Esta misma semana, uno de los responsables de la web satírica 'El Mundo Today' ha comunicado a sus trece mil seguidores en Twitter un cambio de ideología inesperado y un tanto radical: «Anuncio que ahora soy nazi. Me he hecho de Hitler y entiendo ... que esto puede incomodar a alguien», escribía Kike García tras sopesar los comentarios ultras recibidos a través de Internet. Pese al 'shock' inicial, las reacciones a su tuit muestran una admirable presencia de ánimo. «Yo intenté hacerme nazi pero en verano da mucha calor con la bomber y las botas. Te recomiendo ser nazi de octubre a abril», le aconseja una 'follower'. «Yo empezaría poco a poco. Par de horas de nazi el primer día y luego aumentando paulatinamente», propone otro. «Si es que tienen una facilidad de palabra y un argumentativo tan sólido y sin fisuras que, al final, te convencen», comprende un tercero.
Da vergüencita aclararlo, pero, por supuesto, todo es broma, un bonito ejemplo de ironía comunitaria «sólido y sin fisuras», por aprovechar la expresión. Las redes sociales, y muy en concreto Twitter, han traído a nuestras vidas una exposición a la ironía –y a su primo faltón, el sarcasmo– muy superior a la que estábamos acostumbrados: en el festival de ingenios de Internet, se multiplican los mensajes y los comentarios que afirman una cosa muy distinta a lo que realmente quieren decir y requieren la complicidad del lector, capaz de pasar del desconcierto a la sonrisa. «Las redes sociales son un formato comunicativo en sí mismo y han ajustado el uso de la ironía a sus propias necesidades. Nos puede servir para ridiculizar o satirizar eventos, instituciones o personas, para cuestionar las normas o decisiones que rigen nuestra sociedad o, simplemente, para mostrarnos escépticos ante un evento cualquiera. La ironía es una de las herramientas clave del humor, omnipresente en las redes sociales», analiza Inés Lozano, profesora e investigadora de la Universidad de La Rioja y autora de una tesis sobre la ironía que abarca desde 'Edipo rey' hasta 'Friends'.
Ganas de enfadarse
El problema es que, al dirigirnos a un público indiscriminado, quizá alcanzado por la carambola de un retuit, no todo el mundo nos conoce ni sabe descifrar nuestra ironía. En ocasiones, no la pillan ni las propias redes, porque enseñar ironía a las máquinas es un empeño difícil en el que trabajan desde hace años numerosos equipos científicos. En 'El Mundo Today' lo saben bien: por poner un ejemplo obvio, Instagram les censuró aquel 'post' en el que anunciaban que Felipe VI iba a abdicar aprovechando el discurso de Nochebuena. Hace unas semanas, le ocurrió otro tanto a Pantomima Full, el dúo cómico de Alberto Casado y Róber Bodegas, cuyos vídeos se mofan de actitudes y conductas de nuestro tiempo mediante el efectivo sistema de asumirlas en primera persona: cuando le tocó el turno al negacionismo del coronavirus, YouTube les bloqueó la publicación porque «cuestionaba explícitamente las directrices recomendadas por la OMS». En las reacciones a un contenido irónico no suele faltar el comentario anticlimático del que no ha entendido nada o –lo que quizá sea peor– el que cree ir más allá que el autor al destripar la gracia y desbarata así el efecto. Además del riesgo de acabar malinterpretado, existe el de ofender a algún espíritu delicado. Y a estos peligros podríamos sumar la falsa ironía de foros poco recomendables, donde el racismo o el machismo se enmascaran bajo la supuesta apariencia de humor con doble sentido.
«Nosotros creemos que el que entiende la ironía en la vida también la entiende en redes sociales, porque en persona también hay gente a la que le cuesta. Lo que sí ocurre es que a lo mejor te llega un retuit, o un vídeo en nuestro caso, de alguien a quien no sigues. Si el que lo lee está crispado con el tema del que trata, ni siquiera se para a pensar que lo que está leyendo o viendo pueda ser de broma o irónico. Las ganas de enfadarse les impiden leer los rótulos, lo que suele resultar bastante gracioso», desarrollan a dúo Pantomima Full.
