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Las diez noticias imprescindibles de Burgos este martes 21 de enero
Sala de justicia, Estaba presidida por un retrato de Franco con uniforme militar y un crucifijo dominaba el estrado. EFE
Un pulso de siete días

Un pulso de siete días

50 años del proceso de Burgos: el juicio que dio alas a ETA ·

Puesta en escena. El Consejo de Guerra se rompió cuando Onaindía se levantó al grito de 'Gora Euskadi Askatuta' y algunos militares desenvainaron sus sables y los policías desenfundaron sus pistolas

Sábado, 28 de noviembre 2020

El 3 de diciembre de 1970 cayó en jueves. Burgos era una ciudad que se despertaba a bajo cero, las calles heladas y los corazones fríos. En el Gobierno Militar estaba ya todo preparado para el comienzo del juicio del siglo, que se iniciaría pasadas las 9.30. Se trata de un edificio sobrio del que sobresale una esbelta torre en la que algunos han querido ver influencias lombardas y otros, venecianas. La capital del Véneto también recibía el nombre de la Serenísima, pero en la recia ciudad de Castilla los ánimos estaban muy exaltados, y la estética era lo que menos importaba. A la ética tampoco se la esperaba. Aquello era una corte marcial en tiempos de dictadura.

¿Por qué se celebró el juicio sumarísimo en Burgos? Porque el País Vasco estaba encuadrado en esa Región Militar, la sexta en la división realizada por el Ministerio de Defensa en 1939. Como complemento a ese modelo territorial estaba el hecho de que la capital castellana había servido de base militar durante la Guerra Civil y que fue en el palacio de la Capitanía General donde Franco fue proclamado Jefe Superior de los Ejércitos de España. El enclave, por lo tanto, estaba cargado de un fuerte simbolismo para frenar la rebelión que se estaba gestando en Euskadi.

La sede del consejo de guerra estaba blindada por dos unidades de las COE (Compañía de Operaciones Especiales), las fuerzas de élite del Ejército, conocidas como 'boinas verdes' por el uniforme que vestían. También había efectivos de la Policía Armada (los 'grises') y agentes de paisano de la Brigada Político Social (la 'secreta'). Un público numeroso había hecho cola desde la madrugada, pero la Sala de Justicia era muy reducida. Había asientos reservados para los abogados y para un grupo de ocho periodistas, entre ellos los representantes de las agencias españolas Efe, Europa Press, Pyresa y Logos, y el enviado de la agencia soviética Tass. Fue muy llamativo porque venía de un país comunista. Entre el público había informadores españoles y corresponsales extranjeros. Policías y militares de paisano ocuparon sitio para reducir aún más el aforo. Mucha gente se tuvo que quedar fuera.

Un sumario de 5.000 folios

Los procesados, trece hombres (entre ellos, dos sacerdotes) y tres mujeres, fueron trasladados a primera hora desde sus respectivas cárceles hasta el Gobierno Militar. Los curas y las mujeres estaban en un recinto y el resto en otro. El tribunal, compuesto por cinco oficiales, esperaba impaciente el inicio de la vista. El presidente fue el coronel de Caballería Manuel Ordovás, un experimentado jinete que había representado a España en competiciones olímpicas. Como vocal ponente y asesor de la mesa actuó el capitán Antonio Troncoso. Los otros tres miembros eran los capitanes Ángel Calderón, Félix Álvarez y Damián Bermejo. Todos estaban a las órdenes del capitán general de la región, Tomás García Rebull, que unos días antes había recibido la visita del obispo administrador de Bilbao, José María Cirarda, para interesarse por la situación. El prelado de Bakio también le visitó tras conocerse la sentencia.

El sumario 31/69, que había sido preparado por la Auditoría de Guerra, era un cajón de sastre en el que se mezclaban delitos penales con actuaciones políticas con una evidente endeblez jurídica, según pudieron comprobar los abogados y el propio Gobierno, en cuyo seno sonaron algunas alarmas. Pero los militares iban a por todas. El coronel auditor era Fernando Suárez de la Dehesa, a quien muchos han considerado como el auténtico 'cerebro gris' del consejo de guerra.

