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Sobre los objetos transparentes se pueden afirmar tres cosas interesantes. La primera es que existen muchos más de los que nos imaginábamos: la industria fabrica una asombrosa cantidad de aparatos con las tripas a la vista, desde televisores hasta máquinas de afeitar, desde secadores de ... pelo hasta altavoces. La segunda es que, en fin, muchos de esos objetos fascinantes existen gracias al sistema penitenciario estadounidense, que exige ese formato para que los reclusos no puedan ocultar drogas o armas en el interior de sus útiles cotidianos.
Y la tercera, en fin, es que estas versiones transparentes de las cosas permiten establecer una clasificación de los seres humanos en dos grandes grupos: los que preferirían que el mundo fuese así, con los mecanismos siempre expuestos, y los que consideran que esa 'violación de la intimidad' de las cosas resulta más bien fea, antiestética, mucho peor que los convencionales acabados opacos. El químico y autor científico estadounidense Theodore Gray, que acaba de publicar en España su libro 'Cómo funcionan las cosas' (Larousse), se alinea evidentemente con los primeros.
«Las cosas transparentes son maravillosas porque te permiten contemplar su interior y aprender cómo funcionan sin arriesgarte a dañarlas. ¡Solo hay que mirar! Yo creo que todo el mundo nace con una curiosidad natural acerca del funcionamiento del mundo. La principal tarea de un niño es averiguar lo que es este lugar tan loco y cómo abrirse camino por él: unos se concentran en cómo funciona la gente y adquieren habilidades sociales, mientras que otros se enfocan en las cosas mecánicas y acaban siendo ingenieros, mecánicos o científicos. Los segundos siempre sentirán un fuerte impulso de desmontar cosas: la carcasa exterior es frustrante, porque sabes que debe haber algo mucho más interesante en el interior, que ha de ser expuesto y comprendido. Pero ocurre que, muchas veces, el objeto no vuelve a funcionar una vez que lo has desmontado, especialmente si eres un niño», explica a este periódico. De hecho, muchos técnicos electrónicos que se fabrican sus propios dispositivos apuestan, sin ninguna duda, por utilizar carcasas transparentes que exhiben su trabajo, una tradición que ya iniciaron los maestros relojeros hace siete siglos.
Theodore Gray
A Gray le fascinó, en su juventud, un teléfono transparente, y desde entonces ha prestado una atención casi obsesiva a este singular sector del mercado: en el libro (además de analizar con todo detalle el funcionamiento de relojes, cerraduras y balanzas) ha reunido un apabullante muestrario fotográfico que incluye máquinas de escribir y de coser, calculadoras, radios y radiocasetes, grifos, lámparas, mochilas, ukeleles, regletas de enchufes, cascos de moto, metrónomos, sillas, grapadoras, mandos de videoconsola y, por supuesto, televisores, tanto de tubo como de pantalla plana. «Creo que el televisor es lo que más me sorprendió en su momento, porque se trata de un objeto grande, al que resulta complicado hacerle una carcasa transparente, y también por la razón que hay detrás de su existencia: el hecho de que las cárceles hayan impulsado la existencia de tantas cosas transparentes resultó para mí extraño e inesperado», comenta. De hecho, Gray ironiza afirmando que los responsables de prisiones, «si pudiesen, pedirían que los presos fuesen transparentes».
Algunos de estos objetos presentan ciertas limitaciones. El tubo de rayos catódicos de las viejas teles, por ejemplo, es una masa gris de vidrio, hueca y opaca, pero ese detalle no preocupaba en las penitenciarías porque, si se agujerea para esconder algo dentro, estalla. También la zona de los secadores que contiene las bobinas de calentamiento es forzosamente opaca, porque no hay plástico transparente que soporte tanta temperatura.
Theodore Gray ha acuñado el concepto de 'susurrador de objetos' para describir a esas personas que, como él, entienden el interior de las cosas como un espectáculo absorbente. «Yo siempre voy por la calle mirando y tratando de entender por qué existen las cosas, cómo funcionan, quién se beneficia de ellas, por qué están diseñadas de esa manera. Creo que otras personas son así con los seres humanos: siempre están valorando las situaciones sociales para entender quién manda, a quién se respeta, a quién se ignora, quién puede ayudarles, con quién deben tener cuidado... Yo soy un desastre con esas cosas, pero puedo decir exactamente para qué sirve cualquier cosa que haya en la pared».
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