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Unido para siempre a El Norte ·
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Unido para siempre a El Norte ·
Aquel joven de 21 años que llegó a la redacción con un cuaderno de caricaturas sería el elegido para dirigir el periódico y recuperar su identidad liberal en pleno FranquismoLlevaba una carpeta con láminas y caricaturas y pretendía ganarse algún dinero mientras preparaba oposiciones. De esta manera entró un joven de 21 años llamado Miguel Delibes Setién, primero al despacho del director y enseguida, al decano de la prensa. Caricaturista, empleado de banco, opositor a cátedras y aficionado entonces a la literatura, las primeras 'víctimas' de sus caricaturas fueron los 'baberos' del Colegio Nuestra Señora de Lourdes, donde pasó a estudiar tras cursar las primeras letras en Las Carmelitas del Campo Grande.
Aquel «niño juguetón y triste», adolescente que en tiempos de guerra aventuró hazañas y se enroló en el crucero 'Canarias', había comenzado a labrarse el futuro profesional alternando los estudios en la Escuela de Comercio con clases de modelado y escultura en la de Artes y Oficios de su ciudad. Años de postguerra, la ciudad gris, interminables colas para el racionamiento: gracias a un «préstamo sobre el honor a estudiantes» de 10.000 pesetas, termina la carrera de Perito y profesor mercantil y, algo más tarde, la de Derecho; ya entonces, la prosa precisa del profesor Garrigues lo ha encarrilado hacia la literatura. Pero nunca dejó de dibujar, incluso expuso sus caricaturas en el café Corisco. Hasta que consideró llegado el tiempo de ganarse la vida. En 1942, tras ganar unas oposiciones, ingresó en el Banco Castellano: 189 pesetas al mes durante seis meses. Al tiempo que se lanza a por la Cátedra de Derecho Mercantil, se presenta en El Norte de Castilla para dibujar. Ni por asomo tenía en mente ser periodista.
Miguel Delibes
Él mismo ha narrado la peripecia de aquel 10 de octubre de 1941, a una semana de cumplir los 21 años, cuando se dirigió al portal número 7 de la calle Montero Calvo y llamó a la puerta del despacho de Jacinto Altés. Llevaba un portafolios bajo el brazo, no buscaba un puesto de redactor ni pensaba, por el momento, en escribir, solo pretendía hacerse un hueco como dibujante. El portafolios estaba repleto de caricaturas de los vallisoletanos más distinguidos, «pero también de los más feos». El joven Delibes, inquieto frente al gerente; este, hojeando los dibujos sin prisa. Los minutos parecían horas, días. «¡Éste es el doctor Mengano!», exclamó de pronto Altés; «en todo caso, habrá que contar con el director», remató.
Delibes pasó al siguiente despacho: el sacerdote Martín Hernández, que entonces suplía a Francisco de Cossío, lo recibió frío; echó un vistazo a las caricaturas con ojos inexpresivos, comenzó a hablarle de las dificultades del rotativo, de la escasez de papel, de las trabas de la censura... Delibes, de pie, era todo menos optimista. Hasta que, de pronto, el cura señaló con un dedo las caricaturas y le indicó: «Eso está bien. Pase por aquí esta tarde, a las ocho, y le presentaré a la redacción». «Así fue como ingresé en El Norte de Castilla hace medio siglo», escribió Delibes en 1991; «yo era plenamente consciente de que no sabía dibujar. Tenía afición y una habilidad innegable para reproducir con el lápiz los rostros de algunas personas, pero nada más. Había en mí madera de caricaturista, pero aún estaba lejos de serlo... Tal vez hubiera llegado a ser un discreto caricaturista y hasta un buen dibujante, en manos de un maestro (…). En aquel momento no se me ocurrió pensar que había dado un paso decisivo en mi vida (…). Si alguien me hubiera insinuado entonces que acababa de poner la primera piedra de una relación vitalicia, lo hubiera tomado a broma». Ciertamente, Delibes no era, ni mucho menos, un desconocido para la empresa, pues además de sobrino del principal propietario del periódico, Santiago Alba, era primo de un consejero.
