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Javier Botet, Chenoa y José Manuel Poga, en 'En fin'.
'En fin', un gatillazo postapocalíptico que pierde puntos con su final

'En fin', un gatillazo postapocalíptico que pierde puntos con su final

La serie de David Sainz y Enrique Lojo parte de un planteamiento magistral para entregar cinco capítulos muy divertidos y un sexto cuya resolución no está a la altura

Iker Cortés

Madrid

Lunes, 23 de septiembre 2024, 18:17

'En fin' da comienzo con un gatillazo cósmico, un apocalipsis que finalmente se queda en un quiero y no puedo. Un planeta errante va a chocar de forma irremediable con la Tierra y, claro, las prioridades de sus habitantes, a punto de la extinción, cambian. Sin embargo, en el último minuto, la catástrofe se detiene y el astro que amenazaba con poner fin a la humanidad se aleja. Tomás (José Manuel Poga) se despierta entre un mar de cuerpos desnudos y sudorosos, tras una multitudinaria orgía, cuando la hecatombe ya debería ser un hecho. ¿Y ahora qué? Ahora hay que seguir viviendo y Tomás se aferra a lo que hasta hace unos meses era su vida: su esposa y su hija, Julia (Malena Alterio) y Noa (Irene Pérez). Egoísta e inmaduro, las abandonó para dejarse llevar por el hedonismo y exprimir sus últimos días en la Tierra. ¿Conseguirá que le perdonen?

Así comienza la nueva serie que David Sainz y Enrique Lojo han creado para Prime Video. Los primeros compases de la ficción ya dan buena cuenta de que en esta ocasión los responsables de 'Mambo' han contado con un presupuesto a la altura de lo que pretendían contar, que no era precisamente sencillo porque debían representar un mundo en 'standby'. O sea, no ha pasado nada, pero las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado han dejado sus trabajos, al igual que los servicios de limpieza; han aumentado los delitos, los supermercados están en las últimas y el transporte público también está inoperativo. En definitiva, la vida está, de algún modo, en hibernación y se ha vuelto más caótica.

Y en esas anda Tomás que, para tratar de recuperar la confianza de Julia, decide robar el sofá del que ella se quedó prendada meses atrás, cuando él la convenció de comprar otro. La siguiente secuencia, con el egoísta Tomás conduciendo un carro por distintas localizaciones del fin del mundo, es sublime: un hombre en llamas, cientos de chavales de rave, las piernas pendulantes de dos tipos que se han ahorcado o dos personas disfrazadas de la Tierra y del planeta errante que va a chocar contra ella son las estampas que el desdichado protagonista se va encontrando a su paso. Con unas pocas pero certeras pinceladas, bañadas por el color rojo que el astro refleja sobre la Tierra -la fotografía de Fran Fernández Pardo es exquisita-, Sainz y Lojo logran mostrar una porción de este mundo desnortado. Las cabeceras con las que se presentan cada uno de los episodios y que remiten a decenas de bromas y memes populares de las redes sociales, trufadas de cameos, funcionan en el mismo sentido y contribuyen a que el espectador pueda hacerse una idea de las consecuencias globales de este apocalipsis, que no acaba de llegar, mientras atiende a las aventuras de los personajes principales.

Tomás, junto a los cuatro jinetes del apocalipsis.

Es un punto de partida magistral, estimulante y lleno de infinitas posibilidades que sus creadores han sabido acotar con éxito. La comedia y el pesimismo ante esta humanidad a la deriva son el hilo conductor de una ficción estructurada en seis capítulos de alrededor de 45 minutos cada uno que funcionan casi de forma independiente pero que van dejando perlas y piezas que se van revisando y encajando a lo largo de toda la trama, a menudo de forma muy satisfactoria. La estructura permite además a Sainz y a Lojo tocar todo tipo de géneros y rendir homenajes al cine y las series que les ha enamorado. Desde 'La matanza de Texas' a 'Los vengadores', pasando por '¿Quién puede matar a un niño?', 'Breaking Bad', la acción asiática o 'Blade' -¿o era 'Matrix'?-.

Secundarios como Javier Botet, Raúl Cimas -su interpretación de Romero, un conspiranoico preparacionista con infulas bíblicas, es sublime- o Leonor Watling contribuyen a enriquecer un universo único y lleno de hallazgos. Pese a la disparidad de situaciones y aventuras que enfrentan sus personajes, la narración de 'En fin' fluye con una naturalidad pasmosa, lanzando gags a diestro y siniestro y bordeando un tono de 'sketch' que se agudiza cuando Sainz echa mano de su habitual 'troupe' de actores no profesionales. Lejos de ser un problema, aporta una frescura al conjunto muy agradecida y hace de la propuesta algo más personal y de autor. Por el camino, la eterna distancia que parece haber entre padres e hijos, patrullas vecinales para combatir el vandalismo, debates acerca del veganismo cuando el fin del mundo está tan próximo y yayos que mercadean con las transfusiones de sangre. Todo es posible en 'En fin'.

Torpe dirección de figurantes

Con todas estas bondades, es una lástima que el sexto capítulo de la ficción se resuelva de forma tan torpe y tópica. Quiere ser un clímax, un último empujón, pero se queda a medias por la manera tan manida en la que se soluciona pero también por el gran problema que arrastra la serie desde su inicio: la mala dirección de los figurantes. Sainz y Lojo se han aventurado a rodar secuencias con decenas o cientos de personas -la comida en casa de la familia de Botet, la rave, la fiesta en casa de Julia, ese final-, pero resulta muy difícil creerse lo que está sucediendo en la pantalla porque o bien hay algún extra riéndose, o las coreografías son torpes y carecen de fuerza o porque, directamente, los actores no se lo están tomando en serio. Y es una pena.

Noa y Julia, junto a los yayos.

Es la única mancha en el expediente de una producción que se degusta sin problemas y que resulta inteligente y original. Ojalá sea un éxito porque se nota que Sainz y Lojo se desviven por su trabajo y la ficción española necesita guionistas y creadores así.

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