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Daniel Panero
Domingo, 12 de enero 2025, 22:15
El Barça vive dos realidades paralelas y eso se pudo ver con creces esta semana en Arabia Saudí. Por un lado están todos los líos que rodean a la entidad y por otro la prosperidad que asegura un equipo en el que los brotes verdes nacen como si no costara. Ese semillero se dio un homenaje en la Supercopa de España y sirvió para dotar al aficionado culé de una burbuja que llevaba meses esperando. Durante noventa minutos no hubo 'caso Negreira', ni 'caso Dani Olmo', ni cortes de mangas de su presidente. Solo fútbol con mayúsculas, un espectáculo que el Barcelona debe gestionar y alimentar de cara al futuro.
Y es que la exhibición del Barça no permitió ni siquiera que hubiera un espacio para la polémica. Los culés no protestaron una posible falta a Marc Casadó en el gol de Kylian Mbappé, sino que se ciñeron a seguir con el plan establecido y a jugar, una orden que ya había dejado clara Flick días antes en rueda de prensa. «Hay mucho ruido exterior, pero hay que estar juntos», aclaró el germano antes del duelo. Unidos protestaron el claro penalti de Camavinga a Gavi que supuso el segundo gol del Barça, unidos permanecieron para solicitar una posible expulsión a al centrocampista galo que no estimó Gil Manzano y unidos se mantuvieron después de que Szczesny viera la roja de forma justa tras una falta a Mbappé cuando enfilaba la portería.
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Daniel Panero
Esa fue toda la polémica en un clásico que fue de altos vuelos, pero solo en términos futbolísticos. La grada multicolor de Yeda, en la que ambas 'aficiones' estaban mezcladas, tuvo que pellizcarse ante un espectáculo al que no están acostumbrados. No es para menos, los Lamine Yamal, Pedri, Raphinha, Casadó y compañía hicieron un ejercicio que incluyó muchas de las señas de identidad del Barcelona pero también algunas señas de otros púgiles con los que habitualmente compiten. Supieron tener la pelota, correr al espacio y hasta aguantar con uno menos haciendo un ejercicio defensivo en campo propio poco habitual en un equipo de Flick.
No le quedó otra a un Barcelona que ha vivido días convulsos, pero que ha sabido abstraerse para volver a competir. Los de Flick han hecho de la necesidad una virtud y han creado un búnker en el que no ha entrado todo el ruido, y mira que ha habido en el último par de meses. De la euforia inicial con la que empezaron el curso se pasó a un bajón generalizado con los resultados de finales de 2024, una caída que precedió a la indignación con la que se llegó al 2025.
El 'caso Olmo' no solo no ha servido para debilitar al equipo de Flick, sino que ha sido una amenaza ante la que hacerse fuertes. Todo ese ruido no ha entrado en un vestuario que ha vivido con los auriculares puestos a todo volumen y que ni siquiera se los ha quitado para escuchar los gritos de su presidente en Arabia Saudí. El Barça de Flick, que es el que salta cada tres días al terreno de juego, pasa de líos y se centra en jugar al fútbol, algo que hizo con creces en la Supercopa de España para conquistar el primer título con el técnico alemán en el banquillo.
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