Enrique berzal
Debutó con dos 'monos' de fútbol que ilustraban el encuentro Delicias-Ciudad Real. Cobraba 100 pesetas al mes y, lo más importante, disponía de entradas gratuitas para los espectáculos, cuyos actores debía caricaturizar. Su primera caricatura de cine la publicó el 18 de enero de 1942, retratando, muy acertadamente, a los tres protagonistas de la película 'Raza': Ana Mariscal, Alfredo Mayo y José Nieto. Laurence Olivier, Claudette Colbert, Loretta Young, Tyrone Power, Spencer Tracy, Clark Gable, Walt Disney, Imperio Argentina, Cary Grant, Lola Flores... La flor y la nata del espectáculo español e internacional pasaron en aquellos años cuarenta por la pluma de MAX: la «M» era por Miguel, la «A», por su novia –y futura esposa– Ángeles, y la «X» por el incierto futuro que les deparaba la vida.
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Caricaturista y, hasta 1944, «redactor de segunda» especializado en las críticas de cine (la primera la escribió el 25 de abril de 1943 sobre la película 'Deliciosamente tontos', firmada como MDS), su primer artículo propiamente periodístico, publicado el 9 de septiembre de 1942, versaba sobre «El deporte de la caza mayor». Como el periodismo comenzaba a ser una posibilidad en su vida, decidió culminar un curso intensivo en Madrid, que le procuró el carnet de periodista número 1.176. Paradojas de la vida, la purga franquista, que luego se ensañará con él, le abrió las puertas de la redacción tras cobrarse dos víctimas incomprensibles: Eduardo López Pérez y José García Rodríguez, acusados por la Dirección General de Prensa de masones (el director, Francisco de Cossío, y Martín Hernández también habían sido purgados). Turbado y sorprendido, de García Rodríguez llegó a decir el cura Gabriel Herrero, director falangista del rotativo, que «meaba agua bendita».
No eran tiempos fáciles para el decano de la prensa: una vez apartado Cossío de la dirección, el Régimen se dispuso a controlar con mano férrea al rotativo liberal vallisoletano, lo cual pasaba por nombrar a un director a la medida del nacionalcatolicismo imperante. El elegido, en abril de 1943, fue el sacerdote jonsista Gabriel Herrero, que venía de colaborar en el rotativo falangista 'Libertad'. El nombramiento no pudo sentar peor a la empresa, pues además de ser ajeno a la casa y contrario a la tradición liberal y castellanista del periódico, Herrero era considerado no apto para tareas directivas.
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En 1944, Delibes es ya un periodista de plantilla de El Norte de Castilla: «Entonces hacíamos un periódico de dos a cuatro planas, puesto que la escasez de papel durante la guerra mundial llegó a reducir las páginas de El Norte a una sola hoja. Los periódicos de Madrid sacaban cuatro planas. Se componía de un cuerpo del 6. Era una época penosísima». Era un plumilla polifacético: lo mismo redactaba una necrológica que una crónica de calle, una crítica de cine que otra de libros, información internacional o de región... Y, de inmediato, la gran lección: «Aprendí algo muy importante que me valió mucho después, cuando me puse a ejercitar la literatura: había que decir lo más posible con el menor número de palabras posibles. Por otra parte, el periodismo me empujó a buscar el lado humano de la noticia».
Enrique Berzal
Eran tiempos recios, años de censura y de consignas: él mismo lo demostró en un librito que relataba aquellas obligaciones periodístico-políticas dirigidas a ensalzar al caudillo o defender España de la «perfidia» de las naciones democráticas y enemigas. Aquel sistema censor y represor, establecido con la Ley de 1938, provocaba, en palabras del mismo Delibes, «esta transformación taumatúrgica según la cual al periodista español se le ofrecía la magnánima alternativa de obedecer o ser sancionado»; incluso «nos prohíben dar la noticia de que un vagón de naranjas había descarrilado y volcado en Venta de Baños».
