Una vez que abandonas la carretera nacional N-234, en sentido Soria, y te adentras hacia esos pequeños pueblos de la Sierra de la Demanda como son Huerta de Arriba, Vizcaínos o Barbadillo del Pez, llegas a un lugar en el que la despoblación no ... es el título de una conferencia, es el día a día. Aquí no solo se habla de despoblación, aquí se vive. Pérdida de habitantes, envejecimiento, migración de jóvenes son palabras que aquí se sufren en carne propia.
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Sus vecinos están deseando hablar del tema. Lo mismo un pastor con el que paras a hablar porque te lo encuentras en la orilla de la carretera con su rebaño de ovejas y sus perros, como el panadero ambulante, los farmacéuticos o el hombre más joven del pueblo. Y quieren hablar del tema porque quieren ser escuchados. Uno de los problemas que se repiten en estas conversaciones es la lejanía de las políticas. «Se habla mucho de la España vaciada, pero se habla más de lo que se actúa», dice Salvador Arreba, panadero y de Barbadillo del Pez. Silvia Rodrigo, vecina de Huerta de Arriba, también lamenta esto: «nos llenamos la boca con la despoblación, pero a la hora de hacer, nadie hace nada. Las subvenciones son parches que ayudan un tiempo, pero un proyecto de vida es a largo plazo».
Pero el planteamiento ya es erróneo desde la base, la despoblación no solo afecta a estos pueblos, no se puede entender esto como un conflicto de fronteras entre el medio rural y el urbano. Lo que ocurra en un lado afectará al otro. Las cabeceras comarcales y las capitales de provincias pequeñas, como es el caso de Burgos, pierden población. En 10 años, Burgos ciudad ha perdido 5.200 vecinos, por ejemplo, según datos del INE. La provincia tocó techo en términos poblaciones hace una década, con 375.657 habitantes. Desde entonces ha perdido más de 19.000 habitantes.
El empleo en esta comarca de Burgos ha estado vinculado principalmente a la ganadería, no es una zona con grandes extensiones agrícolas. Pero en una tierra de pastores y ganaderos, los pueblos pueden contentarse si cuentan aún con una de estas profesiones. Francisco Javier Sebastián es el pastor de Vizcaínos y advierte, cuando él se jubile no va a quedar ninguno. No hay relevo generacional para estos trabajos. «Hace unos 20 años había varios pastores y una decena de jóvenes en el pueblo», recuerda.
Él vivió aquí hasta que se casó y tuvo hijos, fue entonces cuando se mudó a Salas de los Infantes, la cabecera comarcal. En este sentido, Javier resalta que, si se potenciaran las localidades cabeza de comarca, como Salas, «si se creara trabajo allí mediante más servicios o industria, se podría vivir allí y en estos pueblos. No estamos lejos. Para mí es lo más cómodo, por el colegio y los servicios, vivir en Salas y venir aquí todos los días. Pero la gente se ha tenido que ir, se necesita más industria en esas cabeceras comarcales», remarca.
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Y es que, al final, es el trabajo lo que atrae y asienta población. Julia Castrillo y Félix Cardero vivían en Salas de los Infantes hasta que sus hijos acabaron sus estudios allí. Se mudaron a Barbadillo del Pez, pueblo de Félix, y allí viven. Pero no solo están ellos, también está su hijo Diego, un joven menor de 30 años, de lo más jóvenes que viven en el pueblo. Y está allí porque tiene trabajo. Él ha querido continuar trabajando con su padre y no les falta el trabajo por la zona.
Pero el trabajo también tiene que ser de calidad, no todo vale con la excusa de que la gente quiera quedarse en el pueblo. En julio hará un año desde que Silvia Rodrigo abriera su tienda en Huerta de Arriba. Ella llegó al pueblo desde Barcelona y anteriormente trabajó en una residencia de ancianos en la zona, «pero no era un trabajo en buenas condiciones». Así que se ha tenido que crear el suyo.
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Potenciar las cabeceras de comarca, facilitando la instalación de empresas, industrias o servicios que generen empleo es una idea que se repite entre estos vecinos. Aunque el trabajo se genere en la cabecera comarcal, el resto de pueblos no están tan lejos como para vivir allí y desplazarse a Salas, «en una gran ciudad, como Barcelona, tardaba hora y media para ir al trabajo, estas distancias no son tan grandes», explica Silvia.
