nos dedicamos a hacer felices a los sonoramas con recuerdos», aseguran Jorge y Valenciano.
Veintitrés voluntarios y tres charangas amenizan las parte más popular de Sonorama y la que da a conocer esa cultura del vino de la ciudad. Los almuerzos en las bodegas subterráneas, unas construcciones medievales situadas a más de diez metros de profundidad, donde hace siglos se conservaban las cosechas del vino. Dos mil personas disfrutan de esos almuerzos en tres bodegas subterráneas, a base de productos típicos de la zona: morcilla de aranda, chistorra y vino de Ribera del Duero. «Es una manera de llevar a los asistentes del festival a nuestra historia vinculada al vino y a nuestra gastronomía más típica», dice Alejandro Rojas, coordinador de comidas.
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