Un grupo de personas que intenta escapar de Irpín se arroja al suelo tras la explosión de un mortero en las cercanías. Reuters

«Los rusos llegan y disparan contra todo lo que se encuentran, incluidos los civiles»

Moscú siembra el terror entre la población ucraniana con un despiadado ataque aéreo sobre los ciudadanos que escapan de Irpín

Mikel Ayestaran, enviado especial

Irpín

Lunes, 7 de marzo 2022, 00:53

Cuando en una guerra las líneas rojas se difuminan, los civiles desaparecen. Los corredores humanitarios son tan necesarios cuando un conflicto se recrudece, como complicados de abrir y respetar debido a la falta de confianza entre enemigos. En Mariúpol, al sur del país, el intento ... falló este domingo por segundo día consecutivo porque las armas no callaron, según informó el Comité Internacional de Cruz Roja (CICR), y en Irpín, a las puertas de Kiev, no hubo declaración oficial alguna sobre apertura de corredores, pero a los civiles solo les quedaba una puerta de salida a pie hacia la capital y allí fueron atacados.

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Los morteros rusos cayeron sin piedad sobre el puente que constituía la única vía de escape de las familias que huían de los combates en Irpín. El sábado se produjo un éxodo masivo de los ciudadanos de esta localidad de 60.000 habitantes situada a 20 kilómetros de Kiev. Los que salieron a pie tuvieron que esperar bajo los escombros del puente de Romanov, volado por el propio Ejército ucraniano para complicar el avance ruso, y cruzar casi uno por uno la pasarela improvisada de madera sobre el río. Fueron afortunados dentro de la enorme desgracia que supone abandonar tu casa sin saber si podrás regresar algún día.

Veinticuatro horas después, con las tropas rusas ya en las calles de Irpín, quienes quedaban por salir lo tuvieron peor. Familias enteras, con niños en brazos, ancianos cogidos de la mano y con la maleta a cuestas, llegaron al río y sufrieron el ataque directo de los morteros rusos en el pasillo de evacuación. Cuatro personas de una misma familia perdieron la vida y sus cuerpos quedaron tirados en el suelo, cubiertos con sábanas blancas. Al lado, su escaso equipaje. La Policía dijo que había numerosas víctimas mortales -al menos, tres de ellas niños- y que la mayoría fueron alcanzadas por las bombas cuando corrían a la desesperada en busca de un autobús o un refugio.

La guerra en Ucrania alcanzó este domingo cotas de deshumanización infrecuentes. Cuando no hay líneas rojas, los corredores no sirven de nada. Pese a las últimas tecnologías y el zumbido constante de drones, dotados con cámaras, los civiles fueron considerados objetivo militar. Imposible ponerse en la cabeza de la persona que dio la orden, pero en estas situaciones los ejércitos buscan aterrorizar a la población para que salga lo antes posible de sus casas y así poder lanzar operaciones a gran escala. Una estrategia despiadada con la vista puesta en la vecina Kiev.

Enemigos camuflados

Con el camino a Irpín a través del puente bloqueado por el incesante fuego ruso, la única forma que tienen los civiles para llegar a Kiev es tirar hacia el oeste por Stoyanka, una ruta más larga en la que se necesita un vehículo. Acercarse al frente de batalla supone ir en la dirección inversa a una cola interminable de coches que avanza muy lentamente debido a los registros en los puestos de control.

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Tragedia

Una familia ha muerto en el punto de evacuación debido al ataque directo de los morteros

Milicianos y soldados controlan cada vehículo que se dirige a la capital por el miedo a la entrada de enemigos camuflados de civiles. Son puestos de control protegidos con armas ligeras, posiciones básicas, que no se presentan demasiado sólidas como primeras líneas de defensa de Kiev. Todo lo contrario. La sensación es de retirada total, de repliegue al otro lado del río y los planes podrían pasar por volar más puentes para dificultar el paso de un enemigo muy superior.

En el atasco de salida, nadie pierde la paciencia pese a las explosiones de fondo. Los coches dejan atrás las columnas de humo de los incendios causados por el bombardeo en Irpín. «Voy a la parte occidental del país, no sé a dónde, pero lo más lejos posible de aquí», responde Constantín cuando se le pregunta por sus planes. Lleva a su madre anciana en el asiento del copiloto. «Hemos oído muchas bombas y explosiones. Hay heridos y mi madre, Reggina, tiene 85 años. Voy a ver si algunos amigos nos pueden dar refugio», asegura en perfecto español este agente de turismo a quien la vida le ha dado un giro radical en apenas unos días, como a todos los ucranianos.

