El Ayuntamiento de Villímar telefonea a Burgos a primera hora de la mañana. La conferencia tarda en ser concedida. El tiempo corre en contra de todos. Por fin, la operadora da paso. Una voz anuncia que la vega que rodea al pueblo está totalmente inundada. Asegura que el río Vena está desbordado y la amenaza se cierne sobre la ciudad de Burgos. La tragedia llegó al centro de la ciudad en apenas unos minutos. Estamos a 5 de junio de 1930.
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Pablo Méndez recuerda en su libro 'Burgos siglo XX. Cien años de historia de luces y sombras', un episodio dantesco ocurrido en la ciudad aquel fatídico día del que ahora se cumplen 94 años. La historia de las inundaciones está escrita en decenas de publicaciones; la del historiador y periodista burgalés es la que mejor cuenta lo acontecido aquel fatídico día.
Literalmente el cielo de Burgos cayó encima de la ciudad. Durante una hora relata Méndez «una devastadora acción combinada de agua, granizo y viento huracanado iba a convertir el centro de Burgos en una enorme laguna. Durante toda la noche estuvo lloviendo intensamente y hacía las 9:00 de la mañana. Los ríos Vena y Pico sobrepasaron sus cauces y se unieron de forma violenta.
La historia ocurrida en 1874, 56 años antes, aún se recuerda en aquel Burgos de los últimos meses de la Dictadura de Miguel Primo de Rivera. Aún vivían muchos de aquellos que sufrieron la tragedia entonces. Aquel ayuntamiento del siglo XIX había reaccionado e introdujo alguna mejora para evitar tragedias de tal magnitud; pero no fueron suficientes.
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La mañana de aquel 5 de junio el cielo cayó a golpe sobre Burgos. La ciudad se inundó en apenas unos minutos. Cuenta Méndez, que a las 8:45, los ciudadanos que transitaban por la calle Santander «corrían en todas direcciones ante la enorme crecida que se les venía encima». El miedo a la devastadora acción del agua encogió a los burgaleses. La marea fluvial amenazaba con llevarse la vida y los bienes de muchos.
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Tuvo que ser realmente trágico ver como el agua va comiendo poco a poco las calles, como los ciudadanos tienen que refugiarse en qué se yo que sitio si no quieren verse atrapados por la marea y morir ahogados. La tragedia estaba servida, pero no solo en el centro de la ciudad.
Los burgaleses que vivían en las huertas, lo que hoy es la avenida de la Paz y en el Camino de la Plata, los que tenían sus casas alrededor o las cercanías del cauce Molinar, del río Vena o del río Pico vieron como sus campos se fueron al traste. Las pérdidas fueron enormes. Grandes cultivos quedaron ahogados y el perjuicio económico fue terrible.
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Si vemos con los ojos de hoy la tragedia de ayer, la imagen es dantesca. Méndez relata que «el asfalto fue arrancado de cuajo, quedando en las aceras las enormes placas que fueron levantadas por la fuerza del agua. El Espolón era un auténtico barrizal, la plaza mayor al ver retiradas las aguas, vio como todos sus jardines estaban destruidos. El muro del Arlanzón también tenía enormes desperfectos sobre todo en la desembocadura del Vena».
Las calles más céntricas como Sanz Pastor, Santander, San Juan, La Puebla, La Moneda y las plazas de santo Domingo, Plaza Mayor, rey San Fernando y el paseo del Espolón eran un mar violento.
La prensa de Burgos de la época, que recuerda Miguel Calvo en La Carregue, se limitaba a informa en la tarde de aquel día de esta manera: «El desbordamiento de los ríos Pico y Vena ha provocado hoy gravísimas inundaciones en numerosas calles de Burgos. En algunos puntos, como los arcos del Consistorio, las aguas han alcanzado una altura de 1,87 metros. Una fuerte tormenta registrada esta madrugada derivó en la crecida de los ríos Pico, Vena y Arlanzón, desbordándose los dos primeros junto a la plaza de toros. Rápidamente las aguas penetraron por las calles de la ciudad, en puntos como la plaza Mayor, Espolón, plaza de Prim, Santander, San Juan, Almirante Bonifaz, Sombrerería, Laín Calvo, Vitoria y plaza de la Libertad. Las inundaciones han ocasionados gravísimos destrozos en garajes y comercios y muchas familias han tenido que ser desalojadas de sus viviendas».
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La naturaleza es sabia y ya había avisado con otra tormenta similar el 30 de abril de ese año. Los destrozos que causó fueron múltiples, pero no se llegó a anegar la ciudad entera. Tan sabia es que sólo las tareas de encauzamiento de los ríos y las esguvas de la ciudad van a evitar que ahora ocurran estos daños.
Aquellas esguevas que cruzaban por lo que hoy son las calles San Juan, Laín Calvo, Almirante Bonifaz y Moneda quedaron unidas. Las vegas de los Vadillos, por la antigua plaza de toros y el actual entronque de la calle Santander con avenida del Cid era una suerte de arroyos y riachuelos sin control unos días después de la tragedia.
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Si bien la plaza Mayor refleja el lugar hasta donde llegó el agua en los arcos del consistorio, esa fecha del 5 de junio de 1930 no fue el lugar en más agua había; los comercios de la calle Santander fueron los más afectados por la enorme inundación.
El Ayuntamiento se puso manos a la obra inmediatamente y contactó con el Gobierno de España y la dirección de Obras Públicas ordenó en apenas unos días un estudio para encauzar el río Vena.
Si hoy son habituales las colas a la puerta del Ayuntamiento, las que se formaron en 1930 a lo largo de aquel verano, fueron interminables. Agricultores y ganaderos de la zona de los extrarradios de la ciudad querían reclamar las pérdidas sufridas y solicita el auxilio social del Gobierno.
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