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Iratxe Bernal
Domingo, 1 de septiembre 2024
Supongamos que tenemos unos ingresos consolidados y unos ahorros que ya superan ese fondo de emergencia que nos evitaría pedir un crédito ante un apuro inesperado. Pongamos que hablamos de unos 20.000 o 30.000 euros que, hasta donde se cumpliesen nuestras previsiones, no necesitaríamos en unos cuantos años. ¿Qué haría con ellos? ¿Nada? ¿Meterlos en un depósito? ¿O buscaría una rentabilidad mayor a través de otras inversiones? Si está en los dos primeros grupos pero quiere pasar al tercero, tome nota de cómo empezar a mover su dinero en el mercado financiero.
«Lo primero es plantearse algunas preguntas que a veces no son fáciles pero que resultan clave para marcarse un objetivo de rentabilidad realista», advierte David Cano, socio director de Analistas Financieros Internacionales (Afi). Las primeras serían para qué es ese dinero y cuándo necesitaremos recoger beneficios, porque no es lo mismo invertir para dar la entrada de un piso dentro de diez años, para pagar los estudios de los hijos en quince o para completar la pensión dentro de veinte.
Con esa información –y a partir del capital inicial disponible–, habrá que calcular qué revalorización anual necesitaremos para alcanzar nuestra meta en el tiempo marcado... siempre que sea factible. «Hay quien cree que se pueden lograr revalorizaciones anuales del 50% porque le han contado que tal o cual empresa ha subido mucho, pero eso es imposible. Nadie puede garantizar nada, pero un objetivo sensato para un plazo largo, de diez años por ejemplo, estaría entre un 4% y un 7% anual», aclara Cano.
Ahora llega una de las preguntas más comprometidas: ¿estamos cómodos con el nivel de riesgo necesario para alcanzar esa rentabilidad? Porque, independientemente de las cifras y tiempos que manejemos, invertir siempre supone exponerse a perder parte del capital. En teoría, a mayor riesgo mayor rentabilidad, pero cada quien tiene su propia balanza. «Para algunos la posibilidad de lograr un 5% es suficientemente atractiva mientras que para otros jugarse los ahorros para conseguir sólo dos o tres puntos porcentuales más que un depósito no merece la pena», explica Cano, quien también subraya otro aspecto nada desdeñable para nuestros nervios: la volatilidad. «El objetivo de rentabilidad es una media que queremos alcanzar al término de la inversión, pero por el camino habrá años muy buenos y otros muy malos. Si queremos llegar a lo previsto hay que superar el impulso de vender tanto en los ciclos alcistas como en los bajistas», recomienda.
Si, sabiendo todo esto, decidimos invertir, debemos interesarnos por la renta variable, la Bolsa, «el motor de la rentabilidad», según David Cano. Así que la siguiente decisión será si compramos las acciones directamente o través de un fondo de inversión. «La primera opción es tentadora porque creemos que sabremos identificar las compañías que más se revalorizarán o porque queremos ir cobrando dividendos, pero no la recomiendo –señala el experto–. Para empezar porque ni los profesionales sabemos qué acciones serán las más rentables y puedes equivocarte mucho. Además, tendemos a comprar sólo las que cotizan en nuestro país. En cuanto a los dividendos... Son una trampa. Tributan y hay que reinvertirlos. Sólo recomiendo comprar por el dividendo cuando se quiere una cartera que en un futuro nos dé unas rentas periódicas para, por ejemplo, completar la pensión, pero no para incrementar nuestro patrimonio en un plazo concreto».
Recurriremos entonces a los fondos, que los hay para todos los gustos. «Para alguien que empieza, lo recomendable es uno de renta variable global, que pueden agrupar títulos de 50, 100 o más empresas de distintos sectores y mercados. Ofrecen, por tanto, una diversificación que no logras comprando las acciones por tu cuenta. De hecho, lo suyo sería diversificar también contratando otros fondos distintos a medida que tengamos más capital disponible. Si se cobran dividendos se reinvierten automáticamente y puedes traspasar tu dinero de un fondo a otro sin tributar por ello. Sólo se hace cuando sales y vendes tu participación y únicamente se tiene en cuenta la plusvalía». Por cierto, esta es una diferencia importante con respecto los planes de pensiones, que, si bien permiten desgravaciones, al rendir cuentas a Hacienda no diferencian entre lo invertido y lo ganado.
Llegados hasta aquí sólo falta decidir a través de quién compramos nuestra participación en el fondo. «Si te da más confianza, puedes acudir a tu banco, que incluso te permitirá contratarlos 'online'. Pero también hay otras opciones como la banca privada o las gestoras de fondos. Eso sí, hay que asumir que nos recomendarán algo que ellas mismas comercializan», advierte Cano.
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