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Cristo de las Santas Gotas, en la parroquia de San Gil. J.C.R.
El Cristo de Burgos que mana sangre y cura a los endemoniados
Burgos misteriosa

El Cristo de Burgos que mana sangre y cura a los endemoniados

La tradición cuenta que al Cristo de las Gotas, que estaba en el convento de la Trinidad, en una batalla entre reyes castellanos, le cayó una piedra de una bóveda del convento sobre la cabeza y que derramó 16 gotas de sangre. Un milagro de una imagen muy venerada que también curaba a personas endemoniadas y devolvía miembros perdidos a los cuerpos heridos. Un Cristo que da pavor y que recrea la misma muerte de Jesús en el madero

Viernes, 10 de febrero 2023, 07:26

Al Cristo de las Santas Gotas de San Gil se le puede considerar la figura más milagrosa de la provincia de Burgos; y posiblemente del norte de España. Es un cristo magullado, lleno de pústulas, dolorido. Representa a Jesús de Nazaret ya muerto, tallado en nogal, sujeto por tres clavos en una madera rústica. Una imagen tétrica del Mesías, pero bellísima por cómo muestra la crudeza de la muerte y las causas de ésta.

Y es artífice de varios milagros. Quizá el más conocido sea aquel que se narra en los tratados de historia católicos que dice que una piedra enorme cayó sobre esta talla y empezó a manar sangre que recogió una joven trinitaria sobre una tela. Es la narración más popular y más lejana en el tiempo que luego abordaremos. Sin embargo hay otras historias que se extendieron por el barrio que ocupaba el convento de los trinitarios.

El investigador Pedro Amorós, en su Guía de la España Misteriosa, desvela que 31 de mayo de 1576, Victoria Martínez, una niña del barrio de San Gil, «presentaba unos síntomas –aparentemente inequívocos— de estar poseída por un terrible espíritu»; tanto que la propia Iglesia decía estaba endemoniada. El cura celebró la misa como era habitual cada día y tras la eucaristía, colocó la cabeza de la joven sobre la imagen y «sanó de inmediato su posesión».

No sería el único milagro obrado por el Cristo de las Gotas porque su fama corrió como la pólvora por toda la ciudad y centenares de enfermos, tullidos y endemoniados se acercaron al templo del convento de la Trinidad para sanar sus males. Dicen que algunos de ellos resultaron curados y que incluso recuperaron los miembros perdidos por causa de guerras o enfermedades.

Tanta era la fama del cristo que su imagen participó en rogativas y en algunas ocasiones la acompañaron otras figuras. Una de ellas, por su significación y por su nombre y lugar en el que se venera, mágica y esotérica. Es la Virgen de Oca que el 12 de septiembre de 1813 acompañó al Cristo de las Santas Gotas para rogar por la libertad del rey Fernando VII y su regreso a España. Años después, el 12 de junio de 1842 se llevó al Cristo a Las Rebolledas en la rogativa de este paraje para pedir que lloviera.

Imagen conmovedora

Es un cristo realmente conmovedor y que expresa mucho sufrimiento. Su aspecto tuvo que ser un motivo de dolor para el pueblo porque el autor no restó dramatismo y presenta a un cuerpo de Jesús magullado, extenuado, dolorido y, por su posición en la cruz, muerto. Las llagas que salpican su cuerpo parecen reales, los latigazos son marcas casi aténticas, tanto que parece hasta desprender el olor de la muerte.

Es el puro relato del profeta Isaías que en el versículo 6 del capítulo 1 dice que de la planta de sus pies a la cabeza «no hay en él parte sana: golpes, contusiones, heridas recientes, no han sido limpiadas ni vendadas ni suavizadas con aceite».

La doctora por la Universidad de Valladolid María Josefa Martínez, en su tesis doctoral 'Imaginería gótica burgalesa de los siglos XIII y XIV al sur del Camino de Santiago' detalla aspectos de una imagen cuyo rostro refleja «un dolor extremo, al que contribuye la anatomía torácica, los delgados brazos, que se posicionan por encima de la horizontal, y las manos flexionadas»,

Los Trinitarios

Las faldas del cerro de San Miguel y las inmediaciones de la actual calle San Francisco (y el viejo barrio de San Gil) son fuente de misterios y de enigmas que duermen entre las paredes del antiguo convento de los Trinitarios y el templo gótico cercano dedicado al santo francés.

