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Desayuno un yogur. «Total, soy segunda suplente de presidente», pienso mientras leo por encima el 'Manual de instrucciones para las personas que integran las Mesas electorales'. Parece ser que además de un presidente, cada mesa tiene dos vocales. También convocan a dos suplentes de cada ... cargo por si acaso. Son las 07:30 horas del 28 de mayo.
Varios agentes de Policía Nacional rondan el colegio Miguel Delibes de la capital a las 08:00 horas. Localizo la mesa en cuestión, cuyo presidente titular porta una mascarilla FFP2 y mantiene la distancia de seguridad. Ha intentado contactar con la Junta Electoral tras dar positivo en covid hace dos días, pero nadie le proporciona una solución.
«No quiero poner en riesgo la salud de los demás», manifiesta, pero al igual que el resto de los presentes tampoco quiere pagar una multa de 300 euros por faltar. Procede a repasar su manual, subrayado y con anotaciones.
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Patricia Carro
Al final, le permiten ausentarse de forma justificada. «Todavía puede venir el primer suplente de presidente», pienso sin imaginar que nunca aparecería. Sin embargo, tampoco se presenta uno de los vocales titulares.
La mesa se constituye a las 08:45 horas con la segunda suplente de presidenta, el vocal titular y la suplente de vocal. A quince minutos del inicio de las votaciones, nadie explica nada ni solicitan el DNI. A andar en bicicleta se aprende pedaleando. Pues lo mismo a llevar una mesa electoral, sobre la marcha.
Más de doce horas rodeados de multitud de documentos sin tener nada claro qué campos hay que rellenar. El manual no ayuda demasiado, pero a lo largo del día lo vamos descubriendo por nuestros propios medios.
«Te ha tocado, eh», comenta cada vecino llega a la mesa mientras le apuntamos y comprobamos su DNI. Después de infundirnos ánimos, introducen su voto en la urna. Entre estas muestras de empatía, un par de electores se dirigen a la mesa: «Buen sueldo váis a cobrar por no hacer nada».
Después de los turnos para comer, la jornada continúa. Sigo acordándome del primer suplente que nunca dio señales de vida, puesto que ahora estaría trabajando para cubrir las elecciones. Empezamos a ver nombres y números por todas partes.
Las 20:00 horas se aproximan, pero no falta el elector que entra corriendo al colegio a las 19:58 horas. Incluso la Policía cierra las puertas para frenar el paso a algún que otro votante que llega con la esperanza de introducir su sobre en la urna pasadas las 20:00 horas.
Comienza el escrutinio. El primer paso es abrir cada una de las 43 cartas de Correos y comprobar que contiene el certificado junto al sobre con el voto. A continuación, abrimos la urna y los más de 500 sobres que contiene. Unos 300 ciudadanos del barrio no han votado.
Hacemos el recuento una vez separadas las papeletas de cada partido, los votos nulos y los votos en blanco. Son las 22:45 horas. Organizamos los sobres y llega el momento de trasladarlos a los Juzgados. «Supongo que estos documentos tendrán que ir escoltados por la Policía», comento a los vocales.
La presidenta de otra mesa irá con su coche personal. Pregunto a la Policía, a lo que responde que puedo ir por mi cuenta. Así es como los sobres con las actas llegaron a los Juzgados de Burgos en autobús urbano guardados en mi mochila.
La perplejidad no termina aquí. Al comentar en los Juzgados que no ha venido el primer suplente de presidente, me responden: «Normal, está entre rejas». Tras una larga fiesta de la democracia, vuelvo a casa en taxi a las 23:30 horas.
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