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La esclerosisis múltiple es una enfermedad neurodegenerativa de origen desconocido que afecta al sistema nervioso central y que ocupa los primeros puestos en afecciones neurológicas incapacitantes. En la actualidad afecta, aproximadamente, a unos 60.000 españoles, aunque cabe destacar que el número de mujeres con ... esta dolencia es bastante superior al de hombres.
Probablemente la mayor dificultad a la hora de abordar esta enfermedad, tanto para el profesional sanitario como para el paciente, es que todavía no existe ninguna cura, sino una serie de veinte tratamientos diferentes que intentan paliar la sintomatología de manera más generalizada o específica, en función de cada caso. Y es que la esclerosis múltiple «es una enfermedad muy heterogénea» y, por ende, dar con el tratamiento adecuado desde el origen puede resultar una labor muy complicada. O al menos, hasta hace unas semanas.
El equipo de investigadores del Hospital Nacional de Parapléjicos, liderado por el científico mirandés Diego Clemente, ha encontrado un biomarcador que ayuda a predecir la eficacia de un fármaco para tratar la esclerosis múltiple. Un hallazgo al que damos su merecido protagonismo en una fecha señalada como este 18 de diciembre: Día Nacional de la Esclerosis Múltiple.
Conscientes de la necesidad de aportar al profesional de la neurología las herramientas adecuadas para fomentar las decisiones terapéuticas oportunas en cada paciente, los investigadores del Laboratorio de Neuroinmuno-Reparación del Hospital de Parapléjicos formularon una hipótesis cuyo planteamiento ha sido corroborado por la propia experimentación científica. En efecto, las células mieloides supresoras, reguladoras del sistema inmunitario responsable de controlar la inflamación para que esta no resulte perjudicial para el organismo, constituyen un biomarcador que contribuye a predecir la eficacia del fingolimod, un fármaco para la esclerosis múltiple.
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Celia Miguel
«Por distintos datos que existían en la literatura científica y por datos previos de nuestro laboratorio, que demuestran que los animales que tienen muchas de estas células tienen una enfermedad menos agresiva, planteamos la hipótesis y la respuesta fue afirmativa», explicaba Clemente. Para ello, se analizó la sangre de ratones a los que se les había inducido la esclerosis múltiple experimental al inicio de sus síntomas y antes de ser tratados con fingolimod. Los resultados mostraron que el nivel de células mieloides supresoras en sangre permitía predecir la respuesta y la eficacia del fármaco en cada ratón.
Habiendo comprobado la eficacia en roedores, hubieron de estudiar en pacientes los resultados obtenidos. Así, establecieron una colaboración con diferentes hospitales —el Ramón y Cajal de Madrid, el Donostia de San Sebastián y el Vall d'Hebron de Barcelona— que les enviaron hasta treinta y una muestras de pacientes de Esclerosis Múltiple antes de ser tratados con fingolimod.
Un año después del inicio del tratamiento, los datos clínicos de los participantes en el estudio demostraban que aquellos pacientes con más células mieloides supresoras habían respondido mejor al fármaco porque en el transcurso de un año no habían padecido más brotes, sufrido nuevas lesiones o incrementado el grado de discapacidad. En los casos adscritos a la hipótesis se cumplían al menos dos de esos tres criterios.
«Lo que habíamos visto en los ratones se cumplía por lo menos en estos treinta y un pacientes», resumía el científico. Un hallazgo que no habría sido posible sin la iniciativa de Celia Camacho Toledano, doctoranda de tercer año que, bajo la supervisión de su tutor de tesis Diego Clemente, es la primera firmante del artículo publicado en la revista Journal of Neuroinflammation.
Trascendiendo el plano médico del descubrimiento, Diego Clemente ha confesado que la verificación de la hipótesis «fue un hallazgo muy grande porque demostraba que la estrategia que tenemos en el laboratorio para orientar las preguntas hacia la resolución de problemas de salud se cumplía». Así, se corrobora que, en un laboratorio donde se individualiza el seguimiento de cada roedor en pos de promover los paralelismos con los pacientes, los resultados son los esperados. «Para nosotros ha sido muy importante ver que la manera en la que nosotros estudiamos a los ratones es la correcta», apostillaba.
Ahora, explicaba Clemente, continuarán inmersos en sus cuatro líneas de trabajo principales: la búsqueda de biomarcadores que predigan la severidad del curso clínico de la enfermedad, las posibilidades del transplante de células mieloides supresoras como terapia celular en pacientes con enfermedades muy agresivas, la búsqueda de terapias para la regeneración de las lesiones, así como la investigación relativa a nuevos fármacos relacionados con la Esclerosis Múltiple.
Sin embargo, para que todas las investigaciones den su fruto, no cabe duda de que la inversión en ciencia es más que necesaria. Y es que el hecho de que todavía existan multitud de enfermedades como la esclerosis múltiple que, a pesar de afectar a grupos poblacionales de considerable tamaño, no tienen cura es un claro indicador de que «la investigación no ha sido suficiente». Es triste, pero tal y como lamentaba Clemente, en España la ciencia todavía está bastante precarizada y escasamente reconocida. Por eso, más allá del aplauso esporádico en fechas como la de hoy —Día Nacional de la Esclerosis Múltiple— es importante que cada día se valore, sobre todo desde las instituciones, esta profesión de vital importancia.
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