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Ainhoa de las Heras
Miércoles, 21 de agosto 2024, 13:45
Medina de Pomar, una localidad de Burgos de unos 5.800 vecinos, ha sido testigo estos días de un suceso trágico y curioso. Allí, Gaizka, un ertzaina que estaba de vacaciones en este pueblo, fue agredido cuando detenía a un ladrón. Finalmente, la Guardia Civil pudo detener, gracias a su actuación, al ladrón y al hombre y la mujer que agredieron al ertzaina.
Como miles de vizcaínos, Gaizka se encontraba de vacaciones en Medina, una localidad de Las Merindades cercana a esta provincia del País Vasco. Había ido a la piscina con su familia. Regresó de esta en moto mientras su familia lo hacía en bicicleta. De allí se dirigió al centro de Medina, donde había quedado con unos amigos para tomar algo.
A finales del mes de julio, otro ertzaina también sufrió un suceso con dos ladrones que intentaron asaltar su casa en Treviño. El hombre, finalmente, fue también detenido por disparar a los asaltantes para no ser arrollado cuando estos huían en un vehículo.
Eran aproximadamente las 19 horas del pasado 10 de agosto. A la altura del edificio de Correos, en la avenida de Burgos, Gaizka vio a un señor tumbado en el suelo y a una mujer a su lado pidiendo ayuda. El agente se encontraba fuera de servicio, pero recuerda que la señora gritaba: «¡El de negro!», señalando a un joven que corría, según informa el periódico El Correo.
Supo entonces que este joven que corría, en complicidad con otro, había arrancado la cadena de oro del cuello al hombre que yacía en la acera y lo había arrastrado por el suelo. El tirón le provocó fuertes heridas en el cuello en forma de quemadura. La víctima, un jubilado de 70 años, había regentado una librería en Medina y ejerció también como juez de paz. Ha confesado este hombre que llegó a pensar que «me arrancaban la cabeza», por la fuerza que emplearon en el asalto.
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Gaizka siguió a uno de los ladrones, cada uno había escapado hacia un lado. También se unieron a la persecución los cuatro ocupantes de un coche que habían presenciado la escena. «A unos 500 metros, entre los cinco conseguimos darle alcance, pero él se giraba y hacía como si se sacase un cuchillo o una navaja del bolsillo». El ertzaina, veterano, de la 22 promoción, acostumbrado a este tipo de situaciones, aconsejó a los jóvenes que «no se acercasen a menos de tres metros porque con un arma blanca podía limpiarles el forro».
«Soy policía. Sácate las manos de los bolsillos y échate al suelo», le insistía el ertzaina en voz alta, pero el individuo seguía con su «ademán de sacar una navaja». «Iba andando hacia atrás y nosotros manteníamos la distancia. Yo llevaba además un casco en la mano. Así no podíamos enfrentarnos».
Cuando llegaron al Mesón Inesita, uno de los chicos del coche que se había unido a la persecución cogió una silla de plástico de la terraza y se la lanzó al delincuente. «Aún no sabíamos si tenía pincho», explica Gaizka. Entonces, «sacó las manos de los pantalones para evitar que le alcanzara y aproveché para abalanzarme sobre él», recuerda el policía. «Caímos al suelo y la gente que lo había visto todo empezó a sacudirle. Le daban unas patadas de la leche. 'No le peguéis más', les advertí».
Sin embargo, la historia dio otro giro. «Empezaron a salir los clientes del bar, que no sabían de qué iba la historia, y creyeron que se trataba de una pelea». Pese a que Gaizka y el resto de testigos les advertían de que era policía y que se trataba de un ladrón que había arrancado la cadena de un tirón a un jubilado, algunos «no entraban en razón». En concreto, una señora y un hombre vestido con una camiseta roja sin mangas. Llegó a decirle que le «daba igual que fuera policía».
«Lo aparté un par de veces, la segunda cuando me quería escupir, y perdió los papeles, me pegó tres o cuatro puñetazos en la cabeza». El dueño del local salió de la barra e intentó separar al hombre, cada vez más enfurecido, para que no apaleara al agente como parecía ser su intención. También una señora, que «debía conocer a los ladrones», le asestó patadas y puñetazos. La mujer sacó su teléfono móvil y empezó a grabar la escena mientras le increpaba llamándole «racista» y «mentiroso». «A ver, ¿dónde está la cadena?», le espetaba.
En la huida, el ladrón había tirado el botín, dos cadenas de oro, entre dos coches. Uno de los perseguidores, que vio cómo se deshacía de ellos, había recogido los dos collares y se los devolvió a la víctima. Un amigo del tironero amenazó de muerte a Gaizka. «Te conozco del gimnasio. No aparezcas por allí», le espetó, seguido de una serie de insultos.
El ertzaina acudió a un centro médico. Según el parte de lesiones, sufre «cervicalgia, contractura de espalda, contusiones en codos y piernas y rasponazos», además de dolor de mandíbula. «Aún me duele cuando mastico», a causa de las agresiones y el forcejeo. «Aguantaba los golpes mientras agarraba al ladrón. No sabía si tenía un cuchillo con el que podía ponerme fino a mí o al que pillara. Se me hizo eterno», suspira ahora.
En medio de la trifulca, un joven se acercó a Gaizka y le informó de que era guardia civil y de que iba a dar aviso. Una patrulla de la Guardia Civil detuvo al ladrón. Se celebró juicio rápido al día siguiente y entró en prisión. También pesaba sobre él y su compinche otra denuncia por dar una paliza momentos antes del robo a uno de sus compañeros de piso. También el hombre y la mujer que habían agredido al policía fuera de servicio fueron arrestados por el ataque.
Dos compañeros de la unidad de Tráfico Bizkaia acompañaron al agente para darle apoyo tanto al centro médico como al cuartel donde compareció. Los guardias le dijeron que éste había sido «el primer tirón de la historia de Medina». El suceso ha «escandalizado» a los vecinos del tranquilo municipio burgalés. Gaizka no pudo meterse a la cama hasta pasada la una de la madrugada. El hombre agredido le ha mostrado su «agradecimiento» y desde distintos sectores se ha reclamado un reconocimiento público. «Es muy triste. Imagínate que es tu padre o tu hijo. Y eso que fue una detención limpia, no tenía ninguna lesión», se justifica el policía.
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