Catedrático de la Escuela de Comercio desde 1945, premio Nadal en 1948 por 'La sombra del ciprés es alargada' y escritor de primera fila desde entonces, a Delibes lo engancha el periodismo y, sobre todo, el desafío que suponía recuperar la «línea editorial liberal» del rotativo albista. En 1952, la cruda y comprensible realidad que se cierne sobre el cura Gabriel Herrero le ayuda a ascender hasta el puesto de subdirector: «Era una buena persona, y no se le ocultaba que cuando la empresa pudiera, prescindiría de sus servicios. De ahí que me diera toda clase de facilidades», reconocía el propio Delibes.
eNRIQUE bERZAL
La mayor facilidad que le dio el sacerdote fue, en efecto, desentenderse de sus responsabilidades y transigir en la 'operación Delibes': como el Consejo deseaba que este dirigiera el rotativo, ideó una artimaña para conseguirlo aun manteniendo al director impuesto: en 1952 dieron a firmar al sacerdote un contrato que le desposeía de sus atribuciones en beneficio del Consejo y del gerente. Herrero firmó. Pero el objetivo último consistía en nombrar a un subdirector que hiciera las veces de director del periódico. Este no era otro que Miguel Delibes: cuando en marzo de 1953 Fernando Altés se lo propuso a Herrero, este no puso objeción alguna. De esta manera, con Delibes como director en la sombra, El Norte de Castilla retomaría su originaria identidad liberal, castellanista y agraria, mientras que Herrero pasaba, ahora sí, a un plano más que secundario, si no residual. Cinco años más tarde (1958), Delibes ya era director interino, y el 30 de noviembre de 1960, director efectivo.
Ya entonces, su impronta se había hecho notar en el periódico mediante la creación de secciones como 'Los libros', estrenada esta, no por casualidad, el 23 de abril de 1950, una de entrevistas, otra de información y comentario internacional, que se titulaba 'Vistas al exterior', 'Momento deportivo', y 'Campos y mercados'. También puso en marcha el suplemento semanal agrícola 'Las cosas del campo', y lanzó campañas tan en la línea del decano de la prensa como 'En defensa del arte castellano' (junio-septiembre 1953) o 'Campaña para la creación y mejora de las escuelas' (septiembre 1953-enero 1954). De igual manera, los editoriales comenzaron a centrarse en temas locales y regionales y a adquirir un marcado, y a menudo conflictivo, carácter castellanista y combativo.
Lo cierto es que la nueva etapa iniciada en el periódico con el nombramiento de Miguel Delibes como subdirector no tardó en generar problemas con la Dirección General de Prensa, como ha destacado, entre otros, José Francisco Sánchez en su libro 'Miguel Delibes, periodista': amonestaciones por no resaltar convenientemente la conmemoración del 1 de abril, 'Día de la Victoria', por editoriales contra leyes que repercutían duramente en el mundo rural, etc. Los roces con la Dirección General de Prensa serían utilizados por la empresa en perjuicio y demérito de Gabriel Herrero y para aupar, definitivamente, a Delibes en la dirección del periódico.
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El 10 de mayo de 1957, sin esperar respuesta de la Dirección General de Prensa, la empresa decidía rescindir el contrato con Herrero, lo que se le comunicaba doce días después. Este, sin embargo, se negó a aceptarlo al estimar que la Dirección General de Prensa era la única facultada para rescindir su contrato, por ser la que le había nombrado. La situación se estancó durante seis meses: desde Madrid no se obtenía respuesta y Herrero se negaba a someterse a la voluntad de la empresa.
El desenlace de este tenso proceso no llegaría hasta el nombramiento, en enero de 1958, del vallisoletano de Peñafiel, Adolfo Muñoz Alonso, como nuevo director general de Prensa. En efecto, el 27 de marzo de 1958, Muñoz Alonso aprobaba la rescisión del contrato de Herrero y se limitaba a nombrar a Miguel Delibes director interino. Tres semanas más tarde, concretamente el 19 de abril de 1958, El Norte de Castilla lo notificaba a los lectores con un breve en portada. Inmediatamente se dedicó a defender los intereses de la región mediante campañas como 'Castilla tiene sed' (1958), desde la que pedía un plan para Tierra de Campos similar al Plan Badajoz, y a poner la lupa sobre asuntos que afectaban a la ciudad de Valladolid, las más de las veces con evidente tono crítico.
