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Marinos, comerciantes, militares, embajadores, funcionarios de organizaciones internacionales... Siempre ha habido profesiones que se han ejercido lejos del hogar, con viajes regulares y estancias breves o prolongadas, en otros lugares más allá de sus fronteras nacionales.
Son los nómadas laborales y cada vez son más. La movilidad laboral se ha convertido en una seña de identidad de nuestro mundo globalizado. Según fuentes del Parlamento Europeo, más de dos millones de trabajadores ejercen su labor en un país de la UE que no es el suyo (no hablamos de inmigrantes). «El modelo ha cambiado y su posicionamiento también», asegura Elena Dapra, psicóloga clínica y experta en el bienestar psicológico en la empresa. «La gente lo ve como una oportunidad para un tiempo, sobre todo en el tramo de edad entre 25 y 40 años. Luego la gente busca estabilidad».
El perfil contemporáneo de estos 'nómadas' tiene especial incidencia dentro del colectivo de los ingenieros y en procedimientos de automatización industrial. Y tiene ventajas muy visibles, empezando por el «intenso crecimiento persona», al margen de aprender otro idioma y, en el plano psicológico, «viven una situación diferente que les obliga a salir de su zona de confort».
Esa experiencia resulta muy apreciada en los gabinetes de recursos humanos y facilita su rápida promoción. «Los project managers son muy estimados porque se presume que asumen riesgos, que toman decisiones complejas y evolucionan rápidamente», indica. Y considera que esas temporadas en otro país «liberan» de prejuicios y favorecen capacidades como el trabajo en red o networking. «Se refuerzan el aprendizaje, la experiencia, el conocimiento, las habilidades, la competencia, el crecimiento personal y el entrenamiento profesional». Los veteranos poseen una visión más global, holística, de las cosas, en palabras de Dapra. «Dejas de mirarte a tu ombligo y te das cuenta de que tu ombligo es uno más».
La soledad
En el otro extremo, el deterioro de las relaciones personales, especialmente de las sentimentales, es el mayor de los contras que padecen los nómadas laborales. «Yo diría que los vínculos acaban muy bien o muy mal», sostiene la experta, y advierte de que si no se aprende a manejar la situación, el deterioro resulta muy elevado. «Porque falta comunicación y abundan los malentendidos que no se solucionan», añade. A pesar de las transformaciones cualitativas del fenómeno, hay cuestiones que no cambian. «Hablamos del marido, padre, hermano o amigo ausente». En masculino porque ellos son mayoría.
La diferencia entre la vida personal y profesional se diluye y «el distanciamiento es crucial y tiene influencia en la armonía de la persona». Esto es, no hay rutinas, pero sí mucha incertidumbre». Este estrés se acrecienta cuando no hay preparación para llevar a cabo un proceso adaptativo complejo «y las empresas no lo suelen proporcionar».
De modo que no es raro que algunos trabajadores caigan en el desapego. «Está bien saber desprenderse de las cosas, pero en un mundo sano. Otra cosa es que esa persona no se acostumbre al cambio o que su situación se traduzca en que le resulte muy difícil vincularse a alguien o a algo». La soledad puede aparecer también entre las consecuencias que sufren estas personas que no tienen sitio fijo de trabajo. «Existen dos perfiles, uno muy sociable que encuentra estas propuestas como una oportunidad de abrirse al mundo y otros que lo viven como una obligación».
Claro que, por otro lado, las características de nuestra actual sociedad favorecen este modelo laboral que cada vez se impone más. «Vivimos en un mundo mucho más individualista que fomenta la ambición».
Pero eso que puede parecer un 'refugio' contra esa soledad que decíamos antes puede volverse en contra. «Al final, y aunque les guste realmente el empleo, muchas personas construyen un muro psicológico para sobrevivir a dos meses viviendo en un hotel anodino».
