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Logan Roy no podía pasar desapercibido en el cementerio, él tenía que tener su propio mausoleo. El penúltimo episodio de 'Succession' gira en torno al entierro del patriarca, un momento en el que esperábamos escuchar las palabras de Roman Roy, ya que era su oportunidad ... para redimirse, quizá para ajustar cuentas y, de paso, reivindicar su rol dentro de Waystar. Nada de eso llega a ocurrir porque la emoción le impide hablar y, asistido por sus hermanos, regresa a su asiento.
En su lugar, en la iglesia toman la palabra tres personajes: un hermano, un hijo y una hija. Tres visiones diferentes que, juntas, componen las distintas caras que tenía este hombre implacable que, seguramente, nunca se paró a pensar cómo le recordarían una vez muerto. Resulta que no del todo bien.
De alguna manera, esta es la segunda despedida, si tenemos en cuenta aquellas conversaciones apresuradas cuando Logan yacía en la cabina del avión y sus hijos le hablaban desde el barco. Esta vez, las intervenciones son mucho más sosegadas y, en algún caso, incluso estratégicas.
A continuación, transcribimos las palabras textuales de estos discursos de despedida en el orden en que se pronuncian.
Hacía tiempo que no veíamos al hermano mayor de Logan, también abuelo de Greg. Aunque en un primer momento su nieto le corta el paso, el personaje interpretado por James Cromwell termina situándose frente al micrófono y sus palabras (un recuerdo de Logan elocuente, crudo y sin tapujos) resuelven algunas lagunas sobre el pasado familiar.
En concreto, se desvela lo ocurrido con su hermana pequeña Rose, cuyo nombre había aparecido en contadas ocasiones. La última, en el episodio donde se encontraban las últimas voluntades de Logan, un papel donde él había incluido el deseo de ser enterrado con una fotografía de ella.
«¿Qué tipo de gente impediría hablar a un hermano por el bien de las acciones? No me atañe juzgar a mi hermano. Eso está en manos de la historia. Yo solo os contaré un par de cosas sobre él.
Seguramente todos sabéis que cruzamos el mar por primera vez por seguridad, huyendo de la guerra. Pero el motor de nuestro barco cedió y el resto del convoy se fue y nos dejó a la deriva. Nos dijeron, pese a ser niños, que si hablábamos, tosíamos o nos movíamos, los submarinos alemanes captarían vibraciones y moriríamos en el agua, que no saldríamos de allí.
Durante tres noches y dos días no hicimos ningún ruido, un niño de cuatro años y otro de cinco y medio que se comunicaban con la mirada. Una historia para llorar. Y cuando llegamos, nuestro tío, que era, por así decirlo, un hombre con carácter, ellos tenían algo de dinero y enviaron a Logan a un internado. Y él lo odiaba. No lo soportaba.
No se encontraba bien, estaba enfermo, chillaba y lloraba y, al final, se fue y volvió a casa por su propio pie. Pero cuando volvió, nuestra hermana aún era una bebe, por aquel entonces ya estaba con nosotros. Él siempre creyó que había traído a casa la polio que se la llevó. Ni siquiera sé si eso es cierto, pero nuestra tía y nuestro tío no hicieron nada para quitarle esa idea de la cabeza. Dejaron que lo creyera.
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Yo lo quería, supongo. Y supongo que algunos de vosotros también, de la forma que nos dejara y pudiésemos. Pero no puedo evitar decir que ha hecho cosas espantosas. Fue un hombre que a veces dibujaba los confines del mundo. De vez en cuando oscurecía el cielo.
Cerraba los corazones de los hombres, alimentaba esa llama negra. La llama dura, mezquina, intransigente que calienta sus corazones mientras otros se enfrían y que llega a sus graneros mientras otros pasan hambre. Y aún tiene la temeridad de contar ese chiste cruel, gracioso sí, pero cruel, de un hombre que pasa frío. Cuando no pasas frío, te vuelves altanero y engreído.
