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Cáritas desarrolla hace años el programa nocturno café-calor. Ricardo Ordóñez | ICAL
Así era una noche de 'café-calor' antes de la pandemia en Burgos

Así era una noche de 'café-calor' antes de la pandemia en Burgos

Voluntarios de Cáritas se encargan de recorrer Burgos para atender a las personas sin hogar que duermen en la calle. La ONG ofrece un albergue invernal en la Unidad de Mínima Exigencia

Sábado, 19 de febrero 2022, 09:36

La Unidad de Mínima Exigencia (UME) de Cáritas Burgos tiene una alta ocupación desde que arrancó la temporada, allá por noviembre. A diario, entre seis y siete de sus plazas están ocupadas, y a veces se ha llegado a las ocho totales. En un ... año normal, la UME atiende a unas treinta personas. Pero desde que estalló la pandemia de la covid-19 nada ha vuelto a ser normal. Tampoco en el programa de personas sin hogar.

Se ha notado un cambio importante en esta realidad social. Cada vez se encuentran menos personas durmiendo en la calle porque cada vez hay más en infraviviendas (casas okupadas, abandonadas, en construcción, locales...). Por ese motivo, en el programa 'café-calor' también atienden a menos personas sin hogar. Antes de la pandemia eran entre 10 y 15 personas, ahora se quedan entre 3 y 4. Un cambio para reflexionar.

Así era una noche de 'café-calor' en febrero de 2020, justo antes de que estallase la pandemia.

El termómetro refleja 9 grados. Son las 22:00 horas y el maestro José María Antón y la universitaria Ariadna García se acercan hasta Cáritas para coger la mochila con varios termos de café -descafeinado- y unas galletas. Tras planificar brevemente la ruta salen en busca de las personas que dormirán esa noche al aire libre, sin un techo, sin un hogar. La primera parte del recorrido es 'a pata' con la intención de visitar los cajeros más céntricos. Precisamente estos puntos han dejado de ser frecuentados por ellos. Las nuevas políticas de los bancos de cerrar esos espacios y sacar al exterior las máquinas, están obligando a que se busquen 'moradas' alternativas.

En los primeros metros del trayectos comentan las últimas noticias de todos los voluntarios del denominado café-calor. En un grupo de Whatsapp de 21 miembros dejan patente las últimas actuaciones con personas que se han encontrado durante sus dos noches semanales y detallan dónde han hallado restos de cartones, principal y única pista para averiguar, en un futuro, si una persona ha pasado la noche con las gélidas temperaturas de Burgos.

José María, que lleva tanto tiempo en este tipo de voluntariado que no recuerda cuántos años ha colaborado, y Ariadna, que a sus 18 años está probando este curso por primera vez esta iniciativa solidaria, dialogan y refrescan momentos. «En mi bloque de pisos, un día desaparecieron todos los felpudos. Los utilizaba una persona para dormir en el último piso. Finalmente, los felpudos aparecieron en un edificio de al lado, pero no sabemos quién era», recuerda la joven universitaria.

Los primeros acercamientos a los cajeros son infructuosos. Muchas puertas están abiertas, pero allí no hay nadie. Tal vez la 'cálida' noche burgalesa o que al ser jueves hay algo de ambiente por las calles retrase la hora de irse a dormir. En la caminata, al otro lado del río, se encuentran con la primera y única persona de la noche. Es un asiduo de esa zona y conocen su historia personal desde hace varios años, aunque está tan tapado que solo deja al descubierto sus botas. Le llaman un par de veces, sin obtener respuesta. Parece que está dormido, por lo que prosiguen con la ruta. «Aunque suene raro decirlo, es como si estuviéramos invadiendo su casa. Hay veces que nos quedamos con ellos de charla y otras, porque han tenido un mal día, no quieren hablar», apunta José María.

De vuelta a por el coche a Cáritas, tampoco se topan con nadie, aunque refrescan historias del pasado. « Uno de los objetivos de estos encuentros es que formen parte de los programas de reinserción de Cáritas. El café-calor es el primer paso. Por eso lo más gratificante que uno se puede encontrar es cruzarse con alguien por la calle y que esté integrado en la sociedad. Otros, por diversos motivos, no pueden iniciar esos procesos», lamenta el maestro.

Ya en el vehículo, la ruta se amplía a barrios más periféricos. No hay cajero que no se le escape a José María, que controla gran parte de las sucursales de la ciudad. «Hay veces que hemos recorrido 10 kilómetros andando. En coche, esa cifra es mucho más elevada», recalca Antón. De todos estos conocimientos se intenta empapar Ariadna, con la mirada siempre a su derecha para ver el estado de las calles. «Es una actividad que te da y te quita. Por un lado ves situaciones muy duras, pero también es esperanzador, porque tienen intención de salir», añade la estudiante de Educación Social.

El trayecto continúa sin ningún encuentro. Buena noticia se podría pensar, pero el hecho de no dar con nadie no significa que no haya nadie en la calle. «Realmente la calle manifiesta el fracaso del sistema al ver a las personas sin hogar», afirma José María.

El siguiente punto es un sotechado, la persona habitual tampoco está. «Ese sitio era muy bueno. Está cubierto y es oscuro. Además, los vecinos siempre bajaban para darle de desayunar», rememora el maestro.

Tras recorrer varias calles, José María y Ariadna deciden volver a ver si la única persona que se habían encontrado estaba despierta. La joven se baja del vehículo y se acerca. Parece que está despierto y le pregunta si quiere un café. Tras insistir otra vez, el hombre le dice que no quiere nada, por lo que reemprenden la marcha. «En una situación de esas es mejor no insistir. El café-calor es una excusa para poder hablar con ellos y que se desahoguen. Si no quieren, no pasa nada», afirman los dos voluntarios antes de dar por finalizado la actividad.

«No pasa nada Ariadna, aunque no es la realidad, alguna vez sucede», tranquiliza José María a su compañera. Son las 0:30 horas y el termómetro sigue marcando 9 grados.

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