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Ilustración: Raúl Canales
De los heavies a los traperos: ¿qué ha sido de las tribus urbanas?

De los heavies a los traperos: ¿qué ha sido de las tribus urbanas?

Este tipo de culturas juveniles, que en España experimentaron un auge durante los años 80 y los 90, ya no tienen tanto peso entre las nuevas generaciones: «Existen, pero están menos definidas y se han sustituido por las políticas de la identidad»

Viernes, 4 de junio 2021, 00:11

Hubo un tiempo, allá por los años 80 y 90, en el que se hablaba un montón sobre tribus urbanas. De hecho, se hablaba tanto de ellas que casi resultaba más fácil encontrárselas en los medios que por la calle, aunque ahí también atravesaban una época de pujanza: heavies, punks, rockers, góticos, mods y skins, hippies y neohippies, nuevaoleros al estilo de la Movida, bakalas y makineros, skaters, ravers y raperos... Y pijos, claro, esa eterna categoría que uno no sabe si identificar como tribu pero que cumple las exigencias de estética definida, gustos compartidos y sentimiento de comunidad frente al resto. Las culturas juveniles se articulaban a través de estas categorías, que a veces estaban enfrentadas, con una aversión mutua que llegaba a extremos ridículos, pero en otras ocasiones daban lugar a fértiles zonas intermedias, con subgrupos creados a partir de elementos de procedencia diversa. Tras todo ese muestrario de apariencias y actitudes siempre latió una paradoja: se trataba de diferenciarse de la masa igualándose a unos pocos.

Las tribus han dejado su huella en nuestra memoria colectiva, con episodios que abarcan desde lo trágico a lo entrañable: de la pelea entre mods y rockers a la puerta del Rock-Ola, que dejó un joven muerto y quedó para la historia como el final simbólico de la Movida, a la protesta incansable de los hermanos Alcázar, los heavies de la Gran Vía, empeñados en una manifestación perpetua por el cierre de una tienda de discos y por la debacle de nuestra civilización en general, pasando por la pintoresca desinfección forzosa de punkis en las fiestas de Bilbao de 1985. Muchos de esos recuerdos tienden a la estigmatización –el Cojo Manteca rompiendo un letrero del metro con su muleta en una manifestación de estudiantes de 1987, los reportajes 'de risa' de bakalas pasadísimos en controles de alcoholemia y párkings de discoteca...–, pero también es verdad que las secciones de tendencias o los suplementos juveniles, otro producto muy típico de aquella época, prestaban una atención inusitada a todas estas maneras de estar en el mundo.

Punks en un concierto de Eskorbuto, en 1984.

¿Qué ocurre en la actualidad? Evidentemente, muchos heavies de entonces siguen siendo heavies (de corazón, si no puede ser de cabellera) y eso mismo sucede con todos los que vivieron intensamente alguno de estos movimientos en sus años mozos. Incluso hay chavales que sintonizan con estas corrientes más propias de sus padres. Pero da la impresión de que el concepto de tribu urbana ha desaparecido del radar, quizá desde el auge emo de principios de este siglo, y de que los jóvenes de hoy están a otras cosas. «El término 'tribu urbana' ha quedado un poco defenestrado hace tiempo, pero el fenómeno sigue existiendo. Existen, pero están mucho menos definidas que antes (por ejemplo, los hipsters eran una tribu urbana que no se ajustaba al modelo clásico) y se están sustituyendo por las políticas de la identidad, que no son políticas sin más, sino que también se emplean a modo de distinción, para apropiarse de lo 'cool'. Eso ha ocurrido en todos los tiempos, no hay más que recordar la 'izquierda chic'», plantea el filósofo y antropólogo cultural Iñaki Domínguez, autor de libros como 'Sociología del moderneo' y 'Macarras interseculares'. Él suele hablar de identidades de consumo: «Cuando vives en un pueblo, todo el mundo sabe quién eres y de quién eres, pero, cuando vives en una sociedad masificada, tienes el anhelo de ser reconocido, de ser alguien».

Género, medio ambiente y multiculturalidad

Frente a aquellas culturas compuestas fundamentalmente de música y estética, el puzle de las identidades juveniles de hoy tiene en cuenta cuestiones como el género, el medio ambiente, la multiculturalidad, el animalismo o la política. «El término 'tribu urbana' nunca fue un concepto académico, sino un término mediático para etiquetar a determinados grupos juveniles con una estética llamativa», puntualiza Carles Feixa, profesor de Antropología Social en la Universitat Pompeu Fabra y una de las figuras académicas de referencia en el estudio de estos asuntos. A su juicio, se han producido cuatro procesos que distinguen a las culturas juveniles de hoy de las de ayer: la generalización de las estéticas («ya no son minoritarias»), la hibridación («las fronteras entre cada subcultura son difíciles de establecer»), la individualización y la digitalización. «La cibercultura aumenta la velocidad de transmision de las subculturas juveniles y consolida su globalización –explica–. Por otra parte, genera espacios propios donde jóvenes con afinidades estéticas, musicales, lúdicas, políticas, pueden encontrarse. Por último, es la cuna de subculturas específicas que nacen en el ciberespacio, aunque luego pueden encontrarse también en el espacio real».