Para evitar confusiones y ahorrarse situaciones incómodas, muchas personas optan por marcar la ironía, es decir, hacerla explícita de alguna manera. No es algo nuevo, ni mucho menos: si lo comparamos con el lenguaje oral, que cuenta con su entonación y su acompañamiento gestual, el lenguaje escrito siempre ha parecido un poco insuficiente a la hora de expresar ironía, de manera que a lo largo de la historia se han propuesto diversos procedimientos que eliminen la posibilidad de confusión. Ya en el siglo XVI andaban dándole vueltas a esa posibilidad, para la que se han sugerido signos específicos (por ejemplo, una interrogación invertida) o tipografías distintivas (como la cursiva que destaca la palabra o la frase equívoca). En nuestros tiempos, hay expresiones muy socorridas para guiñar el ojo al lector (desde el 'modo ironía on' al 'LOL', las siglas inglesas de reírse a carcajadas) y siempre tenemos a mano una etiqueta o un 'emoji' que evidencien la distancia entre nuestras palabras y nuestro pensamiento.
El lector infantilizado
Pero, para muchos, esa insistencia en explicitar el chiste se carga la ironía, la neutraliza, echa a perder el juego intelectual que justificaba el doble sentido. «Me parece algo nada deseable, como las risas enlatadas de las series que le dicen al espectador lo que tiene gracia y lo que no, y dónde y cuándo tiene que reírse. Esto es dirigir, manipular y controlar y, por tanto, algo negativo. Los lectores se van infantilizando cada vez más. Yo pedí por favor en Facebook que nadie me pusiera emoticonos como comentarios y muchos, para decirme que tenía toda la razón, me los pusieron, creo que sin darse mucha cuenta. Mis escritos tienen muchos culturalismos y, a la vez, muchas mentiras que me invento, por lo que sufro especialmente la falta de conocimientos del lector. Pero marcar la ironía con un signo me parece rebajarse demasiado», rechaza el escritor y actor Enrique Gallud Jardiel, nieto del gran Jardiel Poncela (¡ay, qué diabluras habría hecho él en las redes!). Gallud Jardiel ha escrito, por ejemplo, una serie titulada 'El verdadero significado de los dichos', en la que atribuye sentidos disparatados a las frases hechas y aporta, con todo aplomo, la explicación sobre ese origen. Y entre los comentarios no suele faltar el lector asombrado de que 'quitar el hipo' equivalga en realidad a 'robar caballos', o el que pretende sacar al autor de su tremendo error. «Las redes no han desactivado del todo la ironía, por supuesto, pero han rebajado el nivel», lamenta Gallud Jardiel. Hasta Elon Musk, el capo de Tesla y SpaceX, ha escrito que «la ironía y las redes sociales no son amigas».
Pero, a la vez, parecen hechas las unas para la otra, con posibilidades que no tendríamos en una conversación cara a cara. Inés Lozano cita un ejemplo que le llamó la atención hace unas semanas en Instagram: «La imagen mostraba una mujer en un bosque, y el texto decía aproximadamente lo siguiente: 'Hemos de deshacernos del capitalismo, de la tecnología que nos controla y nos coarta. Hemos de dejar de lado este estilo de vida individualista para reencontrarnos con la naturaleza'». Mmmmm, vaya, no lo pillamos, ¿dónde diablos está la ironía? «Luego añadía el hashtag #shotoniphone, fotografía disparada con iPhone».
«Hemos ido desarrollando nuevos recursos para construir ironías eficaces»
La ironía supone «un choque entre dos escenarios», según resume Inés Lozano, y ha de ser el receptor quien resuelva esa discrepancia entre lo que escucha o lee y lo que cree que es cierto. «En una conversación cara a cara, tenemos mucho más que palabras: tenemos gestos faciales o lenguaje corporal, así como entonación y patrones prosódicos que nos marcan que algo puede ser irónico». En ese contexto, quien hace la ironía puede mostrarse «más o menos solidario» con su interlocutor, es decir, puede ponerle las cosas más o menos fáciles mediante los indicadores que acompañan a lo que dice.
Pero, en un texto escrito, no contamos con esas ayudas para echar un capote al receptor. «Por ello, poco a poco hemos ido desarrollando nuevos recursos para construir ironías eficaces en las redes sociales», apunta la investigadora de la Universidad de La Rioja. Los 'emojis' se han convertido en uno de los trucos más socorridos, aunque cada cual los acaba empleando a su manera: «No todo el mundo utiliza los mismos 'emojis' para señalar una ironía. Los hay que los usan según la cara que ellos mismos pondrían si estuvieran siendo irónicos, pero también se usan los 'emojis' que representan algo contrario a aquello que dice el enunciado: por ejemplo, 'mi amiga Pepa, qué angelito', seguido del 'emoji' de una bruja. Es una estrategia natural en las redes, que han sabido explotar el potencial de estos iconos», concluye Lozano.