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El frío de Burgos ya no asusta a Miho Arai desde que se equipó con jerséis y abrigos. Tampoco la cultura burgalesa. Más bien lo contrario. Saluda con dos besos en la mejilla al conocer a otra persona, algo impensable en Japón.
Del ajetreo de ... Tokio a la tranquilidad de Burgos. Ha pasado de vivir en una ciudad de 37 millones de habitantes a una de 175.000. Un cambio que agradece: «Para mí Burgos es como el bosque de la película 'La princesa Mononoke'».
Ha conocido el espítiritu burgalés a lo largo del otoño y del invierno. También en su punto álgido durante los Sampedros, una festividad que le ha gustado a la vez que soprendido. «En Tokio no hay una semana entera de fiesta, solo algún fin de semana».
Las variaciones entre diferentes países dan lugar al choque cultural, algo aun más notable entre Japón y España al estar tan lejos. Rodrigo García, profesor de comunicación en la Universidad de Burgos (UBU), analiza este fenómeno: «Cuando pensamos, desde una perspectiva europeísta, en una cultura diferente a la nuestra Japón aparece como un opuesto perfecto. Desde nuestra perspectiva, todo funciona del revés en Japón, lo que produce más fascinación que rechazo».
También se da la ruptura de expectativas, como le ha sucedido a Arai al descubrir que en Burgos no se come paella a diario. «Creía que bailábais mucho... Todo era fiesta, toros, flamenco... Pensaba que comiáis paella cada día», comenta entre risas.
El día a día en Burgos es muy diferente a su antigua rutina en Japón. «Trabajaba mucho, a veces quedaba con mis amigos, pero también trabajaban mucho». Tenía poco tiempo libre y para quedar acordaban el día con dos o tres semanas de antelación. «Cada país tiene sus ventajas y sus desventajas».
Desde su experiencia personal, Arai considera que la vida es más relajada en España. Por ejemplo, para quedar con sus amigos en Burgos lo concreta con menos margen, dos o tres días antes. Además, detecta que también se trabaja mucho, pero con más descansos y de forma más tranquila. «Tengo más tiempo para estudiar español y para mis 'hobbies'», celebra.
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Otro hábito que le llama la atención es cruzarse con conocidos por la calle y parar a saludar. «Me gusta, esto no pasa en Tokio». En gran medida por la densidad de población y el ajetreo propio de las grandes ciudades. «Me recuerda a Madrid, todos están ocupados», aprecia.
A esto se suma la cercanía y el contacto físico en las relaciones personales, como puede ser saludar con dos besos en las mejillas. Un aspecto opuesto a su cultura nativa, pero es algo que a Arai no le molesta y ya está prácticamente acostumbrada.
La forma de ser y expresarse en España es muy diferente a la de Japón. «Los españoles expresan mucho y dicen lo que piensan, los japoneses somos más reservados», valora. Esto genera un choque cultural en ciertas situaciones, lo que intenta solventar mediante el aprendizaje de las costumbres españolas.
Por ejemplo, a través de 'First Dates' aprende el idioma y los diferentes comportamientos en función de cada situación. «'First Dates' como ejemplo cultural de cómo los españoles nos definimos a nosotros mismos; curioso porque es un programa que juega con las diferencias», sopesa el profesor de la UBU.
También consume productos de ficción española, una forma más fácil de acceder a otra cultura que los 'realities'. Sin embargo, la tokiota prefiere adentrarse en las costumbres y el idioma mediante vivencias. «Los españoles son muy amables y alegres», percibe a partir de sus experiencias.
Cuando queda con japoneses tiene que imaginar lo que piensan para que los demás no se sientan mal. Es la forma de relacionarse propia de su cultura, algo que Arai cambia completamente al comunicarse en castellano. «Cuando hablo castellano expreso más cosas, cuando hablo japonés no hablo tanto ni de forma directa», detecta.
Esa forma de expresarse directa llama su atención porque en España no hay frases ambiguas; «todo es blanco o negro, sí o no». En cambio, los japoneses utilizan muchas palabras ambiguas. Además, mostrar rechazo de forma directa, por ejemplo, al expresar negación, es de mala educación.
Al final, la relación en Japón es más lejana y se comparte afecto de forma diferente. Por lo general, «la gente de capital suele ser más fría». Por ejemplo, los bares tienen mesa y silla para uno, algo inexistente en Burgos. Si un día no apetece hablar con nadie en Tokio es posible, «aquí no porque al ir por la calle enseguida hablas con alguien».
Incluso algunos desconocidos utilizan el mote «chinita» o «china» para referirse a ella porque al ver a una persona con ojos rasgados creen que procede de China. Sin embargo, es una acción despectiva que molesta. Arai considera normal que la gente lo piense y «pasa en todos los países», pero no que lo exterioricen.
«Es natural pensar en las diferencias, pero cuando se comunican de cierta manera es disciminatorio», recuerda el profesor de la UBU. Ante el aspecto diferente de una persona japonesa, hay una tendencia a «buscar patrones o modelos de conducta que sean aplicables a esa nueva experiencia».
Como consecuencia, se busca un patrón común con otra comunidad con la que se ha mantenido más contacto y, por tanto, resulta más familiar. En este caso, los españoles generalizan; suelen asociar los ojos rasgados de los japoneses con el aspecto físico de los chinos.
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Los actos racistas surgen del miedo y del desconocimiento. Tanto Arai como otras personas de otras etnias que viven en Burgos prefieren preguntar o que les pregunten si dudan cómo comportarse con ellas en lugar de actuar directamente.
A veces Arai tampoco comprende ciertas cosas. «Todavía estoy aprendiendo vuestra cultura, un año es muy poco», comenta. La interacción entre diferentes etnias obliga a ceder en algunas cuestiones -por ejemplo, en el espacio personal- para tener una convivencia óptima y enriquecerse mutuamente, analiza García. Al final, «toda convivencia es un acto de negociación y aceptación».
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