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Las cinco de la mañana. Por el portillo, abierto sobre mi cabeza en el salón del velero, acaba de llegarme un aroma a pinos, fritura y civilización desde Es Canar. Ha rolado el viento. El barco bornea.
Para mí, que duermo como las liebres, con un ojo siempre abierto, ese giro sutil del aire ha sonado como un cañonazo. Me incorporo y salgo a cubierta descalzo, sin hacer ruido. En los cuatro camarotes del barco, la tripulación (mis clientes) duerme plácidamente tras una jornada de sol, baños, navegación y cervezas en Ibiza.
Me acerco a proa, compruebo la cadena del ancla y las luces de posición de este Oceanis de 13 metros de eslora, la distancia a la costa... Y, claro, chequeo que el otro barco que ha decidido pasar noche en este fondeadero de la isla de Tagomago se mantenga bien alejado. Esta es mi vida de sereno insomne, velar por el sueño de mi tripulación y enseñarles a distinguir constelaciones en la noche estrellada.
Me presento. Soy Unai Cilleruelo, de Bilbao, capitán de la Marina Mercante y este año cumpliré los 50. Navego a vela desde niño y, desde hace 30 años, soy patrón en todo tiempo y en todos los mares del mundo con www.atlantikcharter.com. Todo OK. Vuelvo al sofá del salón.
A las ocho empieza la actividad. Antes de que humeen el café y las tostadas, los chicos se pegan el primer chapuzón. Teo y Andrea gritan como chiquillos. Ducha rápida en la plataforma de baño... y Gracia enseña al grupo el cuello de ánfora que encontró buceando a pulmón aquí mismo. Algo excepcional. La semana pasada hubo temporal y desenterró el tesoro...
Arranchamos el barco y les explico el plan del día. Motor en marcha y vamos, suave, suave, con rumbo sudeste, hacia Formentera, mientras las parejas descansan, retozan o se embadurnan de bronceador (mi insistencia en evitar rojeces e insolaciones es proverbial).
Como preguntan, les explico el nombre de cada cabo y su función, el modo correcto de cobrar las escotas, la manera de leer una carta náutica y conectar 'el chino', el piloto automático: basta tocar dos botones para que el Alohe I obedezca como un corderito. Pero los primeros días, a todos les gusta coger el timón.
Vuelvo a mirar el parte. Todo cuadra. Dejamos atrás el Faro de Tagomago. Cabo Roig y Santa Eularia asoman por la popa. El mar está en calma. Rumbo a los Freus, esos bajos de aguas transparentes, inverosímiles, con fondos de roca y arena que nos regalan todos los tonos del verde y del azul y que protegen esa joya rara que es Formentera.
-¡¡¡Delfines, delfines!!! –grita Paula, que va sentada en el balcón de proa y hace de vigía–.
El grito hace saltar de sus asientos en la bañera al grupo. «¡Están ahí!», dice Alicia. Desde la cocina (donde prepara sus «afamadas» gildas para el aperitivo) asoma Justo, como impulsado por un resorte. Los delfines vienen a proa, nos miran, se cruzan bajo el tajamar. Todos, con los móviles en las manos. No sé si los ven. En nada, las imágenes estarán en Instagram. Esa moda de sacarse fotos para decir he estado ahí... Hummmm. Y las ganas de hacerlo todo. T-O-D-O.
Unai Cilleruelo
Mi tarea es ponerles de acuerdo, que disfruten del momento y que entiendan que la mar tiene su propio tiempo. Casi siempre lo consigo. La vida en el barco, la camaradería y la complicidad suelen ganarles. Aunque todos piensen en ir a Ushuaïa, discoteca de moda y primera asignatura de cualquier visita a Ibiza.
Es mediodía. Salta el viento. Puntual a su cita. Arriba génova y mayor. Con calma. Hay risas cuando el barco se acelera con la brisa. Con esta mar bella el velero, generoso, apenas escora. Hacemos un través precioso. La corredera marca nueve nudos.
-¡¡¡¡¡Unaaaai!!!!! Esto es vidaaa..., –exclama Justo–.
Ayer llamé por teléfono al vigilante de la posidonia y pedí que me reservara boya en Espalmador, la lengua de arena frente a Formentera. En dos viajes de la neumática, acerco a mis clientes a la playa. Les indico dónde está la famosa zona de los baños de barro. Varias tablas de paddel surf se acercan al Alohe I. Cambiamos risas por botes de cerveza.
Todos a bordo de nuevo. Hoy han preparado para comer una ensalada templada, espaguettis carbonara, macedonia de frutas y café con mantecado. Cervezas, mucha agua y cava muy frío. (Siesta: y yo, ojo avizor)
Vamos al puerto de La Sabina.
El paisaje es de una belleza prístina, absoluta. La tripu calla. Señalan con el dedo los enormes yates que parecen deglutir la isla de las sabinas. Ha vuelto el Yas, de 141 metros, también el A, del ruso Melnichenko y el Halcón Maltés, con sus tres mástiles gigantes. Yo soy un romántico. Me van los veleros clásicos. No olvido el día en que llevé a mis clientes a ver el atardecer a Cala Saona y delante del Sol se recortaron los tres palos del Adix, el bergantín goleta de Jaime Botín, que parecía levitar sobre las aguas. Messi, Neymar, Cristiano y otros futbolistas aficionados al P2 de Dom Pérignon también se dejan ver en esta isla colonizada por italianos.
Canal 9. Marina Formentera al habla. Amarro. Justo y Paula me ayudan. Aprovecharé para cargar baterías y hacer agua. Les doy sus tarjetas de la Marina, para que usen duchas y baños.
Bajan a tierra. Alquilan un coche y bicis eléctricas. Se despiden agitando mucho los brazos mientras yo compruebo amarras. Unos van a El Beso Beach, en Les Illetes. El de las gildas cenará con su esposa en Janis, de Sara Valls; otros se bañarán en Es Caló pero todos confluirán en Cap de Barbaria y en el Faro de la Mola, siguiéndole el rastro a 'Lucía y el sexo'. Los veo felices. Hechos a la mar, caminan balanceándose. Todos acaban por hacerse amigos del velero. Y eso me agrada. Tengo cien escenarios, cien paisajes en mi cabeza y los pongo a su disposición. Vamos donde nos lleve el viento.
No les digáis nada. Les tengo preparada una sorpresa. Mañana, cuando amanezca, saldré en silencio. Solo. Pondré rumbo Este y se despertarán en una cala que aparece de repente entre los acantilados. Una caleta donde sólo entra un barco. El nuestro. Es julio, son las Pitiusas, pero cumplirán su sueño de bañarse, desnudos, en una cala solitaria. Secreta...
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
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