Secciones
Servicios
Destacamos
Vallecas. Semifinal de la Copa del Rey entre el Rayo Vallecano y el Betis. El árbitro pita el final. 1-2. Los escasos seguidores verdiblancos estallan eufóricos. Pero siguen resonando los cánticos de la hinchada local. El estadio entero ovaciona a los suyos, que ... saludan desde el centro del campo. La grada más efusiva se queda aún más tiempo y despide a sus jugadores con aplausos, mientras entran por el túnel de vestuarios. Aun con el césped vacío, siguen cantando gozosos. Minutos más tarde, en la calle, los aficionados charlan animadamente. Las terrazas están llenas. El partido merece una última cerveza, a pesar de que son las once de la noche de un día laborable.
Algunos psicólogos afirman que la infelicidad tiene que ver con un desajuste continuo entre la realidad y las expectativas. Los seguidores de los equipos grandes, como el Real Madrid, se acostumbran a gratificar neuronalmente su organismo con cada victoria. Se ha demostrado que los goles desatan la euforia porque nuestro organismo libera dopamina, oxitocina y endorfina, responsables de la sensación de placer, las mismas hormonas que disminuyen el riesgo de depresión.
A más goles de tu equipo, más descargas de los neurotransmisores de la alegría, que compensan las sensaciones negativas. Sin embargo, cuando no se alcanzan los objetivos, la frustración deriva frecuentemente en ira. Entonces, se anula la parte más lógica y congruente del cerebro y se busca un culpable de nuestra sensación de malestar, una especie de chivo expiatorio: tal o cual jugador, el entrenador, incluso el equipo entero.
Creo que el hincha del Rayo es lo que los psicólogos llaman un «pesimista positivo». Prevé el peor de los escenarios y se acostumbra a hallar goce aun cuando las cosas no salgan bien. Las posibilidades de disfrute y de felicidad a largo plazo son mayores que las del «optimista negativo», es decir, el que cree que hay que intentar cualquier empresa porque se ve con posibilidades de triunfar, pero se cabrea cuando se frustran sus expectativas.
El día anterior al partido estuve charlando con Luca Zidane, el portero del Rayo que viene alternando en los últimos partidos la titularidad con la suplencia. Albergaba la esperanza de poder jugar y muchos en las gradas consideraban que se lo merecía. Cuando le vi chutar a puerta en el calentamiento a Dimitrievski (el elegido para defender la portería desde el inicio), supe por lo que estaba pasando. Se mostraba taciturno, despistado, evadido: ni siquiera acertaba con dirigir el balón a un poste para que su compañero se estirara.
El hijo de Zinedine Zidane se reconoce ambicioso. Ha aprendido desde pequeño a fijarse grandes metas y trabajar duro. Los que le conocen mejor que yo, dicen que llegará a lo más alto si aprende a gestionar la impaciencia y aun la ansiedad que le provoca la frustración. Es de esos tipos que no se rinden y que transforman la rabia en esfuerzo. No por casualidad me dice que ha sido de Cristiano Ronaldo, con el que ha compartido vestuario, de quien más ha aprendido. Diferente cuestión es si ciertas personalidades experimentan más o menos momentos de insatisfacción que el común de los mortales.
No es solo una cuestión individual. Luca ha mamado en casa un ambiente diferente al que se respira en Vallecas. En el estadio del Rayo se palpa la misma cultura de barrio que se observa en las calles. La gente habla de la factura de la luz, de la manera inesperada como han despedido de su trabajo al sobrino de la tendera, pero también de que parece que la pandemia amaina y que hace unos días casi primaverales.
En las gradas, un forofo le recuerda a su amigo más optimista que el año pasado terminaron sextos en Segunda División y que la semifinal es un regalo. En el estadio reina un clima familiar. Los jugadores saludan a amigos y conocidos, mientras calientan. Van a competir, claro. Pero son conscientes de que es un día de fiesta, una jornada histórica, y que la posible derrota contra un equipo de mayor presupuesto no alterará ese feliz hecho.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La proteína clave para la pérdida de grasa
El Comercio
La bodega del siglo XIV que elabora vino de 20 años y el primer vermut de Valladolid
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.