Director efectivo desde el 30 de noviembre de 1960, Delibes, en perfecta sintonía con el gerente Fernando Altés Villanueva, remarcó las esencias liberales, agrarias y castellanistas del diario albista. La revolución Delibes se encaminó entonces en una doble dirección: por un lado, atraer a jóvenes bien preparados intelectualmente para proporcionar calidad al rotativo y afianzar ese nuevo talante liberal; y, por otro, denunciar la penuria y postergación de la vieja Castilla y reivindicar su obligada recuperación.
Enrique berzal
A lo primero respondió el fichaje de nombres como José Luis Martín Descalzo, el padre Arrizabalaga, Alejandro Díez Blanco, Guillermo Díez, Paco Umbral, Manuel Leguineche, Javier Pérez Pellón, Enrique Gavilán, Manuel Alonso Alcalde, García Chico, José Jiménez Lozano, César Alonso de los Ríos, Carlos Campoy, Fernando Corral Castanedo, Miguel Ángel Pastor, Fernando Altés Bustelo o Pedro G. Collado, inquietos e imparables desde la famosa sección 'El caballo de Troya', plantada, como su mismo nombre indica, en medio del Ministerio de Información para socavarlo con sus críticas: «Tenía mucho de filosófico y literario pero, sobre todo, era una sección descaradamente política. Sin embargo, nunca tuvimos percances por ello», recordaba José Jiménez Lozano. Para el segundo cometido, Delibes había impulsado, en 1955, la tribuna 'Ancha es Castilla', desde la que resaltaba las dificultades por las que atravesaba el agro castellano.
Demasiada provocación y, sobre todo, demasiado efectiva para aquellos tiempos. ¡Si hasta el parisino 'La Croix' llegó a afirmar que El Norte de Castilla era la publicación más independiente de la España de aquellos años! Ni siquiera el marchamo pretendidamente liberalizador de las autoridades vigentes ni, enseguida, la teóricamente aperturista Ley Fraga le dieron un respiro. Miguel Delibes no tardó en sufrir el hostigamiento franquista. El toque de atención solía hacerse por teléfono, eso cuando no se presentaba Manuel Jiménez Quílez, director general de Prensa famoso por su severidad censora, con un cartapacio lleno de recortes subrayados con lápiz rojo. Evidentemente, el teléfono del escritor no dejó de sonar desde que inició su empeño por denunciar la miseria que sufrían el agro y los campesinos castellanos.
«Con la Ley de Prensa como garantía, El Norte se lanzó a una campaña a favor de la agricultura castellana y los medios rurales. Fue una campaña dura y sostenida con un carácter más social y económico», recordaba él mismo. Entonces, Quílez comenzó a llamarle a Madrid «un sábado sí y otro no». La primera consigna era clara: no había que decir determinadas palabras, molestaban. Pero como el castellano está lleno de sinónimos, en el periódico las cambiaban por otras para seguir diciendo lo mismo. «Estás j... nuestro experimento de libertad», fue la siguiente advertencia.
Lejos de arredrarse, El Norte siguió con su campaña y publicó un artículo del colaborador Enrique Gavilán y una crítica abierta contra las importaciones de choque encargadas por el Gobierno para mantener inalterable el precio del trigo; acto seguido, el mismo Delibes dio voz a varios agricultores para que contaran toda la verdad de su situación y firmó un artículo, el 24 de marzo de 1963, que, con el título 'La ruina de Castilla', volvió a resaltar la trágica situación del campo castellano.
