Un paseo por 35 años de amistad y cercanía
Vivencias compartidas ·
Ramón García Domínguez reedita –revisada y ampliada– su biografía 'Miguel Delibes de cerca', fruto de horas de «tertulias callejeras» con el escritorVivencias compartidas ·
Ramón García Domínguez reedita –revisada y ampliada– su biografía 'Miguel Delibes de cerca', fruto de horas de «tertulias callejeras» con el escritorE. GArcía de Castro
Sábado, 17 de octubre 2020, 09:36
Era «un hombre de fidelidades y de coherencias totales. Fidelidad a tumba abierta a su tierra y a sus gentes, que proclamó y mantuvo siempre. Y coherencia, muy importante en Miguel Delibes, porque Delibes escribe como es, o es como escribe. Hay una sintonía ... absoluta, una concomitancia absoluta, entre vida y obra».
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Son palabras de Ramón García Domínguez (Barcelona, 1945), biógrafo del autor que tanto y tan bien retrató el alma de Castilla. Con él compartió «35 años de cercanía y amistad». De «confianza absoluta». De confidencias mientras recorrían las calles de Valladolid.
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Esta historia común comienza en 1975. El maestro y periodista García Domínguez había llegado a la ciudad meses antes para trabajar como redactor jefe del 'Diario Regional'. Una de sus primeras iniciativas había sido solicitar una entrevista a Miguel Delibes, a quien seguía. Cuando por fin fue a conocerle, la conexión fue inmediata. «No sé qué pasó. Por la razón que sea, le caí bien. Acaba de morir su mujer, Ángeles, y era muy lacónico en sus respuestas. Pero se sintió a gusto charlando conmigo», recuerda emocionado el también colaborador de El Norte de Castilla.
Confianza
Ese mismo día Delibes le propuso seguir quedando para conversar. Pero «no aquí sentados en mi casa, sino paseando». Para disfrutar de lo que el escritor definía como «la alegría de andar». El punto de encuentro era «la flamante caseta de helados», hoy desaparecida, que estaba «plantada en el ángulo del parque Campo Grande que da a la plaza de Colón», rememora el biógrafo.
Aquel fue el punto de partida de un sinnúmero de caminatas juntos. Juntos y a buen paso, abordaban los temas más variados durante horas. «Humanos, literarios, sociales o de cualquier índole que a Miguel Delibes le habían preocupado o interesado especialmente», cuenta Ramón García Domínguez en el libro.
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El entonces joven periodista fue consciente enseguida del valor que tenían esas «tertulias callejeras» con Delibes. «Yo noto el afecto y la confianza enorme que me tiene. Y eso genera que en un momento dado empiece a tomar apuntes», explica. Unas notas personales, en un cuaderno de «apuntes circunstanciales», con el objetivo inicial de «no olvidar». Porque el biógrafo de Miguel Delibes aún no sabía que sería el biógrafo de Miguel Delibes.
Hasta que al fin se decide. Consciente, en todo momento, de que la relación que el Premio Cervantes mantiene con él es «un privilegio, un honor y una responsabilidad». Y más teniendo en cuenta que Delibes no había escrito su autobiografía. «Ni siquiera unas memorias al uso», señala García Domínguez, que relata en su obra que el escritor no se creía «un tipo interesante», como reconoció él mismo. «Y por eso, al parecer, no se puso nunca a contar su vida. Ni tampoco a recoger o sistematizar sus ideas o reflexiones sobre esto o lo otro».
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Iniciada la tarea, «todo lo que yo escribía se lo quería pasar luego, y él me decía: 'Pero Ramón, ¡cómo voy a leer yo esto! Cuando esté publicado ya lo leeré', ¿Y si hay algo que no te gusta?, le advertía yo. Y me contestaba 'no, no creo'. Nunca me puso trabas de ningún tipo», agradece el biógrafo. Delibes solo le hizo una observación: «Me dijo: 'oye, pero no cuentes lo que no se puede contar, ¿eh?'». Con el libro ya en la editorial, a punto de imprimirse, García reiteró su oferta de que lo revisara antes, sin conseguirlo.
Se publicó en 2005 como 'El quiosco de los helados'. «Le gustó mucho que hubiera puesto ese título, porque hacía referencia a ese lugar donde nos encontrábamos». Y por supuesto el contenido. «Lo único que me decía a veces era: 'Oye Ramón, yo no me acordaba de esto. ¿Pero de verdad es verdad lo que dices?'. Y yo le contestaba 'verdad de la buena y de la santa, no me invento nada'». El fallecimiento del Premio Cervantes en 2010 llevó a García Domínguez a «poner el libro al día» y reeditarlo como 'Miguel Delibes de cerca'. En alusión, precisamente, a esa «cercanía andariega» que es su germen.
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Ahora ha vuelto a publicar la obra con Destino, «revisada, mejorada y aumentada». Lo ha hecho coincidiendo con el centenario del nacimiento del autor, tal día como hoy de hace un siglo. La tercera edición ya está en las librerías. «Kilo y medio de Delibes, que es lo que pesa el libro», resume con humor el escritor de ascendencia navarra. Casi 900 páginas de recuerdos y fotografías que ayudan a conocer mejor al genio de la literatura, pero sobre todo «al hombre». Todo a partir de la afinidad intelectual que les unía, afianzada paseo tras paseo. Tres décadas de relación ininterrumpida, incluso en verano, puesto que todos los años el biógrafo visitaba al escritor al menos una vez en su retiro estival de Sedano (Burgos). Su pueblo no por nacimiento, sino por elección.