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La vida queda lejos

Muchos de estos civiles que esperan su turno para avanzar se han quedado incomunicados porque las tropas rusas confiscan los teléfonos en sus puestos de control. El pretexto es que se pueden emplear para enviar sus posiciones al enemigo. Hay un momento en el que la hilera de vehículos se termina y la carretera queda vacía. Se atraviesan pueblos abandonados, con casas y tiendas cerradas. Cuanto más cerca está Irpín, más lejos queda la vida.

Kiev

El bombardeo sería una cruel manera de empujar a los vecinos a la huida antes del asalto definitivo

El último puesto de control ucraniano lo forman una serie de bloques de cemento levantados junto a una antigua cafetería. Allí está Anatoli, de 57 años, acompañado de otros voluntarios que otean el final de la recta con el miedo metido en el cuerpo. «Los rusos están a 3,5 kilómetros, destruyeron nuestro puesto y por eso tuvimos que retroceder a esta posición, pero pueden avanzar en cualquier momento. Ellos llegan y empiezan a disparar a todo lo que se encuentran, incluidos coches de civiles. La situación es complicada», comenta este miliciano, convertido de manera involuntaria en la primera línea de defensa de Kiev. A la pregunta sobre si se puede ir más allá de este control, Anatoli dice que un kilómetro más, hasta Stoyanka, pero fuera de su responsabilidad. No hay seguridad alguna para nadie que avance desde este puesto.

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Un kilómetro más allá, en esa especie de tierra de nadie entre rusos y ucranianos, Kirio reparte comida entre los ancianos que se han quedado sin poder salir de sus casas. Stoyanka es un pueblo conocido por el lago, que era lugar de peregrinación para los habitantes de Kiev durante los fines de semana. Es domingo, pero la soledad impresiona. El único que anda por la calle es Kirio, que en su bicicleta transporta dos grandes bolsas de plástico con latas de conserva. «Sobrevivimos, no es una situación fácil, pero lo hacemos», manifiesta sin perder la sonrisa.

La imagen de este bucólico pueblo se ha transformado en un paisaje siniestro y opresivo. Los rusos han bombardeado un almacén. Un hongo de humo espeso y negro se alza como si quisiera enviar al espacio las coordenadas del avance del Ejército invasor. Un dron se percata de la presencia de los recién llegados a Stoyanka y comienza a seguir sus pasos. Intimida. Es momento de que estos periodistas que tratan de ver que hay un poco más allá abandonen la tierra de nadie y se dirijan hacia Kiev en busca de refugio. Es el mismo camino que miles y miles de civiles de Irpín recorren de manera desesperada.

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Una ofensiva atroz que no respeta ni a los niños

Morir antes de haber tenido tiempo para vivir. Desde la ralentización del avance ruso y las dificultades de este Ejército para hacerse con las grandes ciudades, la guerra de Ucrania no distingue ya entre militares y civiles, pero tampoco entre adultos y niños. Las autoridades de Kiev informaron que al menos cuarenta menores han resultado muertos y más de 70 sufren heridas como consecuencia de los ataques aéreos tras el inicio de la invasión el pasado 24 de febrero.

La de este domingo fue una jornada especialmente dramática. Los bombardeos indiscriminados sobre la población atrapada en Irpín, Jasnogforodka -una aldea a las afueras de Kiev-, Mariúpol y Bucha segaron la vida de siete niños. Uno tenía año y medio y otros dos sufrieron heridas muy graves y murieron ante la imposibilidad de que alguna unidad médica acudiera a asistirlos. Todos fueron alcanzados por el fuego de los morteros rusos.

La comisionada para Derechos Humanos del país, Liudmila Denisova, reclamó a los organismos internacionales que «ejerzan presión» sobre Moscú. Afirmó que el número real de menores asesinados o heridos es superior al registrado, ya que las ONG no han podido contabilizar fehacientemente las víctimas en Donetsk y Lugansk, los enclaves separatistas donde se han librado enconados combates. «Las Fuerzas Armadas de Rusia siguen violando gravemente los derechos fundamentales de los niños», denunció.

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