Sangría poblacional
Gabriel de la Iglesia Clara Matute
Parte de los ingresos municipales procede ahora de los cotos de caza y pesca, pero son actividades que también han caído. Además de ser estacionales, no son ingresos continuos. Al igual que el turismo natural. Hay muchas rutas de senderismo y BTT por la zona, pero es difícil canalizar eso hacia una generación de ingresos continua. Julia y Félix tienen una casa rural en Barbadillo del Pez y reconocen que es un negocio estacional. «Desde Semana Santa está cerrada, esperamos a que llegue el verano, pero todavía no hay mucho», explica Julia.
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Y es que el medio rural no es el mismo lugar en verano que en invierno. «Yo veraneaba aquí, pero la vida no es igual en invierno. El verano es muy bonito, pero el resto del año es difícil y se hace largo», reconoce Silvia en su tienda de Huerta de Arriba. Ella sigue intentándolo, pero reconoce que hay días en invierno que hace una facturación irrisoria, «la luz sube, la cuota de autónomos, seguros. Si no tuviese el colchón familiar, esto sería inviable», explica. Y es que el local donde tiene la tienda y la vivienda es familiar.
Y es que esta es la realidad del medio rural, la que transmite la gente que vive el entorno, sin discursos optimistas que rozan lo irrealizable ni pesimistas acomodados. «El primer invierno en el pueblo se me hizo duro. Tenía miedo de si nos pasaba algo, cómo vendría la ambulancia, circular por carretera. Ahora estamos bien», añade Julia desde Barbadillo del Pez.
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Las carreteras de esta comarca son peligrosas en invierno, por la nieve, el hielo, agua o los animales. Hay que circular con cuidado. Excepto algún tramo, no están mal asfaltadas, pero son estrechas y las curvas acompañan, al igual que esos rebaños que no conocen paso de cebra. Y es que las carreteras son la vía por donde llegan los servicios a estos pueblos.
El médico acude al consultorio, en algunos casos a demanda y en otros algunos días fijos, por estas vías desde el centro de salud de Salas de los Infantes, por ejemplo. Por aquí llegan también los vendedores ambulantes con la comida. Salvador Arreba vende el pan por la zona, es otro de los pocos jóvenes de Barbadillo del Pez, y reconoce que esto «más que un negocio es una labor social. En invierno igual hay días que vendes 10 piezas, pero también tenemos negocio en Salas y vendemos en Burgos».
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Julia explica que algunos productos sí son más caros en la venta ambulante, pero «te los traen a la puerta de casa, el coste del desplazamiento hay que pagarlo. Además, son un servicio esencial para estos pueblos, es necesario apoyarlos para la continuidad de la vida en el pueblo».
En la misma línea se mueve Silvia. Para su tienda de Huerta de Arriba con una competencia, pero entiende que para los pueblos que no tienen ninguna tienda, son muy útiles. Huerta de Arriba es una excepción en la zona, tiene dos tiendas y dos bares abiertos.
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Dentro de estos servicios destaca la farmacia. Para toda esta zona está la farmacia de Barbadillo del Pez. José Ignacio Hernández, conocido por todos como Nacho, y Belén González-Santander son los dos farmacéuticos. También son importantes en su caso las vías de comunicación. Las carreteras porque ellos viven en Salas y se desplazan hasta aquí, pero también porque recorren estas vías para llevar hasta las casas los medicamentos.
Nacho y Belén se conocen el nombre de todos sus clientes, no hay trato más cercano. Son conscientes de la importancia que tiene su farmacia para la zona, «aporta seguridad a los vecinos tener este servicio aquí y para nosotros el fin es el paciente».
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A la farmacia llaman los clientes con los medicamentos que precisan, en muchos casos no sería necesaria esta llamada. Belén y Nacho conocen el historial y la medicación de sus clientes. Ellos preparan los pedidos y los llevan hasta las casas de estos pueblos, «la de situaciones curiosas que he vivido en la carretera durante los más de 30 años que llevamos aquí», reconoce Nacho. Reciben medicamentos diariamente, los suministran y también, incluso, hacen de intermediarios entre paciente y cliente. Hay que tener en cuenta que son una figura cercana y de confianza para vecinos que, en muchos casos, son de avanzada edad.
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