«En el Proceso de Burgos se comprobó que el régimen estaba más débil de lo que se pensaba»

Así al menos lo entiende el expresidente del Senado, Juanjo Laborda, que rememora un proceso que a él le pilló con 23 años estudiando en Valladolid, pero que siguió muy de cerca, por cuestiones políticas y personales. «Mi novia era de Burgos», recuerda con cariño quien años después se convertiría en una de las cabezas visibles del PSOE de Burgos y Castilla y León.

En este sentido, Laborda comparte la opinión de muchos historiadores, que consideran que el Proceso de Burgos fue un momento clave de la historia reciente de nuestro país, en el que se conjugaron los estertores del franquismo y el auge de ETA y se plantaron muchas de las semillas que posteriormente germinaron en la Transición.

Años antes, en plena década de los 60', la oposición al régimen ya había comenzado a organizarse de manera más o menos clandestina, estableciendo «relaciones» en muchos casos con organizaciones 'hermanas' a lo largo y ancho de Europa. Ese es el caso, por ejemplo, del PCE o del PSOE, que ya mantenía contactos habituales con la socialdemocracia europea. Sin embargo, aquel acercamiento a Europa no era exclusivo de la oposición. También «dentro del régimen» había movimientos en esta línea, vinculados en su mayoría a los llamados 'tecnócratas', figuras ligadas al Opus Dei que habían ido adquiriendo cuotas de poder dentro del Gobierno y que abogaban por cierto aperturismo.

Y en mitad de ese contexto, el régimen sentó en el banquillo de los acusados a 16 personas vinculadas con ETA sobre quienes pendía la solicitud de la pena de muerte. Y lo hizo con luz y taquígrafos, con la intención de que el juicio fuese ejemplarizante.

Aquello, sostiene Laborda, fue un «error de cálculo» del régimen. Bueno, en realidad, más de uno. «A pesar de ser un proceso militar, el juicio se abrió al público y despertó un tremendo interés entre los medios de comunicación europeos», recuerda Laborda, que en muchos casos lo presentaron como un juicio contra el propio franquismo en vez de un juicio contra ETA.

Además, añade, los acusados «se rodearon de grandes figuras». Un simple repaso a los nombres propios de aquel proceso permite reconocer a hombres de la talla de Gregorio Peces-Barba, uno de los abogados defensores y, posteriormente uno de los padres de la Constitución. «La defensa de los acusados lo hizo muy bien», repite Laborda, ya que consiguió presentar un hilo argumental unido y consiguió presentar a los acusados como víctimas del régimen.

A todo ello se unía el hecho de que ente los acusados había dos religiosos. «Eso no gustó a la Iglesia e incluso el Vaticano intercedió». Sin duda, aquella fue otra de las «claves» del proceso, que fue seguido con mucho interés fuera de nuestras fronteras.

«Por suerte para nosotros, la presión internacional fue muy fuerte», asegura Laborda. Sin embargo, de puertas para adentro, la situación se vivió de manera diferente. Sí, el proceso fue seguido con mucho interés por la entonces oposición y hubo numerosas movilizaciones tanto en el País Vasco como en Navarra, pero «la sociedad española, en realidad, apenas se movilizó» fuera de esos territorios.

En todo caso, la presión existió, tanto fuera como dentro del régimen, que apenas unas semanas después de que el tribunal dictara sentencia, conmutó las penas de muerte por penas de cadena perpetua. Años después, con la Transición en marcha, llegaría la amnistía.

Sea como fuere, el Proceso de Burgos también tuvo otro efecto colateral, en este caso negativo. Y es que, «aquello prestigió mucho a ETA», sobre todo fuera de nuestras fronteras, donde generó ciertas simpatías. Una circunstancia que se prolongó durante décadas a pesar de que «los asesinos siguieron matando». «Vivieron muchos años gracias a las rentas de aquel proceso», sostiene Laborda.

Eso sí, la mayoría de los encausados acabaron renegando de ETA, en cuyo seno también se estaba generando una división entre los que apostaban por la lucha armada y quienes supeditaban cualquier actuación a la política. En este sentido, Laborda recuerda con especial cariño a Mario Onaindia, uno de los condenados inicialmente a la pena de muerte hoy fallecido. Y es que, tras su paso por la prisión y la amnistía del 77, Onaindia renegó de ETA y acabó siendo parlamentario y forjando una «profunda amistad» con Laborda.

Sobre él cuenta el expresidente del Senado varias anécdotas. «Se convirtió en un titular tras gritar aquello de 'Gora Euskadi Askatuta' en pleno juicio», recuerda. Sin embargo, quizá, una de las anécdotas más significativas y menos conocidas se desarrolló «en 2004 o 2005», con motivo de una campaña electoral del PSOE. «Mario vino a varios pueblos de Burgos y, como tenía especial interés, acabamos visitando al gobernador militar que había en Burgos durante el proceso».

La historia de Onaindia, en todo caso, es similar a la de Teo Uriarte, con quien Laborda también forjó años después una «gran amistad». Con otros coincidió muchas veces durante años. Y es que, un simple vistazo a la lista de encausados y abogados defensores arroja nombres tan importantes en la historia reciente de España como el propio Peces-Barba, Txiki Benegas o Juan María Bandrés, que también trabajaron en la defensa de los acusados.