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Sasha Djordjevic lo sabía. «Os estoy siguiendo en todos los campeonatos y siempre hacéis lo mismo cuando llegáis al final, ¡eh! Así que a mí no me podéis engañar. Quizás a otro, pero a mí no. Sé que España puede empezar un poco así, pero ... tiene muchísima experiencia». Lo lanzó entre risas, pero muy convencido, el seleccionador serbio a un grupo de periodistas españoles desplazados a China. Lo hizo antes de que el equipo de Sergio Scariolo, de nuevo con un inicio salpicado de dudas y mal juego, se jugase contra la defensora del título el liderato del grupo en la segunda fase. Camino de firmar una hazaña mundial.
Un hito memorable que en principio parecía una utopía. Muy mermada, sin Pau Gasol, Sergio Rodríguez, Nikola Mirotic ni Serge Ibaka, y sin ningún representante de los 'júniors de oro' por primera vez en 20 años, para hacer realidad un sueño y permitir que el baloncesto español cerrase, gracias también a la selección femenina, el mejor año de su historia, con dos títulos en las dos grandes competiciones que se pusieron en juego.
España volvió a rebelarse contra los agoreros y a tapar la boca a quienes presagiaban, ya antes de empezar la competición, que se estrellaría en el Mundial de China. El pesimismo fue a más durante una primera fase en la que, contra Túnez, Puerto Rico e Irán, la selección, de mal en peor, ofreció una pobre imagen que amenazaba con convertirse en desastre. Sin embargo, llegó el momento de la verdad, un duelo clave contra Italia para alcanzar los cuartos de final, y ahí sí emergió, con agonía, pero con una actitud y un gen competitivo inmensos, la España que comenzaba a afrontar un campeonato totalmente distinto, para coronarse al término de una irregular travesía con su segundo título mundial, 13 años después del conquistado en Japón.
El de 2006, con la mejor generación que ha dado el baloncesto español a manos de Pepu Hernández, podía esperarse ya antes de empezar, pero el de 2019, con tantas e importantes ausencias, y con un equipo de nivel inferior, de menor talento que el que se consagró en Saitama, resultó sorprendente que la selección lograse en Pekín una de las mayores gestas deportivas de todos los tiempos. De menos a más, pero con el mismo o más corazón aún y espíritu solidario que el que suele exhibir esta España que sabe cómo regularse, superar todas las adversidades y explotar sus recursos cuando camina en el filo entre el éxito y el fracaso. A las órdenes de un técnico que dio varias clases tácticas. Y también agarrado al carácter y calidad de unos jugadores que disfrutan e intentan crecer cuando coinciden en 'La Familia', que por exigencias se ha ido renovando y en China, a falta de Pau, tuvo dos líderes que asumieron con valentía la responsabilidad que se les encomendó.
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Con Ricky Rubio como mejor jugador del Mundial y con Marc Gasol, reciente campeón de la NBA con los Toronto Raptors, también en el quinteto ideal de un campeonato que vio cómo España se disponía a coronarse mientras la todopoderosa Estados Unidos se daba un batacazo. Aunque España volvió a ser, sobre todo, un equipo que dio una exhibición coral en la final en la que arrasó a Argentina (75-95), junto al base y al pívot más brillantes y determinantes se destapó también Víctor Claver, especialmente en defensa, y resultaron de igual forma decisivos Rudy Fernández y Juancho Hernangómez. Y al frente de la llamada segunda unidad, Sergio Llull, Pierre Oriola -inmenso, sobre todo, en la final con su marcaje a Luis Scola- y Pau Ribas, un escalón por encima de Willy Hernangómez, y con la presencia casi testimonial de tres jugadores que se ganaron plaza en las polémicas ventanas de clasificación y tuvieron una recompensa inesperada: Quino Colom, Javier Beirán y Xavi Rabaseda.
«Hemos dado una lección, ya no sólo en el deporte, sino en la vida. Espero que esta historia que hemos escrito pueda inspirar a mucha gente, para superar el día a día y muchos baches que hay en la vida», proclamó Ricky Rubio tras haber dirigido a España como nunca y ganar el título que le dedicó a su madre, que murió hace tres años a causa de un cáncer. «Seguramente me habrá visto desde ahí arriba y estará muy contenta», afirmó emocionado con su oro al cuello el indiscutible MVP del campeonato, convertido también en el máximo asistente de la historia de los Mundiales. El de China lo cerró España sin haber perdido un solo partido y con su pasaporte directo para los Juegos Olímpicos de Tokio 2020 sellado. Nunca estuvo esta selección llamada a hecho tan legendario y de proporciones tan grandiosas, pero el orgullo, el sacrificio, el trabajo colectivo y el coraje volvieron a hacer posible lo que fue tildado de imposible.
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