Preservar la riqueza inmaterial de Zamora

Estamos ante una etapa inédita de nuestras vidas. La pandemia a la que hacemos frente desde hace ya un año ha cambiado –todos deseamos que momentáneamente– nuestra forma de relacionarnos, de celebrar, de vivir. Nuestras celebraciones y tradiciones tendrán que esperar un poco más para volver a salir a las calles de nuestra provincia y llenarlas de colorido, de luz y de historia.

Es un momento para la prudencia, pero también para la resiliencia. Más pronto que tarde, todos podremos volver a disfrutar de las manifestaciones festivas, lúdicas y religiosas que conforman nuestro patrimonio inmaterial y que también se encuentran íntimamente ligadas al desarrollo de la restauración y el turismo, dos de los sectores más duramente golpeados por la covid-19 y que me consta luchan diariamente por mantener en pie su forma de vida.

Desde la institución que presido estamos tratando de aportar nuestro granito de arena al mantenimiento y difusión de nuestra riqueza inmaterial. Las instituciones tenemos el compromiso de preservarla, pero también de asegurar su futuro. Los zamoranos debemos ser embajadores, dentro y fuera de nuestra provincia.

Y en esta misión no puedo sino reiterar la apuesta de la Diputación de Zamora por el futuro Museo de Semana Santa. Un proyecto en el que creemos, que va en sintonía con nuestra visión de un museo moderno del siglo XXI. Donde acercarse a esta tradición, ya seña de identidad de nuestra provincia, supondrá una experiencia sensorial imposible de olvidar. Los sonidos característicos de nuestra Semana Santa con la Marcha de Thalberg, el Mater Mea o el Miserere, nuestros icónicos pasos, nuestras tradiciones culinarias ligadas a estos días con las sopas de ajo o 'el dos y pingada' son solo una muestra de lo que nuestra provincia puede ofrecer al viajero que busca conocimientos, sabores, sonidos, cultura y tradición con mayúsculas.

No me olvido tampoco de los ritos y celebraciones que implican a nuestros vecinos de los pueblos. Bercianos de Aliste, con la sobria belleza de sus procesiones del Jueves y el Viernes Santo, también Toro, Benavente, Alcañices, Fermoselle, Fuentesaúco, Puebla de Sanabria o Carbajales de Alba.

El mismo compromiso que también hemos adquirido con la promoción de nuestras mágicas mascaradas, donde lo sacro y lo profano se dan la mano en lo que constituye uno de los tesoros más importantes de nuestra cultura ancestral. Algunas ya gozan de declaración de Interés Turístico Internacional como Los Carochos de Riofrío de Aliste, para otros como el Zangarrón de Sanzoles aprobamos desde esta institución el pasado año, y por unanimidad, una moción para respaldar institucionalmente la obtención de la Declaración de Fiesta de Interés Turístico Nacional.

Seña de identidad para esta provincia y sus gentes son también el Tafarrón de Pozuelo de Tábara, la Filandorra de Ferreras de Arriba o las representaciones de Villarino Tras la Sierra, Vigo de Sanabria, Montamarta o San Martín de Castañeda; entre otros.

Tampoco puedo olvidarme de nuestro patrimonio musical, conservado y rescatado por músicos y folcloristas como Joaquín Díaz o Alberto Jambrina.

Mención especial quiero hacer a la artesanía de esta provincia. En Zamora todavía podemos encontrar artesanos de la forja, la madera o la cestería. Aunque son los famosos bordados de Carbajales de Alba, con su museo que ha recibido el apoyo de la Diputación; la alfarería de Moveros, en tierras de Aliste, pero, sobre todo, la de Pereruela, en tierras sayaguesas, las mejores conservadas.

En aras de su conservación y desarrollo desde la Diputación de Zamora se lleva un tiempo trabajando con los alfareros de Pereruela para poner en marcha una Marca de Garantía, con el objetivo de garantizar su alta calidad y ayudar a su promoción.

Todo esto constituye un breve resumen de lo que esta provincia tiene para ofrecer al viajero, de lo mucho que aguarda para ellos en cada rincón de nuestros pueblos, de lo mucho que nos espera y que nos falta por vivir aún a todos.

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