Secciones
Servicios
Destacamos
Amanda Sierra
Achucarro Basque Center For Neuroscience
Viernes, 24 de noviembre 2023, 19:04
A Proust le transportaba a su infancia el olor de las magdalenas, y a mí me devuelve a mi adolescencia escuchar antiguas canciones de Héroes del Silencio o Duncan Dhu, sobre todo en este melancólico tiempo otoñal. La música es un potente transmisor de emociones. Hace años, cuando mi hijo era un bebé, se echó a llorar al escuchar 'The sounds of silence', esa canción de Simon y Garfunkel parte de la banda sonora de tantas películas. Tuve que cambiar de canal. A día de hoy, cuando estoy preparándome para una charla o una entrevista particularmente importante o difícil, escucho a todo volumen 'Ha llegado el momento (de la destrucción)' de Eskorbuto, para animarme. La música se infiltra en nuestros pensamientos y resintoniza nuestras emociones a su propio ritmo. Como decía Bob Marley, «One good thing about music, when it hits you, you feel no pain» («Lo bueno de la música es que cuando te alcanza, no sientes dolor»).
Los neurocientíficos estudian la música desde muchas perspectivas, desde cómo practicarla esculpe los circuitos cerebrales hasta qué regiones del cerebro se utilizan para leerla o escribirla. La Neurociencia de la música es apasionante, pero, de todas las preguntas posibles, la que a mí más me fascina es: ¿dónde reside ese poder de la música para determinar nuestro estado de ánimo?
La respuesta está probablemente enterrada en millones de años de evolución. Música y lenguaje están intrínsecamente unidos: cantan para comunicarse las ballenas, los pájaros, y hasta las chicharras. Nuestra capacidad de detectar ritmos musicales parece ser innata, como demuestran unos experimentos muy interesantes con bebés de pocos días de edad en los que se detectaba su actividad cerebral con un electroencefalograma.
Cuando se les exponía a sonidos rítmicos, sus cerebros respondían de manera también rítmica, incluso aunque estuvieran dormidos. Y cuando los investigadores se saltaban un compás, el cerebro de los bebés predecía con su actividad el momento exacto en el que esperaban el siguiente sonido. Aunque todos conocemos a algún patoso incapaz de seguir el ritmo en la pista de baile, nuestros cerebros sí parecen estar pre-programados para detectar patrones rítmicos en la música.
Nuestro cerebro tiene áreas especializadas en la producción y comprensión del lenguaje, pero no hay una región dedicada a la percepción musical. Por el contrario, la música se aprovecha de áreas cerebrales dedicadas a otras funciones para ejercer sus efectos en nuestro estado de ánimo. Quienes más se aprovechan de esto son los DJs y los compositores musicales de bandas sonoras, que saben perfectamente qué teclas tocar (literalmente), para hacernos sentir alegría, tristeza, o miedo.
Hay quien especula que esta capacidad innata de reconocer emociones en la música, como si fuera un lenguaje universal, puede estar relacionada con nuestra propia historia como especie. El compositor Joel Dueck dice que quizá el sonido de los tambores nos recuerda a una estampida o al trueno, el violín a un niño juguetón, o el sonido respirante de una flauta al susurro al oído de la persona amada.
Hace unos años se hicieron unos experimentos en personas que escuchaban una música alegre de varios estilos musicales, o de terror, procedente de las bandas sonoras de películas o videojuegos. Usando técnicas de imagen basadas en resonancia magnética, se pudo observar que la música alegre afectaba de manera especial a una región del cerebro con forma de almendra llamada amígdala.
La amígdala (que no tiene nada que ver con los ganglios linfáticos del mismo nombre localizados en nuestra garganta), es parte de un circuito neuronal muy antiguo que ya aparece en reptiles y anfibios, y que sirve para hacernos sentir bien y reforzar comportamientos que son necesarios para la preservación de la especie, como comer o tener relaciones sexuales. La música alegre 'hackea' la amígdala y nos hace sentir esas emociones positivas. Seguro que ahora entienden mucho mejor por qué no nos podemos quitar de la cabeza la típica canción del verano.
Y seguro que muchos de ustedes se están preguntando también si la música puede servir para curar el estrés o la ansiedad. Nuestros amigos los roedores de laboratorio (ratas y ratones) nos han ayudado a responder a esta pregunta, porque la música ejerce un efecto antiestresante en ellos.
La musicoterapia es un campo muy reciente, pero van aumentando las evidencias de que puede tener efectos beneficiosos para recuperar el habla después de un ictus cerebral o en pacientes con demencia, por ejemplo. Aunque en la mayor parte de las enfermedades mentales y neurológicas la música por sí sola no tenga poder curativo, seguro que al menos sí hace nuestra vida mucho más placentera.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
La proteína clave para la pérdida de grasa
El Comercio
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.