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Paula Vanina Luna y Carlos Alberto Lorenzetti son, desde hace unos nueve meses, los nuevos vecinos de un pequeño pueblo de Burgos, Huerta de Abajo, de unos 70 habitantes censados. Son argentinos y, después de trabajar y vivir en varios puntos de España y Europa, sienten que aquí, en el medio rural burgalés, es donde han encontrado su sitio. Y su empleo. En junio de 2024 adquirieron el bar y restaurante que había cerrado.
Desde el 28 de junio lo regentan junto a su hijo, Lautaro Tron, y su sobrina, Nicole Chaves. «Después de malas experiencias en la primera visita a la provincia, hemos creado muy buena comunidad con los vecinos. Somos ya como una gran familia, nos volcamos los unos con los otros porque estamos todos los días juntos. También tiene que ver con nuestra personalidad, somos personas que nos gusta estar con la gente, hablar», reconoce Paula.
Paula Vanina Luna
Llegaron a Burgos desde Mallorca, donde ya no aguantaban más. Paula cree que «si en Mallorca hubiéramos puesto un bar, no habríamos sido uno más como aquí, tendríamos que haber puesto un bar para turistas, no hubiese podido ser para la gente local. De todos los sitios de España donde hemos estado, donde mejor nos han recibido ha sido por el norte», añade.
Lo que buscaban era vivir en un sitio donde cuando alguien entra al bar se sepa lo que va a tomar. Y eso lo han conseguido. Saben lo que toma cada clientes, también sus nombres. «Eso la gente lo agradece un montón. Se ha hecho muy buena comunidad», reconoce Carlos.
@burgosconecta 🌿 Paula Vanina Luna y Carlos Alberto Lorenzetti son, desde hace unos nueve meses, los nuevos vecinos de un pequeño pueblo de #Burgos, Huerta de Abajo, de unos 70 habitantes censados. 👩🏻🌾🧑🏻🌾 Son argentinos y, después de trabajar y vivir en varios puntos de España y Europa, sienten que aquí, en el medio rural burgalés, es donde han encontrado su sitio. Y su empleo. 📍En junio de 2024 adquirieron el bar y restaurante que había cerrado. #rurallife #Burgosconecta ♬ sonido original - BURGOSconecta
El recorrido vital de Paula y Carlos hasta llegar a Huerta de Abajo es largo y está plagado de paradas en el camino, otros puntos donde han trabajado y que les han dotado de experiencia, pero también del conocimiento y la certeza de qué es lo que querían para su familia.
Paula y Carlos se conocieron por una amiga común, se separaron y en esas volteretas que da la vida se volvieron a juntar en el momento adecuado en Argentina. Desde entonces, no se volvieron a separar, sentimentalmente hablando. Pero antes de eso, Carlos ya había vivido en Europa. Comenzó su andadura en Valencia, fue conociendo España con una feria de comida. Estudió cocina en Mallorca y después trabajó en Finlandia, Inglaterra… Hasta que regresó a Rosario y se reencontró con Paula. «Yo me regresé a Europa, pero el amor había sido tan fuerte que desde aquí la llamé y seguimos hablando. Mantuvimos el contacto hasta que le dije que quería continuar con ella, pero la distancia no servía», recuerda Carlos. Ahí fue cuando le propuso matrimonio. «Le dije a mi hijo: «mira, Carlos me pidió casamiento». Y me dijo: «si vos sos feliz, yo también». Fue un poquito así loco. De hecho, cuando fui al Registro la chica me dijo: «¿pero vos estás segura que él va a venir?». Y sí, se casaron y tras un año a distancia Paula se vino a Mallorca con Carlos. Después se fueron para el País Vasco, trabajaron en Vitoria y vivían en La Puebla de Arganzón. De ahí se fueron a Alemania donde estuvieron casi dos años. «La situación no era fácil y regresamos a Mallorca», reconocen. Allí estuvieron cuatro años. Carlos siguió formándose en cocina. En Mallorca iniciaron un negocio de asados, que funcionaba bien, pero al llegar la pandemia, tuvieron que cerrarlo.
Antes de acabar desembarcando en Burgos, Carlos trabajaba como cocinero de yate en Mallorca. «Un trabajo duro, me obligaba a estar mucho tiempo fuera y las condiciones no eran las mejores. Te exigía estar las 24 horas del día disponible cuando estabas en el yate», reconoce Carlos. Paula tenía dificultades para encontrar trabajo en Mallorca, allí es todo muy estacional, orientado al turismo. Fue al regreso de un viaje a las Bahamas, al que Carlos tuvo que ir para trabajar en el yate cuando se plantearon que tenían que cambiar.