Por mucho que la etiqueta de tribu urbana suene inapropiadamente viejuna, quizá la referencia más reciente sean los seguidores del trap. «Yo creo que el trap está moribundo ya: no hay más que ver a C. Tangana, que ahora hace flamenquillo –precisa Domínguez–. Pero sí, el trap tiene unas constelaciones identitarias como puede ser la combinación de distintos elementos de ropa: que si llevan las riñoneras del hombro, que si van por la calle con lo que antes era un transistor, que si los más radicales llevan dientes de oro y tatuajes en la cara... Lo que es muy curioso es cómo esta tribu está alimentada desde el mundo del estilismo y la moda, hasta el punto de que ya no sabes quién imita a quién: al principio los estilistas imitan a la gente de los barrios bajos y obreros, pero después los de los barrios bajos y obreros imitan a las estrellas vestidas por esos estilistas. Ya no sabes quién es quién, no sabes si el macarra está disfrazado o no». La voracidad de la industria de la moda a la hora de fagocitar las culturas juveniles no es nueva (ya a finales de los 70, por ejemplo, había comercios de ropa que usaban el punk como reclamo exótico), pero en los últimos tiempos los dos mundos han llegado a confundirse: ahí está Bad Gyal, una de las estrellas españolas del trap y las músicas urbanas, diseñando una colección para Bershka.

Un videoclip reciente del cantante de trap Yung Beef.

Iñaki Domínguez aporta otro enfoque interesante de esta interacción de la calle con la industria de la moda: «La globalización, con sus referentes claros y universales, no permite crear tus propios estilos autóctonos: antes, sin internet, los modernos de Asturias eran distintos de los del Sur, o los bakalas de Madrid llevaban abrigos Pedro Gómez, que en Barcelona ni se conocían. No había tiendas: los primeros modernos tenían que recurrir a sus madres para que les tuneasen la ropa». Hoy prácticamente cualquier novedad se materializa de inmediato en los expositores de las grandes cadenas, fabricada en serie para su venta masiva, pero Evaristo Páramos, el carismático cantante de La Polla Records, ha evocado en alguna ocasión la primera vez que se vistió de punk en su pueblo, Salvatierra: «Me puse una chaqueta de mi viejo dada la vuelta, unas cadenas y, como trabajaba en un garaje, unas válvulas de motor, que luego iba por ahí haciendo ding, ding, ding...».

Por fuera y por dentro

Todo esto conduce a una pregunta de fondo: ¿son los jóvenes de hoy más parecidos entre sí o más diversos que los de ayer? A bote pronto, está claro que habitan una sociedad mucho más diversa y tolerante que la de sus padres, pero a la vez se ven sometidos al bombardeo uniformizador del márketing global. «También hay que destacar que son menos: cuando yo tenía 15 años, éramos el doble de gente en la calle –comenta Domínguez, nacido en el 81–. En términos de imagen, de indumentaria, son más homogéneos. Existe cierta contradicción extraña en la sensación de que deberían ser más distintos por tener internet, pero internet tiene esas dos vertientes: a algunas minorías les permite buscar la diversidad, lo diferente, pero las visitas se concentran en ciertos influencers, en ciertos patrones que emanan del poder y tienen un efecto homogeneizador. Eso sí, los jóvenes de hoy tienen otras ventajas: están mucho menos acomplejados, y quizá externamente son más homogéneos pero en otros sentidos son más variados. Existen más identidades sexuales, por ejemplo».

Carles Feixa se muestra convencido de que se ha producido un tremendo avance en diversidad: «Son mas desiguales que nunca –sostiene–, pues las fronteras de clase, género, generación, etnicidad y raza se amplifican. Si acaso, hay cierta uniformidad exterior como efecto de la sociedad de consumo y de las macroculturas juveniles impulsadas por las franquicias transnacionales y por las tecnologías digitales, pero lo importante es la pervivencia de microculturas que conectan a jóvenes con determinadas afinidades». El profesor de la Pompeu Fabra concluye, además, con una salvedad muy importante: «Hoy las subculturas ya no son juveniles sino transgeneracionales: la identidad subcultural no es transitoria, sino que puede durar muchos años y atraer incluso a adultos. Las 'tribus' dejan de ser marginales y pasan a ser 'mainstream'».

«Chulería, narcisismo... La actitud juvenil es muy parecida en todas las generaciones»

El fotógrafo Miguel Trillo. Román Ríos/Efe

«Con las palabras, el joven puede usar un doble lenguaje. Con la ropa, no puede mentir», declaró hace muchos años Miguel Trillo, el fotógrafo que ha dedicado buena parte de su carrera a documentar las tribus urbanas. Ha quedado como el gran retratista callejero (y 'garitero') de la Movida madrileña, pero en su obra podemos toparnos con 'peggy sues' de Badalona, heavies en el festival de Reading, mods con sus 'lambrettas' en León, 'skaters' jerezanos, 'siniestros' en un cementerio de Badajoz y hasta jóvenes de hace unos pocos años en Vietnam. «Yo no soy sociólogo ni estudioso –responde a este periódico–. Nunca me ha interesado hablar con los fotografiados sobre lo que piensan o dejan de pensar. Pero sus pintas, la chulería, el narcisismo, eso sí. Y la actitud juvenil es muy parecida en todas las generaciones, llámese ahora trap y reguetón o antes emo y rap o mucho antes heavy, punk, rocker...».

Trillo inaugura nueva exposición a finales de este mes. «Es sobre el mundo de los cosplays, el manga y el público de los festivales de cómic. El hecho de que no sea sobre el mundo de la música, sino de seguidores de estrellas de ficción (aunque también tengan bandas sonoras), refleja otro cambio del consumo cultural de los jóvenes de ahora. Un 'videogame', una película manga, un cómic... es un viaje a la imaginación, a la creación juvenil».

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