Grabado de una reunión en la Fonda Rafaela, donde se alojó Andersen en Burgos. BC
Burgos Misteriosa

La cerillera, un brasero maldito y Hans Cristian Andersen en Burgos

La estancia en Burgos de este célebre escritor casi le causa la muerte. El frío del mes de diciembre le traspasó las carnes y los huesos. Y los efluvios de un brasero, los pulmones. Su experiencia en la ciudad no fue nada placentera

Viernes, 28 de abril 2023, 07:54

Los biógrafos de Hans Cristian Andersen aseguran que el danés escribió el cuento de la vendedora de fósforos pensando en su madre. Esa teoría tiene todos los visos de ser cierta, pero puede encerrar un misterio. El cuento de la cerillera nos recuerda las frías ... noches de una ciudad de invierno como lugar donde suceden los hechos. ¿Y si Andersen, 17 años antes de llegar a Burgos, ya imaginó cómo era la ciudad de Burgos y de una experiencia en ella escribió La Cerillera?

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El cuento de la cerillera dice que la tarde del día de Nochevieja una niña se acurrucó en un rincón en plena calle. Estaba aterida de frío. Era pobre. No tenía con qué combatir el frío. Para comer, vendía fósforos a los ricachones que prendían sus cigarros con esas cerillas. El día se le había dado mal. Tenía intacta la caja de fósforos. Nadie se los había comprado. En el frío de aquella noche, la niña encendió una cerilla para sentir entre sus manos el placer efímero del calor calentando sus palmas y sus dedos.

Y como el fuego de una cerilla se apaga, la niña fue prendiendo una a una cada cerilla; y con el raspado del fósforo, el resplandor le traía a la mente una ilusión y una alucinación. Desde una mesa llena de comida a un hermoso árbol de Navidad; pero cuando la niña tocó las luces, la cerilla se apagó, y las luces ascendieron hacia el cielo, convirtiéndose en estrellas.

La pequeña recordó a su abuela, y lo que un día le dijo: 'cuando veas una estrella surcar el cielo, es que una persona acaba de morir y su alma asciende a Dios'. La niña decidió encender otra cerilla, y al instante vio ante sí una luz cegadora. Y en medio de aquella luz, el rostro entrañable y alegre de su abuela. Al apagarse la última cerilla, la niña había muerto.

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Bien pudo Andersen tomar como referencia para su cuento de navidad la ciudad de Burgos; y como protagonista a una niña burgalesa que vendía cerillas en el portalón del Palacio de la Marquesa de Viñuela, en pleno Espolón. Y ahí pudo observar Andersen a la pequeña, cuando caminaba desde su fonda hasta el Arco de Santa María, en pleno mes de diciembre. Pero no deja de ser una ilusión porque Andersen visitó Burgos en 1862 y la cerillera es un cuento de 1845.

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Sin embargo, se puede especular con coincidencias. No es casualidad. El viaje por España de Andersen le hace recaer en Burgos en diciembre. Camino de la ciudad relata: «La nieve caía formando pequeños montículos. Aquí veíase un viñedo, allá un pino solitario; pensaba sin duda como yo: ¿Estoy realmente en España, en un país cálido?».

Al llegar a Burgos se aloja en la Fonda de la Rafaela. Estaba ubicada en la actual calle Vitoria, en un antiguo edificio que hoy ocupa un banco, haciendo esquina con la plaza de la Libertad. Era la de la Rafaela una pensión modesta, pero lo mejor que podían encontrar. No tenía chimenea. Así que tenían que calentarse con un brasero: «Estábamos ateridos -se lamenta- y resultó que no había chimenea. Nos trajeron un brasero y tuvimos que calentarnos los pies y manos sobre las ardientes brasas», reconoce en el libro.

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Lugar que ocupaba en la calle Vitoria la Fonda.. J.C.R.

A Andersen, quitando la belleza de la Catedral, del Arco de Santa maría y las pocas cosas que pudo ver de los burgaleses, se le estaba haciendo la estancia en la ciudad muy larga. Relata en su libro que «llevábamos ya tres días en Burgos. La nieve continuaba cayendo y se decía que pronto cerrarían el paso a los trenes- se le nota un tono angustiado- La idea de quedarnos aquí no me hacía ninguna gracia».

Pero es que Andersen y su compañero habían dado un rodeo a España para acercarse a Burgos desde Toledo y visitar los sitios más insignes que, finalmente, el escritor se quedó sin ver por el maldito temporal de nieve y frío polar. Querían visitar la tumba del Cid, la Catedral y San Pedro de Cardeña. Misión imposible.

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Pero llegó el peor momento. La muerte rondó la habitación de Andersen y su acompañante: «Mi compañero y yo estuvimos a punto de sacar un billete para la eternidad; casi morimos atufados. Me desperté sintiendo opresión en el corazón y dolor de cabeza; llamé a Collin, pero él estaba todavía más mareado, me costó grandes esfuerzos salir de la cama y, dando tumbos como un borracho, alcancé el balcón; mas las hojas de la puerta se habían pegado; sentí una gran angustia y pesadez, hice acopio de fuerzas y, finalmente, pude abrir; la nieve se coló volando».