«Renuncio al trabajo, Pau, vos no podés seguir así, yo no puedo seguir así. Vámonos de vacaciones. A mí siempre me dijeron que la zona de Burgos es preciosa, conozco mucho España, pero no Burgos. Además, una amiga nos comentó que en la España vaciada igual encontraban alguna oportunidad que les encajaba», recuerda Carlos.
Se vinieron a Burgos y recorrieron varios pueblos con negativas, con malas experiencias, intentaron engañarlos, así que regresaron a Mallorca frustrados. «¿Cómo puede ser que en una zona donde se necesitan vecinos y gente que trabaje te traten así, no colaboraban?», reconoce Paula que se preguntaba así misma.
Carlos Alberto Lorenzetti
Un vecino de Salas, «que ya es amigo», les orientó hacia el grupo de acción local Agalsa. Fue Agalsa quien les encontró este bar en Huerta de Abajo que habían cerrado sus dueños. «Nos encajaba en mi perfil de cocinero profesional porque aquí no había», explica Carlos. Así que, no sin reticencias debido a su experiencia pasada, llamaron al dueño que les propuso que, antes de seguir hablando, visitaran el restaurante y el pueblo.
Y otra vez al ferry y hasta Burgos. Venían decepcionados en coche por una carretera estrecha y con curvas. «Me encuentro con una cabra. Sigo y pum, vacas. ¿Dónde nos estamos metiendo? Seguimos y me quedo sin cobertura. ¿Viste? No, esto es una locura, pero ¿esta gente dónde vive? Yo ya le decía a Pau: vamos, saludamos al señor y nos vamos. Ovejas, más vacas, venía cagándome en todo. ¿Quién va a venir hasta acá a tomar un café? Hasta que bajo del coche y veo todo esto», recuerda Carlos señalando el paraje natural envidiable e impresionante en el que se encuentra Huerta de Abajo.
Conducía tan enojado que no se había fijado en el paisaje. Unas vistas que se disfrutan desde el bar y desde los ventanales del restaurante. «Cierro la puerta del coche, me doy la vuelta, nos miramos y los dos nos dijimos: «este es el lugar. Es este», reconoce Carlos.
Y finalmente acabaron comprando el negocio. Llegaron un 24 de junio de 2024 y el 28 abrieron. Han ido invirtiendo para renovar aquellas cosas obsoletas, poco a poco. Hasta aquí llegaron con el coche cargado, su perra, su gata, su vida, porque el local ya es suyo. Su hijo y su sobrina también viven aquí con ellos.
Paula Vanina Luna
En el local trabajan los cuatro, dividiéndose el horario para abrir lo más posible. Con la llegada de la Semana Santa, ampliarán el horario. «Aquí en los pueblos un bar también es como un servicio social porque se hace comunidad. Es importante que los vecinos ayuden en eso. De ahí que nos hayamos animado a hacer fiestas temáticas, por ejemplo», explica Paula.
Antes de su llegada, el pueblo no tenía bar, así que los vecinos se habían apañado con una pequeña peña, «nos recibieron muy bien, la gente fue muy amable. A cada rato nos preguntaban si era verdad que íbamos a abrir», recuerda Paula.
Al principio estaban Paula y Carlos solos y «fue una locura, la verdad», reconocen. «De sentarnos en la cama llorando. El primer día se empezó a llenar el comedor, no esperábamos tanta gente. Carlos colapsó, decía que se iba», añade Paula. «Nunca me había visto tan desesperado en una cocina. Pero ahora tenemos el ritmo cogido y estamos encantados», reconoce Carlos.
Abren todos los días y todos los días dan comidas, pero en los meses de invierno y más frío, cierran los lunes. «En invierno hay menos gente, pero sigue acudiendo mucha. Vienen por la caza, por la micología. Nos llama gente para comer cuando vienen a hacer rutas. Se notó mucho cuando cerró el restaurante», señala Paula.
«Planteamos una historia distinta. No nos quedamos solo con la comida de cuchara, apostamos por el asado a la cruz también. Es un estilo distinto, hacemos pintxo-pote, eventos con DJ, fiestas temáticas. Tenemos pensado adecuar la zona del jardín para disfrutarla con el calor», explican.
Llegar hasta aquí no ha sido fácil. Les costó dar con el lugar y la oportunidad adecuadas, pero también reconocen que encontrar vivienda es lo que más les ha costado. «Además de las pocas ayudas institucionales con las que nos hemos encontrado. Nos han dado 1.000 euros por ser una pareja joven viviendo en el medio rural y ya», aseguran.
En un principio vivieron en el albergue. Al final, la casa en la que residen ahora la consiguieron por hacer amistad con los vecinos. «La gente en los pueblos suele ser reticente a alquilar», apuntan y no había muchas opciones en este pequeño pueblo.
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Rocío Mendoza | Madrid y Lidia Carvajal
Natalia Sáez Ursúa | Burgos
Álvaro Soto | Madrid y Lidia Carvajal
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