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Profesionales de la Unidad de Cuidados Intensivos del Río Hortega de Valladolid. El Norte

Con la historia de una vida entre las manos

Más de trescientas personas, el 13% de los ingresados por coronavirus de la región, necesitan un respirador

Ana Santiago

Valladolid

Domingo, 5 de abril 2020, 08:02

Abrumador un entorno de pantallas, goteros, cabeceros llenos de indicadores y pitidos constantes marcándole el paso a la vida. Grandes cortinajes separando a perfectos desconocidos que comparten angustia y una mente muy dispersa, que ha viajado a la desorientación. Enfermeros, médicos, técnicos auxiliares que hacen ... y deshacen sus pasos para acercar conocimiento y humanidad a cada cama, a cada existencia en busca de salidas. Y esperar, esperar a vivir, o a morir.

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El Covid-19 pasa casi desapercibido para unas siete u ocho de cada diez personas; pero saca toda su artillería contra el resto, especialmente cuando otras patologías ya han asolado a una persona con problemas cardiológicos, diabéticos, pulmonares... Tampoco la edad es un factor favorable. El 13% de los ingresados en un hospital requiere una vigilancia intensiva. Una insuficiencia respiratoria, el Síndrome de Distrés Respiratorio Agudo (lesión pulmonar inflamatoria grave), neumonía y, en los menos, fibrosis pulmonar llevan hasta una UCI a un paciente.

Duro trabajar en una unidad de estas características, aunque quienes lo hacen suelen coincidir en lo apasionante de tal intensidad. Y si lo es siempre cuando el recorrido entre aparataje y fármacos es un camino bien conocido y experimentado, cuando el enemigo apenas tiene literatura científica escrita sobre él, ni hay demasiada experiencia clínica, en realidad ni tan siquiera medicación de la que tirar más que por demasiado leves conocimientos de la práctica reciente y sin evidencias, las dificultades se suman para el médico intensivista que conoce bien la atención de soporte, común para esta infección, pero que solo puede ayudar al cuerpo a defenderse contra un virus que provoca una exagera reacción inflamatoria.

La bibliografía de cualquier trabajo recoge siempre los mismos nombres, los estudios de Guan WJ, de Yang X y de Xu X-W... Hay más pero son muy recurrentes. Hasta la vía de transmisión, siempre bien apuntada hacia las gotitas respiratorias como forma de contacto, no ha sido en realidad un dato ratificado hasta el reciente estudio de la OMS del 27 de marzo. Cada día, salen nuevas publicaciones y más que esperanzadoras investigaciones sobre vacunas y tratamientos; pero aún se escriben con letras de futuro.

Para los profesionales que trabajan en las UCIs, como les ocurre a los de Urgencias o Atención Primaria, todo esto ha sido casi una sorpresa: «No lo vimos venir. No así... Aunque ahí estaba el caso de Wuhan, a nivel teórico sabes que una pandemia es una amenaza real... pero ¿quién puede creer que íbamos a vivir esto? En el fondo piensas que pasará como con las anteriores amenazas de la gripe aviar, o la A hasta la vacuna», destacan. A los pacientes y a sus familiares «nunca los engañamos, les decimos lo que hay y lo que se puede esperar, las opciones terapéuticas y que no tenemos ninguna certeza pero que puede irles bien, que hay efectos secundarios; pero que no tenemos nada más que ofrecerles. Suelen entender bien la situación», explica un profesional de este servicio en la región.

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El personal que atiende la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital Clínico de Valladolid. EL NORTE

Pocas opciones terapéuticas para 103 ingresados en la UVI

«Trabajamos con antiinflamatorios, antivirales e inmunomoduladores que regulan la reacción inmunitaria y, con esto solo se producen evidencias parciales no confirmadas. Son impresiones de los médicos porque no hay más, no hay evidencias científicas y, además, son tratamientos con efectos secundarios serios; pero es lo que hay y tenemos que concederle el beneficio de la duda a cada paciente y esperar... No hay seguridades», explica el doctor Jesús Blanco Varela, especialista en Medicina Intensiva. Y este es, por el momento, todo el arsenal con el que los facultativos se enfrentan cada día a sus ingresados en las UCIs de toda Castilla y León, y de toda España. Las últimas cifras, de este sábado, apuntaban a que hay ya 103 personas actualmente ingresadas en estos servicios de vigilancia intensiva en Valladolid y 351 en toda la comunidad. Por hospitales, el Clínico tiene 52, el Río Hortega 51 y Medina del Campo, ninguno en dichas fechas. En total, la tasa de ocupación en los hospitales de Castilla y León es similar a los de toda la semana pasada, con un 80 % . La consejera de Sanidad, Verónica Casado recuerda que esas unidades de cuidados intensivos «no comprenden solamente a las habituales sino también a las extendidas» que ha habilitado Sacyl para responder a esta pandemia, sobre todo en los hospitales más pequeños, en un momento en el que los centros asistenciales funcionan en red y no por áreas de salud; lo que implica que el personal, en realidad, están trabajado «al 250%», destaca.

La vida de estos sanitarios ha cambiado también por completo. Las horas son interminables, los días eternos y a la vez veloces y cuando llega la hora de ir a casa y descansar: «Dormir poco porque nos queda por delante un largo tiempo para estar al día, para repasar todo lo nuevo que ha salido, cada día hay cosas nuevas, y los protocolos cambian continuamente. Nos interesa sobre todo cualquier opción terapéutica, las dosis que se recomiendan, las interferencias entre los fármacos... posibles nuevos grupos de riesgo». La verdad, añaden, «es que la vida fuera del hospital es como si hubiese desaparecido y esto ocupara toda nuestra cabeza, nuestra fuerza y nuestras horas y, claro que tenemos familia, y nos preocupa sobre todo contagiarlos... por eso muchos han buscado otras opciones como irse del domicilio habitual», explican. El momento duro, uno de ellos, es el decidir. «Forma parte de la profesión pero ahora hay que pensar sin tiempo, sin datos, con más tensión», destacan.

Dura decisión

Explica Jesús Blanco Varela, especialista en UCI y ahora coordinador regional de estas unidades, «que en el 99,9% de los casos la familia lo entiende bien cuando les explicas que no se va intubar a alquien o que ha llegado al límite y se le retira el tratamiento porque sería solo prolongar su agonía. El problema es que esto que siempre haces mirando a los ojos a la gente, ahora tienes que comunicárselo a una familia por teléfono, igual que un fallecimiento. Y no les dejas despedirse porque la situación es en extremo delicada y alto el riesgo de contagio en un hospital. Esto es muy duro. Ni una visita».

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Destaca asimismo que «un profesional de estas unidades sabe que tiene que estar a las duras y a las maduras, y esto es a las duras y no hay deserciones. Estos pacientes son de alto riesgo también para el contagio porque además el intubar, los procedimientos que se les realizan lo son y encima con estos trajes tan incómodos. Y con muchas más horas de las habituales, jornadas eternas, incómodas y difíciles. Todos lo saben bien; pero el sacrificio es alto», explica Blanco Varela. Y a ese rincón recóndito de cada hospital, llegan cada día los aplausos de la calle. «Emocionan. Alegran un poco». Mientras, ellos siguen con la historia de una vida entre sus manos.

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