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Hace algunos meses, un estudio de CashNetUSA investigó las búsquedas por internet para determinar cuál es la criatura mitológica más popular en cada país del mundo. Los resultados demuestran que, en materia de mitología, nos va el mal rollo: la mayoría de los seres que aparecen en la lista dan bastante miedo, cuando no son abiertamente terroríficos. En España se ha impuesto el coco, discreto en su apariencia pero con esa cuestionable afición de llevarse niños, y entre los favoritos de otros países encontramos 'superestrellas' como los dragones (que son el número uno en China, Inglaterra, Italia y Turquía, entre otros), los vampiros, los unicornios, los gnomos, el yeti o los centauros. Pero aquí vamos a centrarnos en algunas apariciones menos conocidas fuera de su lugar de origen y tirando a tenebrosas, como la sobrecogedora carreta nagua que siembra el terror en las madrugadas nicaragüenses. Es, sí, una vetusta carreta que transita con un ruido de mil demonios. Va cubierta por una sábana blanca, la maneja la Muerte (con un sudario también blanco y provista de su guadaña reglamentaria) y tiran de ella dos bueyes «encanijados y flacos, con las costillas casi de fuera», según describe el folclorista Enrique Peña Hernández. En las esquinas, no da la vuelta, simplemente se volatiliza y aparece mágicamente en la otra calle, sin que nada pueda distraerla de su misión de anunciar algún fallecimiento próximo.
En América también encontramos a la Madre de Aguas, serpiente gigante de los cubanos, y a los espantosos cadejos costarricenses, perros espectrales que arrastran cadenas y atormentan a los noctámbulos, o al asema de Surinam, una especie de brujo o bruja que se despoja de la piel (y la deja cuidadosamente doblada) para mutar en una bola de luz azul y salir por ahí a chupar sangre. No faltan las anatomías chocantes, como la de la cuyancuá salvadoreña, que combina una mitad de serpiente con otra de cerdo, o la de Teyú Yaguá en Paraguay, un monstruo legendario de la mitología guaraní que tiene cuerpo de lagarto y cabeza (o cabezas, porque algunas versiones le plantan siete) de perro. Y, en fin, también nos topamos con criaturas más huidizas a la hora de clasificarlas, como la tunda colombiana, mujer maligna con pata de palo que lo mismo adopta forma de gallina que reproduce la apariencia de algún ser querido del crío al que quiere raptar. Después, les da a comer sus camarones especiales para 'entundarlos', es decir, inducirles un dócil trance.
Si preferimos viajar desde Europa hacia Asia tendremos que dar esquinazo a los devis georgianos, ogros peludos de varias cabezas (desde tres en las versiones más prudentes, hasta cien en las más desaforadas) que les vuelven a crecer si se les cortan. Son despiadados y, a la vez, familiares, ya que viven en grupos de nueve hermanos. En Oriente arrasan los dragones de distintos tipos, pero hay unos cuantos países que alivian esa monotonía del 'hit parade' mitológico: por ejemplo, los filipinos tienen a sus asuang, un término comodín que engloba demonios y espíritus poco recomendables, como ese que extrae los fetos del vientre de las embarazadas empleando su larga lengua negra.
Acabamos este recorrido en África, un paraíso de las mitologías imaginativas, aunque curiosamente también cuenta con alguna muy pegada a la realidad: es el caso de Gustave, el cocodrilo de Burundi, un reptil de tamaño extraordinario del que se cuenta que ha matado a trescientas personas en el río Ruzizi y el lago Tanganica. Algunos aseguran que está muerto y bien muerto, pero su leyenda permanece, envuelta en exageraciones y fantasías. En Malawi tienen a la nyuvwira, una serpiente de ocho cabezas, tóxica, eléctrica y subterránea, que se mueve cada doscientos años y da lugar a desastres y devastación. En Angola, el animal terrorífico es el kongamato, un lagarto alado con trazas de pterodáctilo, y en Tanzania el popobawa, descomunal murciélago con un solo ojo. Pero a veces también hay que tener cuidado de lo más pequeñito: frente a esa fauna colosal y monstruosa, en Ghana temen al adze, un vampiro que adopta la insignificante forma de una luciérnaga.
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