Leire Morquecho. Coordinadora de ONG
«Como coordinadora del área de cooperación internacional de la ONG Alboan, suelo viajar a América Latina y África. Me encanta viajar porque me permite encontrar el sentido a mi trabajo y poner cara a la gente con la que has mantenido comunicación. Pero no son experiencias fáciles, nos encontramos situaciones complejas que dan qué pensar, que me hacen reflexionar sobre lo afortunada que soy y sobre lo injusto de este mundo. Hay que combinar vuelos, autobuses, coches o, incluso, un barco cuando fuimos a la Amazonía y no suele ser sencillo.
Está todo planificado, pero la realidad luego es otra. Como aquella vez en Congo que teníamos una reunión a las doce del mediodía y llegamos a las seis de la tarde. Claro que yo soy de acostumbrarme, de seguir el refrán que dice 'a donde fueres, haz lo que vieres' y puedo dormir sobre una tabla cuatro días o pasar ese tiempo o más sin ducharme. Puede resultar incómodo, pero me acerca a su vida. Vamos de la mano de ONG porque solos no es posible. Al principio, éramos tres y el tambor, algunos mochileros y religiosos, luego llegaron los emigrantes y ahora hay muchos ejecutivos, a consecuencia de la globalización.
Reconozco que se me hacen pesados los aeropuertos, no me gustan, no son espacios agradables. La adrenalina te permite estar en constante actividad, pero, cuando acabas, te das cuenta de lo agotada que estás. Además, no dejan de entrar correos electrónicos que tienes que atender, cosa que antes no pasaba. Ahora te encuentras ante una doble agenda y con el problema, en América, de la diferencia horaria.
Vuelvo a la normalidad exhausta y con el 'jet lag' me cuesta conciliar el sueño, pero vengo con la energía de lo vivido. Me siento una privilegiada. Creo que está muy bien provocar cambios en tu rutina».
Michael Elmore. Molinos eólicos
«Soy project manager, he cambiado varias veces de empresa, pero siempre tengo el mismo cometido, gestionar la logística que se precisa para levantar molinos eólicos. Mis viajes de trabajo suelen plantearse para dos semanas, pero la media final es de cuatro meses, siempre pasa lo mismo.
He viajado por toda Europa, Azerbaiyán, Turquía, Mauricio, Chile, Estados Unidos o México, entre otros países. Y vivido situaciones de todo tipo, como cuando estaba en Egipto, que tuvo lugar el levantamiento contra Mubarak; recuerdo que el tráfico era horrible y que tardaba entre dos y tres horas en desplazarme entre el hotel y el trabajo. No creo que haya suficiente dinero en el mundo para convencerme de que vuelva.
Mi labor es muy interesante porque no hay rutinas, se trata de desplazar piezas grandes que hay que llevar desde el punto de llegada al lugar donde se ubicarán. Mi responsabilidad incluye el transporte en barco a su desplazamiento por la ciudad, controlar los semáforos y quizás, si una casa impide un giro del camión, preparar su expropiación para el consiguiente derribo. Me resultaría difícil estar en una oficina sin salir; de hecho, me pasé tres meses en un despacho en Vigo y me volvía loco mirando por la ventana. Cuando estoy mucho tiempo en casa, acabo deseando salir. Es un modo de vida que me gusta muchísimo y, de alguna manera, se parece al teletrabajo, porque me relaciono en la distancia. ¿Si se puede hacer esto cuando cuentas con una familia? Pues tengo un colega con mujer y dos hijos y sufre mucho. No puede celebrar muchos cumpleaños de los suyos, pero hace lo que quiere hacer. Yo tengo pareja desde el año pasado y hablamos mil veces por Skype. No me siento solo porque cuento con compañeros.
Hay cosas que echo de menos, como la comida, y también estoy harto de las PCR, claro. Creo que esta profesión ha cambiado mi carácter, soy más fuerte».
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Abel Verano, Lidia Carvajal y Lidia Carvajal
Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
José A. González y Álex Sánchez
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