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Antes de nada, un miedo en primera persona: de pequeño, allá en los 70, me tocaba a menudo bajar la basura por la noche. Después subía las escaleras hasta el cuarto piso con el corazón en un puño, con miedo a que se apagara la luz y hubiese un vampiro acechando en el rellano. Yo sabía perfectamente que los vampiros no existían, pero eran la amenaza que mi cerebro se obstinaba en imaginar.
Para los críos de la actualidad, en cambio, Drácula es ese señor cómico y entrañable que protagoniza las pelis de 'Hotel Transilvania'. «Los niños como yo temíamos a los vampiros; los de hoy quieren ser uno», resume el periodista David Remartínez, que en 'Una historia pop de los vampiros' (editado por Arpa) repasa esa evolución que ha llevado a perderles el respeto al Conde y sus nietos. En realidad, el vampiro contemporáneo supone un escalón más en la evolución de una criatura que no siempre fue como la conocemos: sus orígenes están en los relatos de resucitados del centro y el este de Europa, con difuntos revividos a los que podías encontrarte «comiéndose las hormigas del suelo», y fue el Romanticismo quien los convirtió en aristócratas elegantes y siempre temerosos de Dios, un modelo que Bram Stoker canonizó con su novela 'Drácula' y que después el teatro y el cine se encargaron de redondear y fijar. «Hasta los años 70, todos los vampiros se parecían al Conde», apunta Remartínez.
Hoy, en cambio, ese modelo parece agotado, extinguido: «Drácula pertenece a otra época. Si, en lugar de vampiro, fuese exclusivamente conde, también se habría quedado desfasado: es un señor religioso que teme a Dios, un aristócrata con maneras de señor feudal y un machista que tiene doncellas a las que, más que seducir, somete». Se ha producido una llamativa convergencia entre el vampiro y la sociedad. El monstruo se ha liberado de sus debilidades (muchos de ellos pueden zamparse un ajo al sol debajo de un crucifijo e incluso sentir amor) y ha pasado a representar valores tan cotizados como la eterna juventud, el hedonismo, el sexo sin ataduras... Los vampiros que dan miedo de verdad no tienen colmillos. «La sociedad ha cogido los atributos del vampiro malo, antiguo, y los ve en fenómenos como las redes sociales, que nacieron como una posibilidad fabulosa y se han convertido en un aparato que absorbe tus datos personales para manipular tu consumo; o la economía, que nos explota, nos absorbe las energías y nos paga salarios cada vez más lamentables; o la política, convertida en nido de corruptos. El vampiro recoge nuestros miedos y refleja nuestros sueños. Y el miedo es un concepto central en nuestros tiempos, desde la empresa de alarmas hasta el ultraconservador que te alerta de peligros para conseguir tu voto». Repasemos con Remartínez cinco figuras representativas del vampirismo pop de las últimas décadas.
Se dedicaba a contar objetos, aprovechando que en inglés 'conde' y 'contar' se dicen igual, y con cada número sonaban truenos y revoloteaban murciélagos. «Es como el Andy Warhol de los vampiros, el primero que elimina el miedo como atributo: no solo no nos asusta, sino que nos provoca ternura y además nos educa», describe el autor. Podíamos aprender aritmética con él mientras devorábamos un polo Drácula.
En sus novelas, Anne Rice prescindió de la imagen estereotipada de Drácula y retrocedió hasta el mito romántico, que después la película de Neil Jordan consagró como canto a la belleza y la voluptuosidad de una juventud interminable. «Rice es la escritora más importante de la historia del vampirismo después de Bram Stoker, esto es así. De los tres protagonistas de 'Entrevista con el vampiro', Lestat fue muy importante porque reivindicó la juventud, la libertad y el placer a principios de los 90, cuando todo eso estaba estigmatizado por dos fenómenos: la epidemia de crack y la expansión del sida».
En la serie de tebeos 'Predicador', Proinsias Cassidy es un vampiro macarra, descreído, pendenciero y propenso a los excesos, que se mofa de la languidez y el esteticismo de otros 'no muertos'. «Es el primer vampiro que desprecia a Dios. No solo no lo teme, sino que se ríe de él y lo busca para pedirle explicaciones. Cierra la evolución que se había producido hasta entonces, con un vampiro que no está especialmente orgulloso de serlo, pero no se amarga: simplemente disfruta de lo bueno, porque, al eliminar a Dios como antagonista, no tiene que tener ya miedo a nada».
Como comenta David Remartínez, Edward Cullen y compañía tienen más que ver con 'Sensación de vivir' que con 'Entrevista con el vampiro'. «A mí me gusta 'Crepúsculo' por Bella, una de las primeras vampiras femeninas con un impacto mundial. La saga ha sido acusada de conservadora, pero incorporó al vampirismo a una nueva generación con unos códigos que no tenían nada que ver con los anteriores: es el fenómeno vampírico más importante del siglo XXI».
Hay un largo recorrido desde el siniestro monstruo comehormigas hasta Marceline, de la serie de dibujos 'Hora de aventuras', que ha aprendido a alimentarse del color rojo, ha despejado el mundo de congéneres chungos y acaba emparejándose con la Princesa Chicle. «Es mi vampira favorita, la consumación de todos los avances del feminismo entre los vampiros. Hasta el siglo XXI, las chicas solo aparecían en los roles de doncella sometida o peligrosa vampiresa, pero Marceline integra a todas las vampiras precedentes que consiguieron que las chicas puedan ser protagonistas y las mejora: el vampiro ha asumido nuestras incongruencias, puede dar miedo y ser bondadoso, y Marceline es así».
–¿Y qué pensaría el Conde de todo esto?
–Drácula estaría absolutamente indignado –se ríe Remartínez–, porque es como un señor mayor que está en la fiesta y no entiende por qué están brindando los jóvenes, ni la música que escuchan, ni la ropa que llevan. No ha querido adaptarse a los tiempos y es un personaje asustado, que lo pasaría muy mal viendo a Marceline.
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