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JULIO CÉSAR RICO
Burgos
Viernes, 8 de julio 2022, 07:03
Una de las figuras más misteriosas, temidas y crueles de la historia es la del verdugo. Era el funcionario público encargado de dar muerte al reo condenado a la pena capital. El de Burgos, a comienzos del siglo XX, era Gregorio Mayoral Sendino. Más allá de su oficio, era un genio, un innovador; un narrador de historias trágicas de las que era testigo y protagonista. Era un finísimo ejecutor con manos de artista. Fue el maestro del garrote vil y el último verdugo de Burgos.
Activamos el cronovisor y viajamos en el tiempo. Estamos a principios del siglo XX. Mayoral recibe el aviso de la cárcel de Burgos. Se dispone a acudir al penal de Santa Águeda. Coloca con mimo el instrumento en una maleta negra de guitarra; toma su librito de notas y se apresta a bajar desde su domicilio, en el número 7 de la calle Hospital de los Ciegos, hasta la cárcel. Apenas un recorrido de 7 minutos para ajusticiar a un reo.
En el trayecto solo mira al suelo y al frente. Los vecinos con los que se cruza en Saldaña, Fernán Gonzalez y Santa Águeda le miran mal. Todo el mundo sabe adónde va. Solo hay silencio en los 500 metros que separan su casa del penal. Es despreciado, abucheado y alguna ha sido apedreado por el vecindario tras dar garrote a algún ajusticiado. Sus relaciones sociales son escasas. Tan solo juega a las cartas con algunos cercanos en el Ventorro de Benito, en el camino de Villatoro.
Sube las escaleras del penal embutido en su levita negra y sombrero de copa. Cruza el umbral del pórtico de la cárcel y aguarda en el patio. En un extremo, lejos de las miradas de los presos y los funcionarios, aguarda una silla de madera con cinchas en sus brazos y en las patas. En la parte más alta del respaldo, la sujeción de hierro para la cara; en la parte trasera la fatal pieza a rosca para empujar el émbolo que dará muerte al reo.
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Sale el reo con las manos atadas y la cabeza tapada con un capuchón negro. De negro también, el párroco de Santa Águeda y Santiago dialoga al oído con el preso; pide al funcionario que le suelte las manos para que pueda persignarse; él hace la señal de la cruz; el cura le da la extrema unción y lo sientan en el patíbulo.
Gregorio Mayoral ha visto la escena decenas de veces. Aguarda tranquilo. Coloca su instrumental. Gira el manubrio. Tres cuartos de vuelta y en un segundo, muerte. Tan frío como los carámbanos helados que cuelgan de los alares del maltrecho tejado de la cárcel, pronuncia su frase: «Con la música a otra parte», tras guardar de nuevo los aparejos en su maleta de guitarra.
Antes ha anotado en su libreta todos los acontecimientos que rodean a las ejecución: Cómo era el reo y la reacción tras aplicarle el garrote. Su libro negro es el compendio de la desgarradora crónica de cada una de las muertes de las que era protagonista. Un documento que hoy sería un tesoro, si es que no se ha perdido.
Mayoral Sendino llegó a ejecutar a 60 reclusos condenados a garrote por un sueldo de 1.750 pesetas al mes. Siempre aplicó su técnica en cada una de ellas. Entre cada uno de sus trabajos, lo mejoraba. Con las notas de su cuaderno como guía, modificaba e innovaba hasta convertirlo en el mejor de los instrumento para matar, con el menor daño posible para el reo de muerte.
En sus comienzos, mayoral Sendino se dio cuenta de la precariedad de los medios de las cárceles. Realizaba sus servicios allá donde le fueran requeridos. Viajaba a muchos penales y comprobó que el garrote tenía fallos que envolvían la muerte de los reos de enormes sufrimientos, porque los instrumentos eran malos y estaban deteriorados, como relata el profesor José María Deira en su ensayo 'No matarás: célebres verdugos españoles'.
La académica de la Institución Fernán González María Jesús Jabato cuenta en un interesante ensayo publicado en el Boletín número 250, editado por la Real Academia Burgense de Historia y Bellas Artes, que tanto era el celo y la escrupulosidad de su experiencia que, lo experimentaba en sí mismo. Sentado en la silla macabra comprobó la altura del corbatín y sin inmutarse lo probó metiéndolo en su cuello. Es una referencia que toma la académica de la crónica de la ejecución de los reos Jesús Pascual Aguirre y Jesús Saleta. Si el lector quiere conocer a fondo más cosas de este funcionario, puede leer ese interesante artículo: https://riubu.ubu.es/bitstream/handle/10259/6270/0211_8998_n250_p193-228.pdf?sequence=1&isAllowed=y
El agosto de 1897 el presidente del Gobierno, Antonio Cánovas del Castillo, es asesinado en el balneario de Santa Águeda, cerca de San Sebastián, donde tomaba las aguas. El autor del magnicidio, el anarquista italiano Michele Angiolillo, fue detenido. Un rápido juicio lo condenó a muerte. El 20 de agosto, Gregorio Mayoral Sendino ejecutó a Angiolillo en la cárcel de Vergara (Guipúzcoa), lo que le supuso alcanzar fama internacional.
Mayoral, natural de Cavia donde nació el 24 de diciembre de 1861, había sido pastor, zapatero y albañil antes que verdugo. Quiso ingresar en el Ejército, sin fortuna. Realizó su primera ejecución en Miranda de Ebro en 1892 al reo Domingo de Bezares y acabó con la vida de 60 condenados.
Sus colegas de profesión le apodaban 'El abuelo'. Su última ejecución fue la de Guillermo Roldán, en marzo de 1928 en León. En la ciudad de Burgos, ejecutó a dos reos, Demetrio Fernández, en 1904 y Daniel Ayala, 1920. Ejerció este oficio desde que fue nombrado ejecutor de la justicia en 1890 y desempeñó este cargo durante 38 años, hasta su muerte en 1928.
Una buena forma de entender lo que sentía este funcionario es la película 'El verdugo', rodada en 1963 por Luis García Berlanga. El genio valenciano bien pudo tomar la biografía del burgalés. Sin embargo se inclinó por el sentimiento y la antropología a la hora de escribir la vida de un vulgar madrileño que sólo quería ser feliz.
José Luis es un empleado de una funeraria. Quiere prosperar y sus sueño es cambiar de oficio e ir a Alemania para convertirse en un buen mecánico. Amadeo, verdugo profesional y padre de su novia, los sorprende en la intimidad y los obliga a casarse. La boda trastoca todos los planes; el dinero escasea.
Amadeo se jubila y propone a José Luis tomar la plaza que él deja vacante como verdugo y que da derecho a sueldo y vivienda.Y acepta convencido de que nunca tendrá que ejecutar a reo alguno; pero se equivoca. La historia relata la angustia de un buen hombre incapaz de quitar la vida a nadie.
En este enlace se puede escuchar el relato completo del último verdugo de Burgos.
Parece que han pasado siglos desde la abolición de la pena de muerte en España. Sin embargo, la Historia desmiente esta máxima. En España se ajusticiaba a presos comunes, a personas con delitos menores, hasta hace apenas un siglo. Y para delitos mayores, solo hace 47 años, regía en España y se podía condenar a muerte.
La pena capital estuvo vigente en España hasta que fue abolida a medias en la Constitución de 1978. Antes, los últimos ejecutados fueron dos militantes de ETA y tres del FRAP (Frente Revolucionario Antifascista y Patriota). No será hasta 1995, que fue abolida también de los códigos militares, por Ley Orgánica, porque sus leyes penales para tiempos de guerra la mantenían vigente.
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