La biografía está dividida en tres bloques. Tantos como periodos clave en la vida de Miguel Delibes. El primero abarca desde su nacimiento en Valladolid el 17 de octubre de 1920 hasta la consagración literaria con el Premio Nadal 1947 por su primera novela, 'La sombra del ciprés es alargada'. El siguiente se extiende hasta 1974, año del fallecimiento de su esposa, que le sume en una profunda postración. Y el último desde entonces hasta su muerte en 2010. Con un hito que marca el antes y el después de 1990, cuando el escritor alcanza los 70 años, la fecha tope que se había impuesto para abandonar actividades como la caza o incluso la escritura. «Aunque finalmente y por suerte no lo cumplió».
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Ramón García Domínguez llama la atención sobre una curiosidad. Solo en dos novelas de Delibes, la primera y la última, se cita expresamente «el lugar donde acontecen los hechos». Ávila, en 'La sombra del ciprés es alargada', de 1948. Valladolid, en 'El hereje', que dedicó precisamente a su ciudad natal en 1998. Las separan «50 años justos». «En todas las demás lo oculta», aunque en muchas ocasiones «se adivina». Como cuando Lorenzo, el cazador del diario, baja «al parque» –en realidad el Campo Grande– a fotografiar a la Desi. En el mismo banco junto a la Fuente de la Fama donde el escritor y su querida Ángeles se hicieron novios.
Rasgos autobiográficos que salpican toda la obra de quien fue «un gran creador de personajes». Personajes que «no hablan con voces impuestas por el autor. Hablan como ellos saben y como ellos quieren. Delibes les hace hablar así, es el gran mérito de los grandes escritores», analiza su amigo. «Tiene un gran pulso para el idioma y para el lenguaje, sabe manejar un montón de registros», añade, que le permiten recrear escenarios y protagonistas creíbles.
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Tantos y tan reales, que «ellos son, pues, en buena parte, mi biografía», confesó el propio novelista. Fue en el discurso de aceptación del Premio Cervantes 1993. «Veía crecer a mi alrededor seres como el Mochuelo, Lorenzo el cazador, el viejo Eloy, El Nini, el señor Cayo, el Azarías, Pacífico Pérez, Gervasio García de la Lastra, seres que 'eran yo' en diferentes coyunturas. Nada tan absorbente como la gestación de estos personajes. Ellos iban redondeando sus vidas a costa de la mía», reconoció Miguel Delibes. «Ellos me habían vivido la vida, me la habían sorbido poco a poco. Mis propios personajes me habían disecado», sentenció.
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El biógrafo no esconde su admiración por el escritor y por la persona. Su «lealtad al amigo». Y atribuye la decisión de Delibes de distinguirle con su aprecio a que «estas personas tan altas necesitan alguien con quien desahogarse». Como anécdota, cuenta que «era muy curioso y muy cotilla, en el mejor sentido de la palabra». Por eso a veces le hacía algún encargo. «Me pedía que me enterara de cosas y se las contara, y me regañaba si no le traía la información apropiada», sonríe.
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También responde a una pregunta inevitable. ¿Cómo habría vivido Miguel Delibes estos tiempos de pandemia y confinamiento? Ramón García no tiene ninguna duda: «Se habría desesperado mucho. No poder salir al campo, no poder pasear por el Campo Grande, ni disfrutar del aire libre, de los amaneceres y atardeceres de Castilla... Lo hubiera llevado muy mal». Y opina que lo habría achacado al «culatazo» al que aludió en su discurso de ingreso en la Real Academia Española. Un término cinegético que describe la sacudida que propina el arma a los cazadores al disparar. Delibes sostuvo entonces (era 1975) que «todo progreso, todo impulso hacia adelante comporta un retroceso, un paso atrás». Denunció que «el hombre de hoy usa y abusa de la Naturaleza como si hubiera de ser el último inquilino de este desgraciado planeta». Y esa «Naturaleza agredida» responde con un culatazo, por ejemplo un nuevo coronavirus. Sin duda el escritor vallisoletano, además de un enamorado de su tierra y sus gentes, fue un adelantado a su tiempo.
La literatura tiene valor por sí misma, pero también puede ser una palanca para cambiar las cosas. Lo demostró Delibes con 'Las ratas', «una novela denuncia» que fue «muy significativa en su vida y obra, porque con ella soslaya y torea a la censura franquista», resume su biógrafo Ramón García Domínguez.
El propio Delibes lo explicó en este periódico en 1997, con motivo del estreno de la película homónima: «La estrechez de la vida campesina en el medio siglo era de tal envergadura que en El Norte de Castilla, del que entonces era director, iniciamos una campaña gráfica literaria para llamar la atención sobre el abandono de nuestra región. Pero los poderes públicos, en lugar de atenderla, la prohibieron». Vetadas las crónicas sobre el asunto, el escritor «cambió de instrumento» y volcó en un libro su inquietud sobre la situación del agro castellano, el abandono y la pobreza de sus pueblos.
García Domínguez cita 'El camino' como otra de las novelas a las que el autor tenía «mucho cariño». «'El camino' fue mi camino', decía Miguel Delibes, porque ahí empieza a escribir como él es. Lo escribe en cuatro semanas porque es espontáneo. Ha encontrado el tono de voz, el timbre, ese tono que sabe dar a su propio relato y a sus personajes», apunta.
En la lista de preferencias del escritor figuraba por supuesto 'El hereje', «un poco su canto del cisne y además dedicada a Valladolid, su ciudad». Pero si había una novela especial para él era 'Madera de héroe', «A esa la quería mucho porque tenía gran carga autobiográfica y la trabajó mucho», expone el biógrafo, que agrega que «el protagonista, Gervasio García de la Lastra, milita en la Armada en la Guerra Civil –como Delibes– con la misma letra y número que él, 377A». De hecho, inicialmente se tituló '377A Madera de héroe'.
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