Gobierno Militar de Burgos. E.C.

A las 9 de la mañana se abrieron los portones del edificio y a las 9.35 se constituyó el tribunal. La sala estaba presidida por un retrato de Franco con uniforme militar en la pared y un crucifijo que se proyectaba sobre el estrado. Destacaba la mesa con los oficiales, cercana a los abogados y a los observadores internacionales. Los presos estaban en un nivel inferior, esposados de dos en dos. A sus espaldas había un cordón de policías, que les separaba de los periodistas y de los bancos de los familiares y el público. Las primeras horas se dedicaron a la lectura del 'apuntamiento', un resumen de los más de 5.000 folios del sumario. Las sesiones más jugosas fueron las que se dedicaron a los interrogatorios de los procesados.

Reparto de papeles

Al considerar que se trataba de un juicio farsa, los presos se habían repartido los papeles, de acuerdo a una estrategia diseñada junto a sus abogados, consistente en denunciar la situación de opresión del pueblo vasco y la represión de la dictadura. Unos hablaron de la cuestión obrera, otros de la cultura y de la persecución del euskera. Todos denunciaron haber sufrido torturas. Los sacerdotes, Julen Kalzada y Jon Etxabe, hablaron del compromiso evangélico con el pueblo oprimido, una obligación incluida en sus vivencias religiosas, según justificaron. Etxabe, que era miembro liberado de ETA y llevaba pistola durante su etapa en la clandestinidad, aseguró que portaba el arma porque como pastor debía defender a su pueblo de la Policía. Aquellas declaraciones fueron una mina para los periodistas extranjeros, que elaboraban crónicas que aparecían en las portadas de los periódicos más importantes, como el parisino 'Le Monde'.

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El tribunal se vio sobrepasado. Tanto es así que el lunes tuvo que suspenderse la sesión porque el capitán Troncoso, el juez más duro, se puso enfermo, y no tenía suplente. O, al menos, eso fue lo que se dijo oficialmente, si bien los abogados y algunos periodistas interpretaron que había sido una «baja ficticia», una argucia para cortar la rueda de denuncias y dar tiempo a que el tribunal reordenara su estrategia. La jornada del martes fue especial porque ese día murió el joven Roberto Pérez Jauregi, herido de bala en Eibar durante una manifestación en la jornada de huelga del viernes anterior. Sin embargo, fue el miércoles, día 9, cuando se fracturó el juicio.

Golpe de efecto

Le tocaba intervenir a Mario Onaindía. No hubo lugar para la improvisación, estaba todo preparado al dedillo. El futuro secretario general de Euskadiko Ezkerra se declaró prisionero de guerra y pidió acogerse a la Convención de Ginebra. En un momento dado, se levantó del banquillo y gritó 'Gora Euskadi Askatuta' (Viva el País Vasco libre) en un movimiento algo convulso, cerca de una mesa en la que se exhibía como pruebas inculpatorias parte del material incautado a los detenidos. De manera inmediata, el capitán Troncoso desenvainó el sable reglamentario y algunos de los policías desenfundaron sus pistolas, mientras una parte del público entonaba el 'Eusko Gudariak' (el himno del soldado vasco).

El comisario Melitón Manzanas, primera víctima premeditada de ETA. EFE

Fue un momento de mucha tensión y confusión. Podía pasar cualquier cosa. El público fue desalojado y llevado a un patio interior, donde permanecieron cerca de una hora con temperaturas gélidas y vigilados por soldados armados. En el exterior también se reforzó la vigilancia, con tiradores en la azotea del edificio. Los procesados renunciaron uno por uno a su defensa. Allí se rompió el juicio. El episodio apuntaló el romanticismo entorno a los encausados, que se convirtieron, para muchos, en unos héroes a imitar. Al régimen le había salido el tiro por la culata.

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