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Pedro Sánchez se desayunó este viernes con un dato inquietante, aunque no imprevisto. Cuando preparaba su habitual balance de fin de curso en la Moncloa, el presidente del Gobierno ya sabía que su intervención vendría precedida de la cifra preliminar del Instituto Nacional de Estadística ( ... INE) sobre la inflación del mes de julio: ni más ni menos que un 10,8%. Y preparó un discurso 'ad hoc'. «Nadie me va a escuchar poner paños calientes a la situación. Nunca lo he hecho. No voy a ponerme de perfil y tampoco voy a esperar sentado a que los problemas se resuelvan todos. Es así como entiendo la política y el servicio público: gobernar con diálogo, empatía y sensibilidad social», se reivindicó.
Ese párrafo de su alocución constituye un buen resumen de la estrategia con la que el jefe del Ejecutivo pretende afrontar la recta final antes de un nuevo año electoral, 2023, con comicios autonómicos, municipales y generales. En la Moncloa saben que la cuesta se presenta empinada. El alza continuada de los precios es una trituradora capaz de hacer palidecer otros datos positivos a los que se vienen aferrando, como el crecimiento económico o la disminución de la tasa del paro que, asumen ya, se ralentizará. Y, ante ese escenario, han decidido jugar la que consideran su mejor (o única) baza: la transmisión de que hay alguien a los mandos que, además, está dispuesto a hacer un reparto «justo» de los costes de esta crisis.
Sánchez lleva ya un mes ensayando ese discurso, desde que tanto el PSOE como Unidas Podemos recibieron un serio aldabonazo en las urnas de Andalucía. Fue el fin de semana siguiente, al aprobar el segundo decreto anticrisis, el que estrenó el mensaje de que el suyo es un Gobierno que planta cara a «los poderosos» para defender a «las mayorías sociales»; un movimiento similar al que realizó en 2017, cuando, convertido en ángel caído, dio un volantazo a la izquierda para recuperar la secretaría general del PSOE cabalgando sobre la furia de los 'desharrapados' contra el 'establishment' de los barones y la vieja guardia.
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María Eugenia Alonso
Ahora, el presidente ha decidido señalar a las energéticas y las entidades bancarias, seguro de su mala prensa, como chivos expiatorios de los sacrificios que los españoles habrán de asumir. «Siempre he defendido que las dificultades de la mayoría no pueden ser las alegrías de una minoría; arrimar el hombro no es un eslogan, es una obligación, particularmente para aquellas empresas que se están beneficiando de esta situación económica», dijo este viernes para justificar los gravámenes de nueva creación que se les va a aplicar. Y se valió de este marco para encuadrar uno de los pocos anuncios impopulares que se ha permitido en las últimas semanas.
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Hasta el momento, el Gobierno ha tirado de chequera para intentar paliar la espiral inflacionista, agravada por la guerra en Ucrania, sobre los hogares y la industria. Ya van 30.000 millones de euros comprometidos en esa empresa entre ayudas directas, rebajas de impuestos y créditos. «El doble de lo hecho por economías más directamente afectadas por el alza de los precios de la energía como consecuencia de su dependencia del gas ruso, como Alemania», presumió el jefe del Ejecutivo). Este viernes, sin embargo, Sánchez anunció medidas de ahorro energético, con menos predicamento social.
El último Consejo de Ministros antes de las vacaciones estivales aprobará este lunes un paquete destinado a implementar el plan de la Comisión Europea para rebajar la demanda del gas en un 15%, un objetivo contra el que España, menos expuesta a las exportaciones de Rusia, se rebeló en un primer momento, pero que finalmente respaldó el pasado miércoles tras lograr suavizarlo a la mitad. «Ahorrar energía es prioritario; estaremos reduciendo la factura energética y contribuyendo a reducir la dependencia de nuestro agresor, Putin, además de reducir la curva de la inflación», defendió.
El plan de ahorro energético, que Moncloa negó que comporte «recortes» en el suministro y cincunscribió a medidas de «sentido común», limitará las temperaturas del aire acondionado y de la calefacción en el transporte público y los comercios. En todo caso, el jefe del Ejecutivo también insistió en que en septiembre volverá a la carga con su propuesta de reforma del mercado de la electricidad y presentará a la Comisón Europea dos propuestas para desacoplar el precio del gas del precio mayorista y para acotar el coste del CO2.
Antes de emprender viaje a los Balcanes donde hará valer la presidencia de turno de la UE que España asumirá en el segundo semestre del próximo año, el balance de Sánchez fue el de un mandatario que asume que, como le dijo algún dirigente socialista en el comité federal del PSOE hace una semana, «vienen curvas». Pero dispuesto a combatir la idea de que la oposición puede relajarse ya a la espera de unas elecciones que tendría servidas en bandeja. Tras haber remodelado la cúpula socialista, este viernes descartó acometer una nueva crisis de Gobierno, insistió en que agotará la legislatura hasta final de 2023 y se mostró confiado en poder dar la vuelta a unas encuestas que ya sitúan al PP de Alberto Núñez Feijóo por delante. «Sin caer en la euforia dijo pero sin caer en el catastrofismo en el que siempre está la derecha; trabajando con esfuerzo, dedicación, compromiso y sentido común por la clase media y trabajadora», proclamó.
Llamativo gesto del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su comparecencia para hacer balance del curso político en Moncloa. Acudió sin corbata y con el ya habitual símbolo de los Objetivos 2030 en la solapa de la chaqueta. Con este gesto, el presidente del Ejecutivo ha pedido a los ministros y al resto de responsables públicos que no usen corbata cuando no sea necesario, al entender que es un gesto que contribuye al ahorro energético. También ha pedido a los dirigentes del sector privado que también prescindan de ella en verano si es posible.
«No llevo corbata, eso significa que todos podemos ahorrar desde el punto de vista energético y he pedido a todos los ministros y a todos los responsables públicos. Y al sector privado, en la medida de lo posible, que cuando no sea necesario no utilicen la corbata y así todos ahorraremos», ha enfatizado.
Precisamente, una medida análoga la defendió en julio de 2011 el exministro de Industria Miguel Sebastián, cuando subió a la tribuna del Congreso sin corbata, antes de mantener un enfrentamiento por el uso de esta prenda en sede parlamentaria con el entonces presidente de la Cámara Baja, José Bono. Por entonces, Sebastián justificó este gesto desde la tribuna apelando a la necesidad de hacer un esfuerzo con la temperatura de los edificios para «no despilfarrar» energía.
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