El famoso «¿por qué no te callas? que don Juan Carlos le espetó a Hugo Chávez en la Cumbre Iberoamericana de Santiago de Chile de 2007 puede convertirse en una simple anécdota si, como todo apunta, España y el Gobierno bolivariano rompen sus relaciones diplomáticas ... en el plazo de ocho días.
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En 1998, el comandante Chávez, un antiguo golpista, ganó las elecciones tras recorrerse cada rincón del país latinoamericano, desde las zonas más deprimidas de Caracas a la selva amazónica. Su mensaje populista y a favor de unas mayoritarias clases desfavorecidas arraigó en una Venezuela en la que sus riquezas naturales, con el petróleo a la cabeza, son directamente proporcionales a sus desigualdades sociales.
El nuevo presidente, el primero y más importante del nuevo eje bolivariano, llegó también al palacio de Miraflores con un marcado mensaje nacionalista. Y ello incluía plantarse, en cosas nimias en ocasiones y no tanto en otras, ante la antigua metrópoli.
Aquella bronca en Chile de don Juan Carlos a Hugo Chávez se produjo mientras el líder bolivariano lanzaba un duro ataque contra el expresidente José María Aznar ante todos los dirigentes latinoamericanos.
El exjefe del Ejecutivo había abandonado la Moncloa tres años antes, pero las heridas con Venezuela aún permanecían abiertas, al menos para Chávez. Ambos disimularon aguantarse durante los cinco años que coincidieron en los palacios de Miraflores y Moncloa, sus respectivas sedes gubernamentales.
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Más allá de alguna, que no muchas, sonrisas conjuntas ante las cámaras, cada uno maniobraba a su manera. Chávez lo hizo con el apoyo cada vez menos disimulado a una Cuba de Fidel Castro a la que Aznar detestaba. El expresidente español no se quedó a la zaga en su respuesta. Chávez fue víctima de un golpe de estado en 2002 que solo se prolongó durante unas horas, pero sobre el que Madrid mantuvo lo que hubo quien vio como un cómplice silencio. Frente a las acusaciones contra él, Aznar afirmó que, si España hubiese estado detrás del golpe, la asonada quizá hubiese triunfado.
Desde entonces, los encontronazos diplomáticos entre Madrid y Caracas han sido el pan del día a día., algo inevitable cuando, por ejemplo, Chávez afirmó que Aznar era de la calaña de Hitler o era un fracasado fascista.
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La llegada del PSOE significó una leve distensión, quizá más bien un espejismo. Uno de sus frutos fue el incremento de la venta de armamento a Caracas, muy criticada por la oposición del PP. Venezuela adquirió en 2005 doce aviones y ocho navíos militares por una cantidad cercana a los 2.000 millones de euros. Mariano Rajoy hizo borrón y cuenta nueva al llegar al poder, y mantuvo las transacciones militares con Chávez. Ello no impidió un recrudecimiento de las relaciones.
Lo peor vino tras la muerte del líder bolivariano en 2013. Nicolás Maduro, el nuevo inquilino de Miraflores, usa desde su investidura a España como chivo expiatorio a los problemas nacionales que ha sido incapaz de resolver. Sus insultos a Rajoy son incontables, lo que ha hecho innumerables las protestas diplomáticas. El presidente venezolano calificó a su entonces homólogo español de racista y colonialista o de «presidir el gobierno más corrupto de Europa».
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Tras la moción de censura, el PSOE optó por la cautela. Pero tampoco ha funcionado. Maduro, cuyo poder se encuentra más que nunca en entredicho, coloca al Gobierno socialista en el centro de todos los males de los venezolanos, un lugar que Pedro Sánchez comparte, según el bolivariano, con el estadounidense Donald Trump, el brasileño Jair Bolsonaro o el colombiano Iván Duque.
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