El el Cristo de las Santas Gotas, que hoy se venera en San Gil, encierra una historia llena de preguntas sin resolver y de misterio envuelto en forma de milagro. El camino viejo de Laredo, extramuros de la ciudad, albergaba desde el siglo XIII el convento de San Francisco, fundado por el de Asís, y el convento de los Trinitarios, fundación de San Juan de Mata. La talla se veneró primero en la capilla de la Magdalena, «situada en el claustro monacal y que perteneció al patronato de los Rojas».

Exvoto pintado por Santiago Álvarez que se custodiaba en el convento de los Trinitarios. BC

Esta capilla se nombra en un documento de 1309, por el que Juan Rodríguez de Rojas y su mujer, Urraca Ibáñez, «donan al monasterio de la Trinidad de Burgos sus heredades de Hornillos del Camino a cambio de sendos aniversarios y de la facultad de ser enterrados en la capilla de Santa María Magdalena», como explica la doctora Martínez explica en su tesis.

Prosigue la profesora de la Universidad de Valladolid que desde 1516 hasta mediados del siglo XVII estuvo «en la capilla de los Calatayud y de allí pasó a la de los Arriaga», y el 23 de diciembre de 1694, tras un pleito con la familia Poza favorable a los Trinitarios, «lo trasladaron a la capilla de los Venerables mandada edificar por Alonso de Carnero». Durante la invasión napoleónica se trasladó a la iglesia de San Gil para su «mejor custodia».

Convento de los Trinitarios, hoy sede de Cáritas Diocesana. J.C.R.

Fue entonces cuando el convento pasó a ser ocupado como acuartelamiento para los ejércitos franceses y el Cristo de las Santa Gotas fue trasladado cuidadosamente a la iglesia de San Gil en el año 1809», como así lo data Patricia Andrés González en su artículo de la Institución Fernán González, 'Imaginería de la pasión en la iglesia de San Gil de Burgos: la Real Hermandad de la Sangre del Cristo de Burgos y Nuestra Señora de los Dolores'.

Las gotas sagradas

La profesora Andrés González apunta en la obra antes mencionada que la cultura popular quiere atribuir que la imagen del Cristo fue traída de Roma en 1207 por San Juan de Mata, como un regalo del papa Inocencio III «pero se trata de una obra gótica posterior» y que la denominación de las Santas Gotas «le fue asignada para conmemorar el portento sucedido en 1366 en que la imagen derramó dieciséis gotas de sangre, que fueron recogidas en un paño».

Como explica la profesora, la imagen es una obra gótica con unas características «que sitúan la imagen dentro de la estética de los cristos patéticos», como el 'Devot Christ' de Perpignan o el Cristo de Santa María, en Colonia. También es propio de la época que el cuerpo de los cristos esté lleno de pústulas o llagas.

Coincide en las apreciaciones sobre su datación la profesora de la Universidad de Valladolid Josefa Martínez, asegura que «puede ser una obra importada de Italia. Se realizó en el segundo tercio del siglo XIV por la disposición del paño de pureza y la colocación de los pies».

Estos estudios descartan por lo tanto la leyenda que recogen otros historiadores, caso de Guillermo Ávila en el mismo Boletín de la Fernán González, en el que escribe que «San Juan de Mata, al realizar su segundo viaje a Burgos, el año 1207, trajo consigo el Milagroso Cristo de Burgos».

En aquellos años, el rey Pedro I el Cruel estaba en guerra contra su hermano Enrique, el conde de Trastámara. El segundo quiso tomar la ciudad y Pedro, para defenderse de su hermano ordenó el derribo del convento trinitario que estaba pegado a la muralla y arco de San Gil. En una de las capillas del convento se veneraba la talla del Cristo.

Guillermo Ávila relata que «contigua, si bien independiente de la iglesia del convento, se hallaba una capilla titulada de la Magdalena, en la que se veneraba la milagrosa imagen» y allí asistía con asiduidad una religiosa llamada María de Jesús, una joven monja que con piedad atendía la capilla.

Estamos en 1366 y la orden del rey se empieza a ejecutar y una vez derribada una parte del convento, María de Jesús se armó de valor para defender la imagen y «suplicó al Santo Cristo que no consintiese que fuese derribado también aquel sagrado lugar». Los soldados y los obreros encargados del derribo ya habían tomado la bóveda.

Y dice la leyenda –o realidad—quién sabe, que «Dios para hacer manifestación de su poder supremo» quiso que al romperse la bóveda de la capilla, una piedra desprendida de lo alto, diera un fuerte golpe en la cabeza de la imagen y comenzó entonces a arrojar sangre, gota a gota», explica Ávila.

