Burgos Misteriosa
El extraño y diabólico sacristán de EstéparSecciones
Servicios
Destacamos
Burgos Misteriosa
El extraño y diabólico sacristán de EstéparNadie recuerda ya una vieja historia que se ha contado en el pueblo burgalés de Estépar, antes del siglo XIX. Como ya no está en el recuerdo, no se conoce el año exacto en el que vivió un personaje sacado de los libros de de ... seres extraños, incluso puede ser de un bestiario medieval. Es la historia del Sacristán de Estépar.
El periódico El Español, en su número 622 del 16 de julio de 1837, llevó a sus páginas un relato del que dice que «ha pocos años sucedieron cosas altamente maravillosas, que acaso sus habitantes han olvidado ya». Una persona del pueblo encontró unos apuntes cuando menos curiosos «escritos sin duda por uno de esos hombres crédulos o impíos, embusteros o soñadores, que viven en un mundo de fantasmas, y se complacen en contará los demás como verdades los delirios que hierven en tu imaginación».
Unas letras que hablaban de un hombre, «una persona ridícula, de ojos, carnosos, de piernas y brazos esqueletos, y en todo diminuto, que bullía bajo debajo de una sotana mugrienta, sostenido en un par de pantorrillas vestidas de medias negras, que concluyen unos zapatos de hebilla de acero».
De este personaje, decía El Español, que «reía o cantaba intempestivamente y estaba sujeto a accesos continuos de cólera o de alegría en los que saltaba con la agilidad de un mono por sillas y mesas, dando estrepitosas carcajadas o remedando la voz de diversos animales».
Y aunque su carácter no debió de ser nada afable, cuenta el redactor de esta curiosa historia que estaba rodeado de «otros cuatro o cinco que le pedían una historieta para matar el tiempo. Entre ellos se lleva una muchacha de 19 años, fresca y rojiza como una castellana, alegre, como los que poco saben, y supersticiosa como lugareña».
La joven sólo pedía «con empeño» que las historias «fueran de duendes. Y si os hace miedo, preguntó el sacristán. No importa, no importa,decía la muchacha».
La historia que cuenta el sacristán hace referencia a un coronel, «un viejo chocho y maniático cansado del mundo que se había retirado a un pueblecito a sucumbir, de buena fe, a su gota, a su carácter irascible y a sus achaques. Tenía una hija llamada Luisa, que poseía los dos ojos más negros que miraron el nunca la luz del día y los 17 abriles más hechiceros que en Candelario se contaron».
«La pobre niña tuvo que someterse a los caprichos de su padre, que quería que fuese tan seria, tan circunspecta, tan ridícula como un viejo de 90 años». Según el testimonio del propio sacristán, que protagoniza a partir de ahí la historia, al padre «gustábale la vida aislada del lugar, la soledad y el silencio, y estaba convencido en su interior de que a la pobre muchacha le pasaba otro tanto».
Pero la joven, necesitaba mucho más que ese control y encierro por parte de su padre el coronel, a pesar de sus jiras campestres y paseos por el monte y del aire saludable. Así que pocos días antes de abandonar la corte, el coronel la llevó a un baile y un joven elegante, gentil, despertó un sentimiento desconocido «en favor del que las pronunciaba».
El padre se llenó de cólera y los jóvenes se las ingeniaron para verse desde una reja. Pero la pasión iba a más y la joven recordó haber oído hablar del sacristán del lugar como un brujo, un incubo, un nigromante. Un día al acabar la misa le llamó aparte en la sacristía. Cuando se vio a solas delante de aquel ente, «cuyos ojos brillaban como los de un gato, cuyos labios agitaba una risa de orgullo, de lástima o de desprecio, quedó muda y avergonzada, sin atreverse a levantar los ojos del suelo».