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La inquina de Manuel Fraga, flamante ministro de Información y Turismo, no se hizo esperar. Como reacción, ofreció a El Norte de Castilla tres opciones: la reposición de la censura previa, la destitución del director, o el nombramiento de un subdirector destinado a ejercer de mediador entre la Dirección General de Prensa y el periódico. La estrategia final, narrada por Delibes en 1970, fue verdaderamente maquiavélica: «Hacer nombrar, de la noche a la mañana, un subdirector (…) Y le dijeron: 'Tú eres más director que el director. Tú tienes derecho de veto sobre todo lo que Delibes ordene. Y si Delibes se desmanda, tú te vas a casa'».
Cuando el nuevo cargo [Félix Antonio González] regresó de Madrid de hablar con Jiménez Quílez, estaba completamente desolado: le habían dado derecho de veto sobre lo que el director ordenase, y si este se empeñaba en seguir como hasta entonces, él sería fulminado: «Si el director se desmanda, usted se va a la calle», le habían anunciado. «Yo podía jugarme mi cargo. Lo que no podía hacer era dejar en la calle a un gran amigo y, por añadidura, un excelente profesional»: Delibes cesó voluntariamente en junio de 1963, aunque seguiría figurando como director hasta abril de 1966.
Meses después aceptó la propuesta del presidente del Consejo de Administración, César Alba, de ejercer como delegado del Consejo en la redacción con amplias funciones directivas. A su iniciativa respondió, por ejemplo, la reactivación de nuevas campañas agrarias y el encargo directo a José Jiménez Lozano y al sacerdote José Luis Martín Descalzo de cubrir con rigor la información sobre el Concilio Vaticano II. Cuando en 1966 le ofrecieron firmar un contrato de director en el marco legal de la Ley Fraga, Delibes se opuso a pasar por el aro de una disposición que sancionaba un «régimen de censura real sin censura aparente». Sobre ello volvería en un artículo publicado en el periódico en 1968: «La prensa sigue en España sin poder cumplir su misión... continúa incapacitada para facilitar el diálogo... Antes de la Ley a los periodistas no nos dejaban preguntar; después de la ley, los periodistas podemos preguntar, es cierto, pero no se nos contesta. En ambos casos el diálogo se va a paseo... Hoy no puedes escribir lo que sientes, mientras en los años 40 estabas obligado a escribir lo que no sentías».
«Miguel dirigía como los mejores árbitros de fútbol», reconocía en 1992 Manu Leguineche, «no se notaba que dirigía y pintaba poco».
Aquel periódico, en efecto, semejaba una escuela solidaria antes que una empresa jerárquicamente organizada: «La escuela existió», recordaba en 1988 el mismo Delibes, «El Norte de los años 60 lo fue, pero yo no fui el maestro, sino un beneficiario más de las enseñanzas que todos impartíamos. Fue aquélla una escuela comunal, sin maestros ni discípulos, en la que todos enseñábamos y aprendíamos simultáneamente, es decir, dábamos lo que teníamos y recibíamos lo que tenían los demás. Entiendo que ésta es la escuela perfecta, la escuela solidaria, no uniformadora, sin imposiciones ni protagonismos. En ella no tuve otro papel que el de copartícipe, coordinador y, seguramente, el de inductor».
Su repulsa al marco legal imperante le fue alejando de la intensa actividad periodística de años anteriores: cada vez más entregado a la literatura, en el periódico se limitó a ejercer como delegado del Consejo en la Redacción, aunque más de uno le calificaba con sorna como «delegado de la Redacción en el Consejo» por su insistencia en mejorar la situación de los periodistas. La puesta en marcha de una Sala de Cultura, con cine-club incluido (1965-1966), que tampoco tardó en generar desavenencias con las autoridades, el fichaje de Emilio Salcedo y la propuesta, aceptada por el Consejo, de nombrar director a Ángel de Pablos en 1968 fueron algunos de sus últimos cometidos como periodista en activo. Y es que tampoco era cuestión de soportar más tiempo la amenaza del «artículo 2 gravitando sobre tu cabeza como una espada de Damocles», señalaba. Consejero del periódico desde 1983 hasta su fallecimiento, ocurrido en 2010, a finales de 1975 había rehusado la oferta de dirigir un nuevo periódico que estaba a punto de salir: 'El País'.
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