La primera gota cayó en el muslo del Cristo, «donde aún se advierte la señal; María de Jesús se quitó su tocado y lo colocó en lugar conveniente para que en él se quedaran las gotas. Incluso una de ellas quedó pendiente de la nariz» la cual, dice Ávila, «permanece en la actualidad en la misma forma, después de haber pasado cinco siglos corridos desde que se verificó tan extraordinario suceso».

Como es lógico, obreros y soldados que estaban en la bóveda por el interior, cayeron al suelo desde una altura considerable y si no murieron en el desprendimiento, quedarían tullidos de por vida.

Y aquí se obró un nuevo milagro: «Comprendiendo que los males que deploraban no eran más que el justo y merecido castigo de su impía osadía y temerario arrojo, acudieron al mismo crucifijo, al cual no tuvieron reparo alguno en ofender, rogándole que se dignase devolverles el perdido uso de sus miembros; y como Dios Nuestro Señor no desprecia nunca las súplicas del corazón contrito y humilde, haciendo uso de Su Infinita Misericordia y poder, les concedió la suspirada gracia», relata Guillermo Ávila.

Archivo parroquial

Un sacerdote de la iglesia, en su obra sobre la Iglesia de San Gil, explica que «fueron 16 gotas las que cayeron en el lienzo de María de Jesús «de las cuales seis se dieron a personas bien calificadas, por cierto, a saber: una, a la Princesa Doña Juana; otra a la Infanta Doña Ana de Austria; otra al Príncipe de España, después Felipe IV; otra al Excmo. Sr. D. Guillermo de Moncada, patrono del Convento de Trinitarias de Valencia, llamado de Nuestra Señora de los Remedios, para colocarla en aquel convento, donde la preciada reliquia fue recibida con gran pompa y obró varios milagros. Finalmente, otra gota se dio a cada uno de los señores Condestables de Castilla y a D. Francisco Gómez Sandoval, Duque de Lerma. La que fue regalada al Condestable se conserva al presente en su capilla de la Catedral, de esta ciudad».

Las gotas restantes se conservan actualmente en un relicario de plata de esta iglesia de San Gil y son las mismas que estuvieron en el antiguo convento de la Santísima Trinidad.

El cuerpo de este cristo es de gran realismo. J.C.R.

Los mitos y la realidad

Es una línea muy fina y sutil la que separa el mito de la realidad; la magia, de lo empírico; el cielo, de la tierra. Y el mito del milagro va por un lado y el realismo de la imagen va por otro. O quizá van unidos. El paso del mito al logos de los griegos tampoco fue tajante; lo mismo pasa con la realidad y la leyenda acerca de este cristo.

Lo que sí es de un realismo tremendo es el cuerpo de este cristo. La tesis de la doctora por la Universidad de Valladolid María Josefa Martínez explica al detalle la talla de madera de nogal de la segunda mitad del siglo XIV. Dice en su tesis que el cuerpo del crucificado «se mantiene vertical e inclina la cabeza. La expresión de su rostro es dolorosa, porque tiene la frente surcada de arrugas, que acusan una inflexión en la zona central. El arco superciliar está muy elevado y facilita la sensación de hundimiento de las cavidades orbitarias. Los ojos se han esculpido abiertos».

El realismo se acentúa en las arrugas de la «piel de la nariz; entreabre la boca y en ella se aprecia la desgastada hilera dental superior y la lengua. El cabello, empapado en sangre, contrasta con el tallado minucioso de la barba».

La profusión de pormenores llega al mínimo detalle: «Marca los pectorales y el esternón. El arco epigástrico alberga un abdomen lobulado. Adelanta las piernas, flexionadas, y coloca las rodillas a la misma altura. Los pies muestran un gran desgarro, que recorre desde el clavo hasta los dedos. Los huesos quedan al descubierto, por haber desaparecido parte de la piel», especifica la doctora de una Universidad de Valladolid.

En 1592 se fundó la cofradía de la Sangre de Cristo, que se mantuvo activa hasta 1770. En el siglo XX se volvió a instaurar en la iglesia de San Gil. Fue un 19 de abril de 1944, bajo la presidencia del párroco Onofre Saiz, cuando resurgió la cofradía y adoptó el nombre de Real Hermandad de la Sangre del Cristo de Burgos y Nuestra Señora de los Dolores. En la Semana Santa de Burgos saca en procesión al Cristo, una réplica del que está colgado en la iglesia, el Domingo de Ramos, como era tradición en los siglos XVII y XVIII; y también saca en procesión a la Virgen de los Dolores, el día de Jueves Santo en la procesión de El Encuentro y el Viernes Santo, en la del Santo Entierro.

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