Noticias relacionadas
¿Qué se le ofrece, señorita?, preguntó el sacristán riendo con expresión diabólica. .Ella le contó su situación, sabiendo que el sacristán ya conocía su historia
Y aparte me habían dicho que… Murmuro Luisa y se volvió a interrumpir. «A Tomás y contestadme, y le doy unas cuantas monedas de oro». A esto el sacristán le contestó: «Aunque me dieras niña la cantidad suficiente para hacer un altar de ese metal, no te daría una respuesta sin tu pregunta. Miró le entonces la niña con ojos coléricos y le dijo marchándose adios, pues. El sacristán la tomó por la cintura, la rodeó un brazo por el cuello y la sentó viva fuerza sobre las rodillas, diciéndole: Te le traeré, le verás esta noche».
Pero en ese momento, «el coronel entró en la sacristía, rompió un juramento militar que estremeció a Luisa hizo ponerse en pie el sacristán, dejando en el suelo a la enamorada muchacha; voto a dios, dijo el coronel, pegando un fuerte golpe con la muleta en un banco que es más liviana y más…. Deo gracias, mi coronel, interrumpió el sacristán. El diablo. Cargue con tu alma, hijo de una….».
Impávido, el sacristán siguió con su oficio, mientras el coronel se llevó a su hija. Era el anochecer cuando el viejo coronel le hacían el hecho acostado sus dolores, y Luisa se sentía acometida de su vértigo, sentada en un sofá en la sala inmediata cuando la criada entró misteriosamente: «Hay un joven que os busca, le dijo»… En esto, el Mancebo entró silenciosamente en la sala en traje de camino y sentándose al lado de la hija del coronel, la colmo de besos y caricias».
E coronel escuchó las expresiones fruto del goce de los jóvenes y apoyado en una muleta y amartillando una pistola cuando se presentó en la sala, Luisa estaba en el sofá desmayada «y un mono se balanceaba colgado en los hierros de un balcón; el coronel le asestó un tiro y el mono desapareció como un fantasma con la claridad de la luna que se elevaba en aquel momento por un horizonte vestido de nubes pardas».
En la noche siguiente se repitió la escena. El padre no salió de la cama, pero esta vez, el joven también había desaparecido y solo «se oía la voz discordante de un papagayo».
Pocos días después, el coronel se abrasaba en fiebres y agudos dolores, mientras Luisa lloraba a su lado. «En tales momentos un ligero ruido, hecho en el balcón que estaba frente a la alcoba, llamó la atención de la muchacha. El hombre, su galán, le hacía señas desde la de la manera más expresiva, por detrás de los entre abiertos, cristales»
Ella se arrepentía de su fatal pasión, lloraba la alguna vez, y, desde el día en que empezaron las visitas. El desconocido sentía que no le deseaba con la misma vehemencia, mientras la voz de coronel se apagaba, moribunda. El coronel exhaló el último suspiro y el alma con él.
Luisa estaba sobre el lecho, trémula y dolorida; y retrocedió horripilada al encontrarse entre la ropa, «como si acabara de brotar, el mono colosal que, sostenido en sus bellos pies, se balanceaba y a su lado, o mejor metido en el como encerrado en un fanal el loro se movía en sentido contrario, ensayando ambos grotescos, mohines.
Era un espectáculo infernal, el loro aullaba, el mono producía el sonido gutural y la prolongada y que forma la voz del loro: el mono en esponjaba, su cuello, como el oro, el oro, gesticulaba y castañeteaba los dientes como un mono.
El sacristán, al que Luisa había acudido para realizar sus deseos amorosos, entró en ese momento en la habitación diciendo: «Laus Deo aquí el sacristán de Estépar que contaba esta historia. Y desgarró por delante su sotana y quedó sentado como un mono delante de sus oyentes graznando como un papagayo».
Los aldeanos dieron un grito invocando el santo de su devoción y el gallo cantó. «Y el mono y el sacristán en un mismo individuo, desaparecieron por el balcón, como el encanto que cedía a la voz del gallo». Aclara el articulista que todo el mundo sabe que el canto del gallo tiene la virtud de deshacer los encantos.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Fallece un hombre tras caer al río con su tractor en un pueblo de Segovia
El Norte de Castilla
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.