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Ningún equipo que alcanza unas semifinales piensa que ya ha hecho su trabajo. Es todo lo contrario: la cercanía de la gloria afila la ambición hasta del más conformista. España, por tanto, ya se marca como objetivo no sólo la final sino el título de ... un torneo al que llegó sin ser una de las principales favoritas. Había al menos cinco selecciones que estaban por delante en los pronósticos. En este sentido, se puede decir que, hagan lo que hagan el martes en Wembley frente a Italia, Luis Enrique y sus jugadores ya pueden hablar de éxito en esta Eurocopa. Han enganchado de nuevo a su afición -10 millones vieron los penaltis- y se han convertido en un equipo joven y excitante, en una gran promesa de futuro. Sin dudarlo, en una de las principales referencias de cara al próximo Mundial de Catar. La Roja, en fin, ha vuelto al primer plano tras años en la sombra.
Analizar la trayectoria de España desde su decepcionante estreno ante Suecia en La Cartuja el pasado 14 de junio hasta la victoria en la tanda de penaltis frente a Suiza es un ejercicio curioso. Es cierto que hay datos muy contundentes. El porcentaje medio de posesión, por ejemplo, es espectacular, abrumador: un 69,8%. También lo es la media de remates: 19. Y la diferencia frente a los que recibe, que no pasan de 6,4. Por otro lado, no se puede olvidar que estamos hablando de la selección más realizadora del campeonato con 12 goles en 5 partidos. Expresadas así, fríamente, sin matizarlas ni ponerlas en su debido contexto, estas cifras parecerían retratar a una apisonadora que pasa por encima de sus rivales y los convierte en papel celofán. Y no es el caso.
La realidad es que las estadísticas hacen un retrato parcial del equipo de Luis Enrique, que con los mismos números o similares es capaz de firmar partidos muy diferentes y ofrecer sensaciones completamente distintas. El fútbol nublado y espeso que se vio ante Suiza, por ejemplo, nada tuvo que ver con el visto ante Croacia, de la misma manera que la gran actuación que sirvió para golear a Eslovaquia en nada se pareció a la del estreno contra Suecia. Lo cierto es que España es un equipo paradójico e imprevisible, capaz de lo mejor y de lo peor. Pocas veces se ha visto un grupo tan firmemente contradictorio que, haciendo cosas opuestas -marcar diez goles en dos partidos o sólo poder hacer uno y de rebote después de 29 remates-, ambas parezcan igual de naturales.
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Por otro lado, siendo La Roja una selección tan joven es realmente meritoria su maestría para moverse en el alambre y resolver los problemas que ella misma se crea. Hace unos años se puso de moda el término resiliencia, que no dejaba de ser la manera académica con la que los psicólogos se referían a lo que el resto de los mortales llamamos entereza o capacidad de adaptación; es decir, a la facultad de superar las adversidades o al menos aclimatarse a ellas. No es extraño que en las portadas de los libros de autoayuda dedicados a este concepto abunden imágenes resultonas, como las de una bella flor creciendo en las rendijas del hormigón o entre las grietas de una tierra cuarteada por la sequía. Pues bien, la resiliencia de la España de Luis Enrique es incontestable.
Blando en algunas cuestiones, en otras, sin embargo, resulta ser un equipo de pedernal, durísimo de resquebrajar. Es verdad que todavía no ha pasado por la prueba del algodón de enfrentarse a un rival de grueso calibre, pero esa es la impresión que da. La manera en que se sobrepuso en la prórroga al empate de Croacia o la firmeza que demostró en una tanda de penaltis que parecía una condena a muerte tras un escandaloso desperdicio de oportunidades fueron dignas de elogio. Es evidente que el técnico asturiano ha construido un plantel muy unido. Una piña. Basta con ver cómo celebran sus goles y sus victorias. Incluso llama la atención el trato que los jugadores tienen con su entrenador, su cercanía, la efusividad y sinceridad en los abrazos. 'Lucho' ha sabido tocar esa tecla del corazón que convierte a un grupo de futbolistas en uno de guerreros conjurados por una causa.
A esta España, maestra del suspense, se le cruza ahora en su camino el rival más complicado posible. Se llama Italia. Sólo con el nombre parecería suficiente, pero no es el caso. Estamos hablando de una nueva Italia imperial, la nacida tras la revolución que se ha vivido en el calcio en los últimos años. Su rendimiento en esta Euro, la calidad y ambición de su fútbol, está sorprendiendo a todos, incluso a la propia afición azzurra. 'Dimmi ché e vero', titulaba ayer el 'Corriere dello Sport'. Dime que es verdad. Pues sí, lo es. Son ya 32 partidos los que se llevan los pupilos de Mancini sin perder. Palabras mayores. Para la selección española se trata de un rival no sólo muy complicado sino completamente diferente a los demás. Y es que Italia juega con las mismas armas que la Roja -fuerte presión alta, buen toque y ambición-, pero lo hace a mayor velocidad y, desde luego, con una solidez defensiva muy superior.
Digamos que esta nueva Italia tan atractiva -bellísima, la calificaba ayer 'Tuttosport'- es más o menos lo que la España de Luis Enrique quiere ser de mayor, desde luego su principal modelo. Que no deja de ser, por cierto, el modelo de lo que fue la Roja en 2012, cuando se merendó a la escuadra azzurra en la final de Kiev con una exhibición magistral de fútbol y una goleada que hizo crujir los cimientos del calcio.
Estas conexiones temporales y sentimentales entre dos clásicos dan a la semifinal del próximo martes una pimienta especial. Para el equipo de Luis Enrique será, sin duda, el reto más difícil e importante que ha afrontado hasta ahora.
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