Sí, donó algunos millones de sus miles de millones pero no era un hombre generoso. Era arrogante y creía que el mundo también lo era. Y nos hizo creer que la humanidad es precaria. Quizá porque creía que él mismo lo era y quizá yo también lo creo de mí.
Yo lo intento, lo intento. No sé cuándo, pero en algún momento él decidió dejar de intentarlo. Y fue una gran pena. Ve con Dios hermano. Y que Dios te bendiga«
Con Roman desmoronado, Kendall se ofrece a susituirlo. Deja los tarjetones que había preparado su hermano y se lanza a improvisar. Justo después de que su tío haya expuesto las sombras de Logan, él quiere aportar lo que fueron las luces. Las capitalistas, en concreto. Es un discurso que acepta lo malo, pero alaba la capacidad visionaria de su padre. Kendall en estado puro, queriendo ser el sucesor.
«No sé cuánto sé, pero conocía a mi padre. Ya lo dije, lo dije y es cierto lo que ha dicho mi tío. Sí, mi padre era un bruto. Lo era, era un tipo duro. Pero también creó e hizo cosas. Muchas personas os dirán «no» y hay mil motivos, siempre los hay, para no hacer las cosas, para no hacer nada. Pero él no era de esos. Tenía una vitalidad, una fuerza, que podía doler y lo hizo. Pero esa autenticidad... Mirad las vidas, los empleos y todo lo que creó. Y el dinero. Sí, el dinero. La savia, el oxígeno de esta magnífica civilización que hemos construido de la nada.
El dinero, el corpúsculo de la vida, que fluye por la nación y el mundo. Llenando de deseos a hombres y mujeres del mundo, avivando la ambición de poseer, de crear, comerciar, ganar, construir y mejorar. Grandes géiseres de vida, quiso. De los edificios que hizo levantar. De los barcos, cascos de acero, parques de atracciones, periódicos, programas y películas y vida. Una vida jodidamente complicada. Él hacía que la vida tuviera lugar. Nos hizo a mí y a mis tres hermanos.
Y sí, tenía un ímpetu terrible y una ambición feroz que podía echarte a un lado. Pero eso forma parte del ser humano. El deseo de ser visto y de hacer. Y ahora puede que la gente quiera socavar su recuerdo, denigrar ese ímpetu, ese ímpetu terrible y magnífico, pero, Dios mío, espero haberlo heredado. Porque, si no podemos igualar su vigor, Dios sabe que el futuro será indolente y gris.
No había habitación, ya fuese una ostentosa sala donde le pedían consejo o la casita humilde donde veían su canal, donde entrase y no estuviese cómodo. Estaba cómodo con este mundo. Y lo conocía. Lo conocía y le gustaba. Yo digo amén»
Siobhan Roy es la última en salir, la que cierra esta secuencia con un tono más emocional y sentido, un recuerdo desde el punto de vista de una mujer que reconoce haber tenido un padre machista. Pero también haberlo querido. Su parlamento parece dar a entender que esos niños que no sabían a qué se dedicaba su padre ahora han descubierto el otro lado y lo saben apreciar.
«Mi padre, mi padre... Solíamos jugar delante de su despacho, creo que porque queríamos que nos oyese, y entonces salía y nos daba muchísimo miedo. Nos daba muchísimo miedo. Salía y nos gritaba que nos callásemos: «¡Silencio!» Lo que estaba haciendo ahí dentro era algo tan importante… Nosotros no podíamos ni imaginarlo.
Presidente, reyes, reinas, diplomáticos, primeros ministros y, sí, banqueros. Él nos dejaba fuera, pero hacía lo mismo con todo el mundo. Cuando te abría la puerta, cuando el sol brillaba, se estaba calentito. Sí, se estaba calentito a la luz.
Pero ser su hija era difícil, era muy duro con las mujeres. La idea de ser mujer no le entraba en la cabeza. Pero lo hizo bien, lo hiciste bien papá. Estamos todos aquí y nos va bien. Así que adiós, mi queridísimo y grandísimo padre.»
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