Pero el viaje le estaba sirviendo para idear nuevos cuentos. «Tuvimos que andar hundidos en la nieve, para poder salir de la ciudad e ir, dando un rodeo, a ver el magnífico pórtico de Santa María, famoso por sus esculturas, o la antigua catedral», relata. Y llegó el día de la partida. «Se disiparon las nubes, irrumpió el sol; llegó la hora de la partida. La nieve se acumulaba a ambos lados de la vía...». Y nunca más volvió.

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Fonda Rafaela

Como hay de todo en la viña del Señor, en esa pensión burgalesa Andersen coincidió con todo tipo de personas que se alojaban en ese lugar. Uno de los que más llamó su atención fue un tipo extraño que coleccionaba dientes de personas desconocidas: «Un molar de un ladrón, otro de un peluquero, un colmillo de una cantante»… «Otro coleccionaba plumas antiguas, otro cajitas de rapé».

Pero lo que más llamó su atención fue la presencia de un grupo de mujeres que se dedicaban a la prostitución: «Cuanto más animado estaba uno comiendo, llegaban personas de visita, cogía una silla y se sentaba detrás de su víctima». No eran de su agrado, precisamente: «Las criadas poseían una increíble desvergüenza, como no la conocimos en ninguna taberna española. Las muchachas en esta casa son auténticas fulanas. Empezaron a meterse con Jonás (otro compañero) y conmigo, nos metieron mano, entraban y salían a cada momento, por ellas no había inconveniente si nosotros quisiésemos».

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Vamos, que la mejor pensión de la época en la ciudad no era más que un tugurio de mala muerte. En sus 'Apuntes sobre Burgos', el catedrático de la Universidad de Toulouse-Le Miran André Nougue recoge unos apuntes de Germond de Lavigne, de aquella época. Evocaba que «la ciudad tiene 14.200 habitantes. Hay bastante sitio para alojarse: la fonda Rafaela, la fonda del Norte, numerosas posadas y casas de pupilos. Pero no es suficiente y para Burgos, donde hay gran movimiento de extranjeros, hace falta un hotel convenientemente arreglado.

El hijo de su amante

Hans Christian Andersen viajó a España con un compañero, el hijo de su amante, un abogado, Jonas Collins. El escritor fue alumno de danza de su abuelo, llamado como el nieto, en el Teatro Real de Copenhague. Antes de llegar a Burgos pasaron por Barcelona, Valencia, Alicante, Elche, Murcia, Granada, Málaga, Cádiz, Sevilla, Córdoba, Madrid, Toledo, Burgos y San Sebastián.

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Si el frío de Burgos heló sus entrañas, el cuentero se enamoró de Málaga y allí la ciudad de la Costa del Sol le dedicó una escultura. Bien podría Burgos, aprovechando cualquier evento literario, reconocer a Andersen su estancia en la ciudad con una placa en el edificio que hoy sustituye al que otro en el que estuvo hospedado tres días en el mes de diciembre en desagravio por los fríos.

Retrato de Saturnino Calleja.. BC

Calleja: el Andersen burgalés

No es una exageración comparar a Saturnino Calleja con Hans Christian Andersen . En primer lugar por su prolífica producción; y después porque adaptó cuentos de danés al castellano dándoles un toque especial. Y es un burgalés ilustre que tiene el reconocimiento de sus paisanos. Nació el 18 de febrero de 1853 y murió un 7 de julio de 1915.

Este periódico lo contó cuando quedó inaugurado el museo en Quintanadueñas y l o anunció tres meses antes en este enlace .

Llegó a publicar más de mil cuentos, relatos que escribía para acercar la lectura a la gente de la época con textos sencillos y entretenidos. ¿Quién no ha pronunciado alguna vez esa frase «tienes más cuento que Calleja»? Se cuentan por miles sus publicaciones, una vez se estableció desde niño en Madrid. La Real Academia de la Historia le recuerda como el iniciador del negocio de la edición como en las técnicas de las tareas relacionadas con ella, como la impresión, la encuadernación, el grabado, etc., ejercitando siempre sus conocimientos en la práctica que le facilitaban algunos familiares como su hermano Luis y el editor Agustín Sáenz de Jubera, a la vez que entraba en contacto con el mundo de la enseñanza.

En 1876, Fernando Calleja, su padre, abrió un taller de encuadernación y una librería en la calle de la Paz, en Madrid. Tres años más tarde se la vendió a su hijo: radican en estos hechos el origen de la famosa Casa Editorial Saturnino Calleja y el que, en los libros que publicaba, apareciera en su portadilla el dato de 'Casa fundada en el año 1876'.

Para ello subvirtió los códigos pedagógicos reinantes, concediendo a las ilustraciones de los libros y de los cuentos un papel de primer orden, pedagógica y artísticamente hablando —especialmente en el caso de las cubiertas— y seleccionando como dibujantes a artistas contemporáneos de máxima categoría. Por otra parte, actualizó los datos científicos de libros y manuales escolares, revisó su estilo literario y ofreció sobre un mismo tema publicaciones distintas.

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